A pesar de sus 48 años, Adrien Brody ha vivido casi tantas vidas como cualquier otra vieja gloria de Hollywood que se precie. La primera tuvo lugar tres décadas atrás, cuando se mudó siendo un adolescente a Los Ángeles y buscó durante años una oportunidad para demostrar que podía ser algo más que un secundario meritorio. La segunda llegó en 2002, con el Oscar ganado por El pianista —sigue siendo el actor más joven de la historia en alzarse con la estatuilla— y su súbita ascensión al olimpo de la meca del cine con El bosque o King Kong. Después saborearía su lado más ingrato, moviéndose entre producciones de bajo presupuesto que parecían dar por amortizada su carrera y con el único auxilio de los papeles que le reservaba su inseparable amigo Wes Anderson (La crónica francesa). A la actual podríamos denominarla de cuarta venida, apoyándose en algunas de las series de mayor éxito de la parrilla (Succession, Tiempo de victoria) para reclamar su estatus de privilegio en la industria. Un renacimiento que, sin embargo, no tiene la interpretación como principal hilo argumental, sino dos apasionados romances de diferente cuño.
“Diría que la pintura fue mi primer amor”, confiesa el actor, que ha abierto recientemente las puertas de su estudio particular a The New York Times. Hijo de artistas —su padre, Elliot Brody, es pintor e historiador, y su madre, Sylvia Plachy, es una fotógrafa cuya obra ha sido expuesta en el MOMA—, los lienzos fueron tan protagonistas durante su infancia que la pintura acabó convirtiéndose en su pulsión artística primigenia. Solo después de que sus inexpertos bocetos fueran rechazados y se le negara la admisión en una prestigiosa academia de artes visuales de Nueva York, decidió apostar por inscribirse en una escuela de interpretación en la que sí le habían aceptado. “Es verdad que la pintura me toca bastante de cerca desde una edad muy temprana”, confesó en una entrevista ofrecida a la revista ICON, elucubrando incluso con su incierto futuro si aquel porfolio hubiera recibido el visto bueno del tribunal de selección: “Quizá́ estuviera pintando, sí, y muriéndome de hambre”.
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Brody volvió a los pinceles hace unos ocho años, cuando los grandes papeles de Hollywood empezaron a ir a parar a otros candidatos de más actualidad. Su obra pictórica ha sido expuesta este tiempo en diferentes galerías de Estados Unidos y siempre que se ve obligado a rodar fuera de su ciudad natal, Nueva York, instala un estudio improvisado en el que seguir alimentado su vocación entre escena y escena. Esa profunda pasión que demuestra en cada una de sus facetas fue la que terminó de conquistar el corazón de Georgina Chapman, su pareja durante los dos últimos años y la responsable de renovar la ilusión y anhelos más íntimos del actor, al que califica de “inusual e interesante”.
Aunque hoy su relación está más que afianzada, el romance de Adrien Brody y la fundadora de la marca de moda Marchesa fue uno de los más comentados del Hollywood reciente. A finales de 2017 la británica saltó a los titulares de la prensa generalista tras disolver su matrimonio de diez años con Harvey Weinstein, el productor cinematográfico condenado por violación y otros delitos sexuales. “Mi corazón está roto por todas las mujeres que han sufrido un tremendo dolor debido a estas acciones imperdonables”, alegó en el comunicado en el que anunciaba su divorcio del empresario y padre de sus dos hijos. Brody, siempre discreto y celoso de su intimidad a pesar de haber salido con actrices como Elsa Pataky o January Jones, se convertía por primera vez en carne de tabloide.
Ni el apoyo explícito de figuras tan influyentes en la industria como el de editora de la revista Vogue Anna Wintour —”una persona no debe hacerse responsable de las acciones de su pareja”, adujo— o el de estrellas como Scarlett Johansson, pudo salvar a la marca del golpe reputacional sufrido por el escándalo. Teniendo en cuenta, además, que actrices como Jessica Chastain o Jennifer Aniston habían desvelado que el infame empresario las había presionado para que lucieran sobre la alfombra roja los diseños de su exmujer. “Humillada”, la diseñadora de 45 años se alejó del foco mediático hasta que, en un viaje a Puerto Rico con motivo de la presentación de una colección de moda de baño de la modelo Helena Christensen, retomó una vieja amistad con Adrien Brody que no tardó en mutar en romance. “La vida funciona de maneras misteriosas, digámoslo de esa manera”, evocó el actor en la revista GQ refiriéndose a su relación.
Además de compartir vivienda en un exclusivo barrio de Brooklyn, la pareja no ha tenido reparos a la hora de posar juntos en todo tipo de eventos. El último, hace apenas unos días con motivo de la premiere de Tiempo de victoria, la nueva serie de HBO Max que relata el auge de la dinastía de Los Angeles Lakers y en la que Brody da vida al legendario entrenador Pat Riley. El futuro profesional del neoyorquino se antoja tan excitante como el personal. Además del próximo estreno de Blonde, el esperadísimo biopic sobre Marilyn Monroe (Ana de Armas) en el que da vida a un trasunto del dramaturgo Arthur Miller, el actor rueda actualmente Ghosted, un thriller de acción en el que comparte protagonismo con la propia De Armas y Chris Evans. Quizá la quinta vida de Adrien Brody esté más cerca de lo que pensamos.
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