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Trump trata de retener el apoyo de las mujeres

Una mujer se hace una foto frente a una estatua que honra los derechos de la mujer, entre ellos el derecho al voto, en Central Park.CARLO ALLEGRI / Reuters

“¿Puedo pedirles un favor? ¡Mujeres de los barrios residenciales!: ¡¿Puedo por favor gustarles?!”. Es el ruego entre bromas y veras de Donald Trump en sus últimos mítines, conocedor de que con ese segmento de la población se juega la Casa Blanca el próximo 3 de noviembre.

Llueve a cántaros en Manheim Township, una de esas zonas residenciales de la periferia de las ciudades estadounidenses a las que se refiere Trump. El día está tan triste y oscuro como el ánimo de estas cuatro mujeres que residen en una urbanización a las afueras de Lancaster (Pensilvania), uno de los Estados decisivos para la victoria electoral. En tiempos de covid-19, la lluvia obliga a improvisar techados para poder juntarse y conversar fuera de los hogares. La pandemia no ha dejado nada sin trastocar.

Amelia Miller siente como un insulto que el presidente pida el voto de mujeres como ella. “Pero será el último”, asegura con determinación. Miller, de 53 años, se arrepiente ahora de no haber votado a Hillary Clinton en la anteriores elecciones, porque creyó que un hombre de negocios ajeno al “sucio” mundo de la política de Washington podría darle un vuelco al país. “El vuelco se lo ha dado, de eso no hay duda”, ironiza esta profesora de Teología que dejó la enseñanza para dedicarse a sus dos hijos, ahora ya mayores.

Ni Miller ni sus amigas se identifican con la América de Trump. No es su América. “Y cuatro años más de este presidente pueden dejar al país al borde del abismo”. Es la opinión de Donna Hall, de 48. Y la de Evelyn Nguyen, de 49, que aunque cree que el país tiene unas instituciones lo suficientemente sólidas como para sobrevivir a un segundo mandato de Trump, “la herida en lugar de sanar se haría más profunda, iríamos hacia atrás”. De todas ellas, la única que no votó por Trump fue Heather Moore, aunque tampoco lo hizo por Clinton. Moore, de 51, votó por el candidato del Partido Libertario, un desconocido Gary Johnson.

Hay tres cosas que estas cuatro mujeres tienen en común. La primera: su rechazo a Clinton en 2016. “No me gustaba, aunque visto lo visto, quizá hoy la echo de menos”, dice Nguyen. Puede que en el futuro las bibliotecas de las universidades estén llenas de tomos de tesis doctorales sobre el rechazo, incluso odio, que la antigua primera dama produjo en muchas mujeres.

El segundo elemento que une a estas mujeres es que casi todas ellas votaron a Trump y hoy están muy arrepentidas. Hablan de “penitencia”. “Si yo hubiera sabido que…”. Y el tercero, que están todas movilizadas para evitar que Trump vuelva a ser presidente de Estados Unidos y piden el voto para Joe Biden.

“Me paso el día haciendo llamadas para pedir el voto por Joe”, explica Hall, que tiene mucho tiempo libre desde que el último de sus tres hijos se fue a la universidad. Hall viene de cargar su coche de carteles con el nombre de Biden y Harris para colocar en los jardines de las urbanizaciones cercanas.

Ninguna de estas mujeres se ha convertido en una apasionada del Partido Demócrata pero tienen claro que “cualquiera es mejor que Trump”. Todas forman parte de un nuevo universo que está carcomiendo al partido de Abraham Lincoln. Son los conocidos como Votantes Republicanos Contra Trump.

