Boris Johnson y Volodímir Zelenski, el pasado abril en Kiev.STRINGER (AFP)
El jueves fue un día triste para los ucranios. En esta ocasión no solo lo fue por la amenaza constante de las bombas rusas, lo fue porque el primer ministro británico, Boris Johnson, anunció que dimitía del cargo. Para muchos en el Reino Unido y en Europa, Johnson es un populista y un embustero, pero no en Ucrania. Volodímir Zelenski, presidente del país, habló con él por teléfono para expresarle la tristeza “de toda la sociedad ucrania”.
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El Reino Unido es el segundo donante internacional de armas para Ucrania, aunque muy por detrás de Estados Unidos —23.800 millones de euros—. El Gobierno de Johnson ha comprometido hasta ahora ayuda militar valorada en 3.800 millones de euros, según el Instituto de Kiel para la Economía Mundial (IfW). La Unión Europea es el principal apoyo financiero mundial para Ucrania, pero en una sociedad con un espíritu bélico tan vivo, los discursos sin pelos en la lengua del primer ministro británico contra Rusia se han ganado las simpatías de los ucranios. “No tenemos duda de que Gran Bretaña preservará su apoyo, pero su liderazgo personal y carisma le han hecho especial”, le dijo Zelenski.
La relación entre Johnson y Zelenski es muy fluida, con contactos telefónicos por lo menos una vez por semana. La agencia Reuters detalló que el líder británico había ido más allá de sus competencias estrictas en la esfera nacional y había mediado regularmente con otros países e instituciones para hacer llegar material militar a Ucrania. Pero sobre todo hay algo en el carácter bufón de Johnson que enamoró a los ucranios, mayores y jóvenes, de izquierdas y de derechas. “Los ucranios están tristes”, confirmaba el jueves Katia Shmorhun, abogada de 36 años de Kiev durante un paseo por el centro histórico de la capital: “No es tanto por las armas que nos ha facilitado como por su actitud. Frente al talante más dialogante con Rusia de Francia y de Alemania, o el discurso cada vez más moderado de Joe Biden [presidente de Estados Unidos], Johnson hablaba sin tapujos”. Oleksandr Scherba, diplomático ucranio con una larga experiencia en la UE, escribió en Twitter que dudaba de que Johnson hubiera sido tan beligerante contra Rusia si el Reino Unido hubiera formado parte de la UE.
The Economist ha titulado su portada de este viernes resumiendo el adiós de Johnson como “la caída de un payaso”. El mismo día, en la cafetería Zavertailo de Kiev no daban abasto sirviendo los pasteles Johnsoniuk, un postre dedicado al primer ministro. El dulce, delicioso, es una pequeña tarta de manzana y canela coronada con una capa de merengue y una cucharada de helado de vainilla que representan el cabello rubio y despeinado de Johnson. En 15 minutos del mediodía, durante la visita de , ya se habían vendido una docena de unidades. La encargada del local explicó que cuando lo anunciaron como novedad hace tres semanas, se convirtió enseguida en el producto más vendido, “superando incluso a nuestro famoso croissant de almendras”.
El cosaco Boris
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Marina Tsarenok, psicóloga, clienta de la cafetería Zavertailo y fan del Johnsoniuk, admitía preocupación por el relevo de Johnson: “Más que por la cantidad de ayuda que recibimos, es porque quien le suceda, seguro que no será tan claro hablando”. Tsarenok explicó que había leído en las cadenas de Telegram rumores que apuntaban a que su renuncia era “una conspiración rusa”, pero ella no lo creía. El furor por Boris Johnson en Ucrania no termina en un pastelito: la comunidad cosaca de Chernihiv le nombró oficialmente cosaco con el nombre de Boris Chuprina —el chuprina es el tradicional flequillo cosaco, por lo que la traducción sería Boris Flequillo Largo—; en Dnipró, una de las mayores ciudades de Ucrania, hay una iniciativa ciudadana para rebautizar una avenida con su nombre y en Vasilkiv, al sur de Kiev, renombrarán el paseo fluvial con el nombre de Johnson.
“Para mí es un héroe, no solo por la ayuda que nos ha dispensado sino por cómo se ha comportado, sin miedo, como un hombre de verdad”, afirmaba la maestra de escuela Svetlana Kiyenko durante un paseo de vacaciones por la capital ucrania. Kiyenko aseguraba con visible pesar que el jueves estuvo triste por su dimisión. “Es que incluso la segunda visita que realizó a Kiev [el pasado junio], la hizo para huir de los problemas que tenía en su país”, opinaba por su parte Shmorhun, y añadía que tiene conocidos en Inglaterra que, cuando le defiende, le repiten que “es un mentiroso y un segundo Donald Trump”. “Pero a mí me gusta cómo es, que entre en una tienda y se presente con un ‘hola, soy Boris”, comentaba esta joven de Kiev. El futuro inquilino en el número 10 de Downing Street lo tendrá difícil para conquistar los corazones ucranios como el cosaco Boris Flequillo Largo.
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