(RFI).- Para el presidente de Turquía, el islamista Recep Tayyip Erdogan, los procesos electorales son algo que le insufla vida, le dan fuerzas para seguir dominando los resortes del poder tras más de dos décadas al frente del país.
No es en las reuniones con altos dignatarios ni en las negociaciones entre partidos donde -pese a su habilidad- se encuentra más cómodo: es ante el público entregado, en multitudinarios mítines, en pequeños encuentros con los votantes, en esa conexión con el pueblo, donde este mandatario, que comenzó a forjar su carrera en los niveles más bajos de la política y que cada vez se ha hecho más autoritario, se siente en su salsa.
En cada campaña electoral, que en Turquía se prolongan durante más de un mes, ofrece dos o tres mítines por día. Una vez tras otra, las urnas le habían correspondido con victorias.
Desde la fundación en 2001 de su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), una escisión algo más moderada del movimiento islamista en el que militaba desde su juventud, la formación liderada por Erdogan había ganado todas las citas electorales: siete legislativas, cuatro municipales, tres presidenciales y tres referéndums. Esa historia de amor entre Erdogan y las urnas tuvo este domingo 31 de marzo, sino un final, sí “un punto de inflexión”, en palabras del propio mandatario.
“Nadie se esperaba una victoria así”
El AKP cayó derrotado ante el Partido Republicano del Pueblo (CHP), la formación centroizquierdista y laica creada por el fundador de la Turquía moderna, Mustafa Kemal Atatürk. Un partido que no ganaba unas elecciones en voto popular desde 1977, si bien ya se había hecho con las alcaldías de Ankara y Estambul en 2019, tras cinco lustros de control islamista.
En las elecciones municipales de este domingo, en cambio, el CHP obtuvo el 37,7 % de los votos a nivel nacional, dos puntos más que el AKP.
Se trata de un resultado sorprendente. “Nadie se esperaba una victoria así”, afirmó el experto en demoscopia Özer Sencar en el medio online Medyascope. Su empresa de encuestas daba ganador a varios candidatos del CHP pero no en tantas provincias ni con tanto margen: por ejemplo, en la capital, Ankara, el alcalde centroizquierdista se ha impuesto con casi un 30% de ventaja; en Estambul, donde las encuestas preveían un resultado ajustado, por 11 puntos.
En las últimas décadas, el CHP se había ganado -con razón- la imagen de un partido elitista, sólo preocupado por las inquietudes de las clases altas. Erdogan, como muchos otros líderes populistas, se presentaba como representante del pueblo llano y piadoso, frente a unos dirigentes de la centroizquierda occidentalizados a los calificaba de “monser”, una palabra despectiva turca derivada del francés “mon cher” y que venía a significar que son tan ajenos a la cultura local que adoptan los modos de otros países.
Esta vinculación tan directa que hace Erdogan entre clases bajas y personas religiosas, si alguna vez fue cierta, hace tiempo que no lo es.
Bajo su mandato, ha surgido una burguesía islamista que utiliza la religión precisamente para justificar su posición social y evitar protestas, lo que ha terminado alejando a mucha gente de ese islamismo que, décadas atrás, cuando no tenía poder, prometía un gobierno justo.
Así, el CHP no sólo ha ganado en sus tradicionales bastiones del oeste del país o la costa mediterránea. Ha vencido en las provincias mineras del norte, en las empobrecidas del noreste y en multitud de localidades de la Anatolia interior, en algunas de las cuales había gobernado la derecha desde la década de 1950.
Es decir, el CHP gobernará en municipios que acumulan el 60% de los 86 millones de habitantes de Turquía, mientras que los ayuntamientos del AKP sólo suman el 26 % de la población.
La centroizquierda ha logrado esta victoria pese a que la coalición con varios partidos de derecha y el apoyo tácito de la izquierda kurda -la formula utilizada en las locales de 2019 y las presidenciales de 2023- se había disuelto y cada cual se presentaba por su cuenta.
Ha tenido que ver mucho en ello el proceso de reforma del propio partido iniciado hace más de una década, para devolver la formación a la senda socialdemócrata y los cambios hacia un liderazgo y unos candidatos más jóvenes emprendidos hace pocos meses.
La inflación pasa factura a Erdogan
Pero en la derrota del partido de Erdogan también tiene que ver mucho la situación económica. “La economía y los jubilados han sentenciado los resultados”, tuiteó el periodista Cem Küçük, muy cercano al gobierno de Erdogan.
Tras un largo periodo de mala gestión económica, la inflación lleva dos años disparada, con los precios doblándose cada año. Actualmente, la tasa está en el 67%.
Esto hace que mucha gente no pueda llegar a final de mes, especialmente los jubilados, cuya pensión media es incluso inferior al salario mínimo de 500 dólares, con el cual ya resulta prácticamente imposible vivir en las grandes ciudades turcas.
De hecho, aunque la participación fue del 78,5%, fueron 6 puntos menos que en las pasadas elecciones, y los analistas creen que fueron votantes del AKP que decidieron quedarse en casa.
Erdogan debilitado también por la derecha
Otra de las causas de la derrota del partido gobernante ha sido que sus socios de la ultraderecha, allá donde no se han presentado en coalición con el partido de Erdogan, le han birlado varios ayuntamientos de importancia.
Es el caso del Nuevo Partido del Bienestar (YRP), fundado por Fatih Erbakan, hijo del mentor político del presidente y que, si bien en 2023 apoyó la candidatura de Erdogan a las presidenciales, esta vez ha decidido ir por su cuenta con una campaña centrada en la crítica de la corrupción y mala gestión del AKP.
Así, le arrebató dos capitales provinciales, una de ellas Sanliurfa, octava mayor ciudad del país, y en otras provincias le quitó una buena porción de los votos. A nivel nacional, el YRP se convirtió en el tercer partido más votado, con el 6 % de los sufragios, ligeramente por delante de la izquierda nacionalista kurda.
“A partir de esta noche la democracia se extenderá desde Saraçhane (sede del Ayuntamiento de Estambul) a las plazas, a las calles, a las universidades, a los cafés y a los comedores municipales”, dijo el alcalde de la metrópolis turca, Ekrem Imamoglu, quien tras repetir victoria se postula como candidato a futuro líder de la oposición.
Erdogan, por su parte, reconoció que los resultados “no son los esperados” y que su partido deberá “sacar lecciones” de ellos, pero subrayó que lo ocurrido demuestra “la madurez” de la democracia turca.
Bajo su mandato, en especial en la última década, la democracia en Turquía se ha resentido, el presidente ha concentrado el poder en sus manos, la libertad de prensa ha sido restringida, la judicatura dista mucho de ser independiente y numerosos opositores están entre rejas.
Sin embargo, es cierto que, al contrario que en otros países autoritarios como Rusia o Azerbaiyán, las elecciones siguen siendo sagradas. No se desarrollan en un contexto justo porque Erdogan utiliza los recursos del Estado para actos del partido y los medios de comunicación están escorados a su favor. Pero sí que son mayormente libres.
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