Ese rechazo no existía en 2016, cuando los sondeos a pie de urna señalaron que el 52% de las mujeres blancas habían dado su bendición al magnate neoyorquino frente al 4% del voto negro femenino o el 25% de mujeres latinas. Fueron las zonas residenciales las que propulsaron la victoria de Trump, con las encuestas asegurando que ganó en esas áreas por un margen de cuatro puntos. Hoy, en los llamados Estados pendulares, los sondeos apuntan que el mandatario ha perdido el apoyo de estas votantes. Biden aventaja en 23 puntos a su rival en el respaldo de las mujeres de las urbanizaciones periféricas en esos Estados, según un sondeo reciente del diario The New York Times y Siena College.

Entre los hombres, la carrera está casi igualada. Solo hay un voto femenino que parece incondicional al presidente Trump, el fenómeno conocido como las Karen. Se trata de un término que se ha hecho popular para referirse a un tipo muy concreto de mujer blanca de clase media que cree que sus privilegios en la vida le dan derecho a comportarse de una manera muy determinada, con una actitud de superioridad. Un ejemplo podría ser la mujer que hace unos meses llamó a la policía en Nueva York porque un hombre negro le recriminaba que no llevara atado al perro en Central Park y eso le hacía sentirse, a ella, amenazada. O la mujer que no duda llamar al encargado del restaurante para denigrar al camarero.

Los comentarios de Trump respecto a las mujeres han sido habitualmente calificados como vulgares y machistas. Así era en 2016 y así es ahora, aunque ninguna de estas cuatro mujeres del extrarradio lo menciona. Las mujeres que le critican o tienen posiciones distintas como rivales políticas son consideradas a sus ojos “desagradables”. Y tras enfermar de coronavirus, el republicano regresó a la campaña ofreciendo “besos a las mujeres hermosas”. Sí juega en su contra, sin embargo, la gestión de la pandemia, que ha provocado una caída de la participación de las mujeres en el mercado laboral, ha forzado a muchas de ellas a lidiar con las facturas médicas y a hacer frente a la educación a distancia de sus hijos.

“A las mujeres de la periferia les digo que sé que les gusta la política que hago, pero no mi personalidad”, repitió sin cesar el presidente en un mitin en Georgia. “Y yo les digo que no se preocupen por mi carácter y tengan en cuenta que yo he conseguido que estén seguras”. Ese es el mantra de Trump: un mensaje de ley y orden que garantice a esas mujeres privilegiadas que sus casas con perfecta valla blanca no vayan a ser asaltadas por activistas antisistema de Antifa o manifestantes que claman a favor de los derechos de los negros.

Una gran farsa

“No sé cómo no me di cuenta antes”, se lamenta Miller. “Todo es una gran farsa”, prosigue mientras camina por el campo de Lancaster, que siempre sorprende con el toque pictórico que aporta la gran comunidad amish que vive en esa parte de Pensilvania. “Hubiera deseado que estos cuatro años no hubieran pasado”, confiesa Nguyen. Cada una de estas mujeres tocó fondo con la Administración de Trump en un momento distinto. Aunque una vez enumerados, todas los aceptan como propios. Para una fue cómo Trump reaccionó a la muerte del senador republicano John McCain, negándose a poner a media asta las banderas de la nación. Para Miller, sin duda, ha sido el manejo de la pandemia, con más de 217.000 muertos, y su negativa a escuchar a los expertos. “De alguna manera”, dice Miller, “es como si esos muertos los lleváramos sobre nuestras conciencias”.

Moore vivió un punto de no retorno con la muerte de George Floyd a manos de la policía en mayo en Minneapolis. “Esos 8 minutos y 46 segundos de ‘no puedo respirar’ son nuestra vergüenza como sociedad”. Todas coinciden en que Trump ha resultado ser un mentiroso patológico que no va a dudar en manipular el sistema para lograr ser reelegido. “No cree en la democracia, es un dictador que quiere estar de por vida en la Casa Blanca”.

“Mi pastor me decía que Trump había sido enviado por Dios para salvarnos”, explica Miller. “Ya no es mi pastor”, confiesa. “Mi Dios no mandaría a un déspota, a un dictador, a salvar a nadie”.

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