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Ucrania patrulla la zona contaminada de Chernóbil ante la amenaza rusa

Soldados del Ejército ucranio patrullan la frontera entre Bielorrusia y Ucrania.
Soldados del Ejército ucranio patrullan la frontera entre Bielorrusia y Ucrania.María Sahuquillo

Las pisadas de los soldados en la nieve y el susurro de los copos al caer, gordos y jugosos como gominolas, es casi lo único que se escucha en los tenebrosos caminos del área de exclusión de Chernóbil. Con un medidor de radiación prendido a la solapa del traje de camuflaje y sus fusiles al hombro, una pequeña patrulla de la guardia fronteriza ucrania avanza a pie a través de destartaladas aldeas, carreteras desangeladas y casas abandonadas a toda prisa tras el accidente de la central nuclear en 1986. El área que rodea la instalación —con el siniestro sarcófago que recubre el reactor 4, cuya explosión provocó la mayor catástrofe nuclear de la historia— es aún una de las zonas más contaminadas del mundo. Y además de conformar un punto estratégico para Ucrania, Chernóbil queda en la ruta más corta en caso de una invasión desde Bielorrusia. “Esto es suelo ucranio y por seguridad nacional debemos vigilarlo y protegerlo”, remarca Oleh, un recluta de ojos azules y pecosa cara de niño. Tiene 20 años y está haciendo el servicio militar.

Como Oleh, ninguno de los tres miembros de la patrulla a la que EL PAÍS acompaña por la lúgubre zona de exclusión habían nacido cuando la tragedia de Chernóbil sacudió el mundo. Ahora, con la concentración de tropas rusas en torno al flanco oriental de Ucrania, que ha elevado la alarma de Estados Unidos y la OTAN sobre otra posible invasión rusa, y el desarrollo en territorio bielorruso de intensas maniobras militares de fuerzas de Minsk y Moscú que lanzarán su multitudinaria segunda fase este jueves, el Gobierno de Volodímir Zelenski trata también de reforzar los puntos estratégicos de su frontera con Bielorrusia, hasta hace poco bastante descubierta. Y eso incluye la conocida como zona de exclusión de Chernóbil, un perímetro de unos 30 kilómetros a la redonda en torno a la central, decretado a toda prisa por las autoridades soviéticas tras el accidente para tratar de aislar la letalidad de las partículas radiactivas que aún se hallan en el suelo y que harán inhabitable mucho de ese terreno cientos de años, señala Ludmyla Chehonya, del departamento de Turismo.

Una noria abandonada en la ciudad de Prípiat, que nunca se llegó a inaugurar y ha quedado como uno de los símbolos de la catástrofe nuclear.María Sahuquillo

Altos cargo del Ejército ruso, entre ellos el jefe del Estado Mayor, Valeri Gerasimov, han llegado este miércoles a Bielorrusia, en otra muestra del músculo militar que exhibe el Kremlin. El país gobernado con puño de acero por el líder autoritario Aleksandr Lukashenko, cada vez más dependiente de Moscú, está solo a una decena de kilómetros del sarcófago del reactor 4. Ahora, nuevas patrullas de la guardia fronteriza y la policía del distrito se han añadido a los efectivos que ya vigilaban esos 2.600 kilómetros cuadrados, conocidos como La Zona. Es una cuestión de seguridad, comentaba el pasado viernes el ministro de Defensa, Oleksii Reznikov, que pese a las constantes alertas de Washington insiste en que no hay información que indique que Rusia vaya a lanzar un ataque pronto. Que la de Chernóbil sea una ruta de incursión posible desde el norte no significa que sea la más probable, insistía el ministro.

Un soldado ucranio inspeccionaba una vivienda abandonada en una aldea de la zona de exclusión de Chernóbil.Maria Sahuquillo

Toda la zona de la frontera con Bielorrusia, que tiene también su propia zona de exclusión, es rica en terreno forestal y pantanoso, explica Mykola Ustimenko, de la Guardia Fronteriza de la zona de Orane, lo que hace complicado imaginar una incursión desde allí y un escenario en el que Chernóbil se convierta en una gran trinchera. Ustimenko, de 35 años, se sacude la nieve del uniforme impoluto mientras recalca que el número de patrullas que vigilan La Zona es un dato secreto, aunque insiste en que son “suficientes”. En caso de invasión, dice el militar, “los guardias fronterizos defenderán el perímetro y retendrán la ofensiva hasta la llegada del Ejército regular, reservas de combate con armas y equipos adecuados, que están desplegados muy cerca”.

En La Zona todo tiene un aire como intemporal. En una de las aldeas cerca del río Veresnya, la maleza entra en las casas y algún árbol se ha movido hasta atravesar el suelo de madera que en otro tiempo pisaron sus habitantes. En la nieve se ven pequeñas huellas de algún animal y un ruido atraviesa el denso silencio. “Quizá sea un perro. O el viento”, dice el recluta Oleh. Tras el accidente, en apenas unas horas y sin decirles a dónde irían y que probablemente no volverían jamás, las autoridades soviéticas evacuaron a unas 91.000 personas. Algunos salieron con lo puesto y nunca regresaron.

Una catástrofe que pervive

La vida en aquel pueblo y en otros muchos cambió para siempre el 26 del abril de 1986 a la 1.27 de la madrugada. A esa hora explotó el reactor número 4 de la central de Chernóbil en la antigua Unión Soviética —hoy Ucrania—. La central ardió durante 10 días y las partículas invisibles que liberó a la superficie contaminaron 142.000 kilómetros cuadrados en el norte de Ucrania, el sur de Bielorrusia y la región rusa de Briansk. La lluvia radiactiva llegó aun más lejos. Las consecuencias de la catástrofe aún perviven.

