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Ucrania, capital Madrid



Teodoro García Egea, el jueves durante la rueda de prensa en la sede del PP de la calle Génova en Madrid.Andrea Comas

Llevará tiempo calibrar la magnitud del cráter abierto en el Partido Popular porque en política, como en las guerras, uno sabe cuándo aprieta el botón nuclear, pero no dónde termina la nube tóxica de consecuencias. Aunque vayan con máscaras antigás, esta batalla tiene poco que ver con contratos de mascarillas de pandemia. Si acaso, esa fue solo la excusa para detonar una lucha por el poder del primer partido a la derecha, en adelante sin tregua aparente. Isabel y Pablo, la familia camino del frente, con Teodoro en medio.

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A un lado, los llamados fontaneros, se especula que hambrientos de munición con la que hundir a Isabel Díaz Ayuso por el temor atroz a su fuerza como baronesa. “¿Usará cremas, a lo Cifuentes?”, barruntó quizás algún soldado de leva. La Ayuso de la mayoría abrumadora, de los aplausos de la gente o los selfis, discípula sobrevenida de José María Aznar, la rebelde que contiene a Vox fuera del Gobierno. En definitiva, la esperanza real de la derecha para dar un manotazo a Pablo Casado si este no logra hacerse con La Moncloa en breve.

Al otro lado, la presidenta de Madrid, apuntando a Génova 13 sin miramientos. La misma pose con que antaño disfrutaba disparando a Pedro Sánchez desde el atril de la Puerta del Sol. Ayuso tirando ahora contra un liderazgo débil: el que arrastra Casado con sus golpes de volante frente a la ultraderecha. Ese PP nacional que hasta aplicó en Castilla y León la estrategia exitosa de la baronesa en el 4-M. Decid que os quiere arruinar la izquierda, cambiad bares por macrogranjas… Y sale horrible: Vox está ya tan fuerte como para exigir carteras.

Así que Ayuso lanzó el obús, displicente, sabedora de su fuerza electoral salvavidas, y que solo podría herirla si se probara irregularidad en lo del contrato del hermano. “Depurar responsabilidades”, dijo. ¿A quiénes? Pregunten a Esperanza Aguirre por los chiquilicuatres a los que se refirió hace meses. Tampoco Almeida se dio por aludido en aquel bombardeo. O quizás tendrá que ver el bloqueo de la presidenta al WhatsApp de García Egea. Este jueves solo dimitió Carromero. Al fondo, Álvarez de Toledo, otra víctima de guerra.

Pero la contienda es ya por aniquilación del otro, y a saber si Ayuso llegará ilesa a presidir alguna vez el PP de Madrid. Ahí nació esta pugna, gestada de lejos. Si la baronesa asentaba mando en plaza, cogía poder orgánico y reclutaba a fieles, igual se venía arriba y tumbaba al jefe, como no consumó Aguirre en su día. Cómo imaginar que encontraría una mina en su trinchera, al ser Ayuso expedientada por deslealtad al partido.

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Aunque la historiografía nuclear enseña que cuando dos se rearman tan fuerte, tiende a improbable que pulsen el botón rojo, ante el riesgo de devastación mutua. Si Casado cree que ganará sin su activo más carismático, se equivoca: el PP es hoy un reino de taifas sostenido por sus barones y no por su errática estrategia. Si Ayuso piensa que Madrid goza de las ventajas del resto de España, que se dé una vuelta donde no están las principales empresas, o el Estado central, a ver qué discurso formula donde no pueda bajar impuestos.

Si bien la bomba ha estallado ahora porque no parecía posible mantener más la coexistencia pacífica, o porque convenía hacerlo en este preciso momento. Así que vuelve el PP viejo, turbio, empañando la imagen de ese que llaman nuevo. Exhala Sánchez, tras el batacazo de la izquierda el domingo. Ríe Vox, que se nutre de la degradación del centroderecha. Y Casado, ¿buscará el armisticio si sobrevive? O, mejor dicho: ¿es que alguien piensa que la presidenta se dará fácilmente por rendida?

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