El presidente hospitalizado durante 72 horas, sometido a dos tratamientos experimentales y aún enfermo de una dolencia potencialmente letal. La Casa Blanca sacudida por una retahíla de contagios. Al menos tres senadores republicanos infectados. Buena parte de la cúpula del Pentágono en cuarentena. Pero el mensaje de Trump, respecto a una pandemia que ha costado más de 210.000 vidas estadounidenses, permanece inalterado: procede seguir con la vida normal y desoír las directrices marcadas por la ciencia. La lealtad al presidente pasa por el escepticismo ante la crisis sanitaria y la estrategia en la recta final de la campaña es prometer una vuelta a la normalidad.
“He aprendido mucho sobre la covid. Lo entiendo, lo comprendo”, dijo Trump en un vídeo que grabó en el interior del hospital Walter Reed, donde ingresó el pasado viernes. El lunes, cuando anunció que esa misma tarde abandonaría el hospital, escribió: “No tengan miedo de la Covid. No dejen que domine su vida”. Y este martes, desde la Casa Blanca, a la que llegó la víspera en una dramática puesta en escena, surcando los cielos rojizos del atardecer de Washington a bordo del Marine One, el presidente ha decidido, con la autoridad de quien tienen el virus en su sangre, volver a comparar la Covid-19 con la gripe estacional, una equiparación que realizó en los primeros meses de la pandemia y que, ante la alarma de los científicos y mientras las muertes se acumulaban en el país, había ya desterrado de su discurso.
“¡Se acerca la temporada de gripe! Cada año, muchas personas, a veces más de 100.000, y a pesar de la vacuna, mueren por la gripe”, ha tuiteado el presidente. “¿Vamos a cerrar nuestro país [por la amenaza de muertes por gripe]?”, ha añadido “No, hemos aprendido a vivir con eso, al igual que estamos aprendiendo a vivir con la Covid, en la mayoría de los territorios. ¡Es mucho menos letal!”.
Facebook ha eliminado el post del mandatario por contener información engañosa y Twitter ha acompañado la publicación con un mensaje en el que advertía de que era “información engañosa y potencialmente dañina”. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) estiman que el rango de fallecidos por la gripe en un año normal es de 34.000 a 43.000.
A la del presidente se sumaron otras voces republicanas, como la del senador Ron Johnson, que también dio positivo de Covid-19 la semana pasada y que habló de “un nivel de histeria injustificada”. “Desde el primer día”, siguió el legislador republicano por Wisconsin, “no deberíamos haber procedido con los cierres de actividad, debemos seguir adelante con nuestras vidas”.
La campaña de Trump ha evitado ofrecer indicios de una moderación de la actividad, procediendo con planes de mítines multitudinarios, donde en las últimas semanas los asistentes no han respetado las directrices federales de usar máscaras y mantener la distancia social. El vicepresidente Mike Pence, que ha dado negativo en su última prueba de diagnóstico, debatirá este miércoles con su rival demócrata, Kamala Harris, en Salt Lake CIty (Utah), y este martes se negaba a aceptar que se coloquen mamparas de plexiglás entre los candidatos. El jueves Pence estará haciendo campaña en Arizona. Y, por si había dudas, el propio Trump también ha tuiteado que espera con ansias el debate con el demócrata Joe Biden previsto para la semana que viene en Miami (Florida).
Voceado por la derecha mediática, el insólito escepticismo sobre la gravedad de la crisis sanitaria, que se intensifica paradójicamente justo cuando esta golpea al centro mismo del poder republicano, se ha convertido en un ingrediente básico de la cultura de lealtad a Trump. El contagio del presidente y el brote de casos en la Casa Blanca y en el partido han vuelto a colocar a la pandemia en el centro neurálgico de la campaña, puesto que en las últimas semanas se disputaba con el mensaje de ley y orden de los republicanos, la batalla por el Tribunal Supremo y las declaraciones de impuestos de Trump. Ese escenario con el foco en la pandemia es el que deseaban los demócratas, pero los republicanos no están dispuestos a asumir el coste político. Las señales lanzadas de este martes indican que Trump se dispone a pasar al ataque, una posición donde se desenvuelve mucho mejor que a la defensiva. La estrategia que se desprende es la de restar importancia a la amenaza del virus, para presentarse como el único candidato dispuesto a reabrir el país y salvar la economía.
Algunos en su campaña quisieron ver en la convalecencia de Trump una oportunidad de humanizarlo. Despertando la empatía en cierto electorado moderado, a través de una experiencia que ha tocado de cerca a millones de estadounidenses, el presidente disponía de una oportunidad para cambiar la narrativa de su gestión de una crisis sanitaria que había perjudicado, según los sondeos, sus opciones de reelección. Pero esa opción saltó por los aires con los mensajes emitidos por el presidente ya desde dentro incluso del hospital.
Mientras tanto, la ofensiva del coronavirus contra las instancias del poder en Estados Unidos continuaba este martes. Diversos miembros de la cúpula del Pentágono se han puesto en cuarentena tras haber estado expuestos al virus, después del positivo del vicecomandante de la Guardia Costera, el almirante Charles Ray, según el Departamento de Defensa. Entre ellos, el general Mark A. Milley y casi todo el Estado Mayor Conjunto que preside.
De la cuenta de Twitter del presidente salieron durante la mañana los habituales ataques a Joe Biden, a los medios y hasta a Michael Bloomberg, magnate de la comunicación y ex candidato en las primarias demócratas, que ahora ha invertido millones en una serie de anuncios contra Trump en Florida. “¡Me siento fenomenal!”, tuiteaba Trump, antes de que su médico lo confirmara. Otros doctores advierten de que el optimismo del presidente puede ser prematuro. Pero Trump ya está a otra cosa.
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