La tragedia ha causado miles de muertos desde entonces. En el año 2000, el Comité Científico sobre los Efectos de la Radiación Nuclear de la ONU reportó 30 muertos en su primer estudio sobre el accidente de Chernóbil: operarios, ingenieros, policías o bomberos que formaron el cuerpo de los llamados liquidadores, encargados de extinguir el incendio y atajar sus consecuencias. Otro informe elaborado cinco años después por expertos de la ONU, de la Organización Mundial de la Salud y del Organismo Internacional de la Energía Atómica cifró las víctimas mortales en 4.000; y resaltó que con toda probabilidad fallecerían otras 5.000 un lustro después por enfermedades relacionadas con la radiación.

Monumento y plataforma de observación de sarcófago de Chernóbil, que cubre los restos del reactor 4.María Sahuqillo

El líder de la patrulla, Konstantín, afirma que vigilar La Zona no es peligroso porque cada turno y cada soldado están muy controlados. Además, después de cada servicio, se pasa un análisis de radiactividad en una instalación que aún rezuma aroma a la época soviética. “Revisamos con frecuencia el nivel de radiación con los medidores que llevamos y si supera los limites permisibles, el destacamento abandona lo más rápido posible el área y la cubre desde una distancia segura”, afirma el joven, de 21 años. Esa cobertura incluye la vigilancia con drones como el que maneja Andriy, con el que la guardia fronteriza da apoyo a las patrullas en el terreno y observa desde el aire zonas demasiado contaminadas para recorrerlas a pie o en coche.

Tras el accidente, el resto de los reactores siguió en funcionamiento algunos años, hasta que se clausuró la central. Pero el sarcófago y las instalaciones requieren vigilancia y mantenimiento, y los trabajadores que se ocupan de ello viven en la ciudad de Chernóbil, restringida a esos servicios esenciales. Hace un par de años, además, el Gobierno ucranio puso en marcha un programa de visitas turísticas a la zona, que despuntó tras el estreno de la serie Chernobyl, de HBO, y que ofrece tours organizados dentro de un circuito cerrado.

Más allá de esos aficionados al turismo de catástrofes, el acceso está prohibido. Aunque unas cuantas personas, en su mayoría muy mayores, volvieron a sus casas unos años después de la tragedia y allí siguen, no han querido dejarlas, explica Chehonya, del departamento de Turismo. Hasta hace poco, los llamados merodeadores, que entraban a robar chatarra para luego venderla, los recolectores ilegales de setas y algún que otro mentecato que trataba de adentrarse fuera del circuito turístico por curiosidad eran el mayor peligro en el área contaminada.

Una antigua atracción de coches de choque en Prípiat.María Sahuquillo

Aunque a algunos pueda parecerles extraña la necesidad de reforzar la seguridad de la zona de Chernóbil —¿quién querría atravesar un territorio contaminado por la radiación?—, toda el área se considera parte de la infraestructura crítica del Estado y una zona problemática que requiere mayor control, explica al otro lado de teléfono Serguéi Krivonós, general en la reserva y subsecretario del Consejo de Seguridad Nacional de Ucrania hasta 2020. Además, el Gobierno ucranio ha definido otros 700 objetos de importancia crítica —algunos por peligrosos— que necesitan una seguridad fortalecida, apunta el exsubsecretario del Consejo de Seguridad Nacional. “La pregunta es hasta dónde podemos cubrir todos los objetos. Es necesario establecer prioridades: en primer lugar, para proteger aquellos que pueden dañar al Estado si quedan fuera de servicio”, señala Krivonós.

En la otrora espléndida ciudad de Prípiat, que una vez presumió de ser la guinda del desarrollismo soviético y la más nueva y glamurosa de la URSS, los edificios abandonados y grises provocan una inmensa desazón. La enorme y oxidada noria y un recinto metálico con amarillentos cochecitos de choque, corazón de lo que iba a ser un novedoso parque de atracciones, ha quedado como el caparazón de lo que pudo ser y no fue en la ciudad que entonces tenía 43.000 habitantes. El accidente se produjo el 26 de abril, así que la inauguración de esa zona de juegos, el 1 de mayo, día del Trabajo y gran fiesta en la URSS, nunca tuvo lugar. Por las calles desiertas, mientras el sol empieza a ocultarse, se ha desplegado un grupo de militares. Algunos observan en solemne silencio. Un par hace fotos con el móvil antes de apresurar el paso. Preparan para el día siguiente maniobras militares con otras fuerzas de seguridad ucranias a las que están invitados altos cargos, diplomáticos de varios países y la prensa. Coincide casi con el 52º aniversario de la fundación de Prípiat .

La postapocalíptica Prípiat es, quizá junto al sarcófago del reactor 4, el punto más célebre de toda la zona y se ha convertido en el símbolo de la tragedia. Pero todo Chernóbil emana una lección que suena a una realidad todavía posible. La de las mentiras, la ocultación, la propaganda y las noticias falsas. En ese caso, las del aparato de la URSS, que silenció durante días al mundo la catástrofe y que buscó a toda costa tapar el problema. Las consecuencias del suceso, sin embargo, fueron tremendas para las arcas soviéticas, ya muy mermadas. Algunos creen que el desastre aceleró el colapso de la URSS, que se desmoronó en 1991 pero cuyos cimientos parecen seguir a veces cayendo hasta hoy.

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