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Un Barça de cristal transparente

La esperanza. Ansu Fati salió a calentar y el Nou Camp pasó de la amenaza de catástrofe a la esperanza de una vida mejor. Confirmó la impresión en 15 minutos y con un gran gol. Reconforta ver cómo un club se refresca con la aparición en escena de un gran talento de 18 años. Lo que reconforta, en realidad, es comprobar que el fútbol sigue siendo un juego de jugadores. Está hecho de grandes planes y pequeñas minucias, de métodos, ocurrencias y accidentes, pero fundamentalmente de talentos que convierten en fácil lo difícil, que despejan lo confuso, que hacen lo que hay que hacer en el lugar y el momento adecuado, con la velocidad y el criterio justo. Solo ellos tienen el poder de cambiar las cosas con la originalidad de sus recursos, la eficacia de sus actos y la fuerza de su ilusión. Ansu volvió con el 10 en la espalda. En ese número hay una promesa implícita que parece querer pagar al contado, pero…

La traición. Al primero que le oí decir que “los equipos son de cristal” fue a Carlos Bilardo. Delicados, frágiles, rompibles… El Barça de estos días también es transparente. Si Ansu había juntado los pedazos sueltos frente al Levante, tres días después todo saltó por los aires en Lisboa. “Hoy un juramento, mañana una traición”, dice el tango. La esperanza la representan jóvenes coherentes con el ideal barcelonista pero aún lejos de la plenitud, y veteranos que traen la fuerza legendaria de un pasado que ya es muy pasado. La traición la personaliza una generación intermedia que no logra dar estabilidad al equipo y un club titubeante. La Champions, que está retratando de un modo preocupante a la Liga, ya es un calvario para el Barça. Da igual el Bayern que el Benfica, la sensación es que estamos ante un equipo de cristal que se resquebraja tocándolo con una pluma.

El Súper fútbol. En París se jugaba uno de esos partidos hipnóticos en donde cada detalle cuenta. El fútbol de diseño de Guardiola contra la constelación de estrellas de Pochettino. Dominó el City, pero sin gol puede ocurrirte que no ganes partidos que mereces ganar. Sobre todo, si en el otro lado están al acecho talentos de un nivel superior. Messi participó en el juego con su inteligencia y pulcritud de siempre. Todo bien, pero nada desequilibrante. Luego supimos que, en realidad, se estaba aclarando la garganta. Cuando encontró un balón y una ventana con vistas al área, aceleró como una fiera, se asoció con Mbappé en una pared que fue un relámpago, y la puso en un ángulo como quien cuelga un sombrero. Simplemente, cumplió con su papel de genio. Estaba tan feliz que luego se ofreció de voluntario para acostarse detrás de una barrera. Cumpliendo, esta vez, su obligación de futbolista.

El caníbal come goles. Lo que condiciona el comportamiento no es la edad sino la conciencia de la edad. La que no tiene Cristiano Ronaldo, que se ve siempre joven en el espejo. Sin embargo, tiene el dominio y la autoridad que solo dan los años para esperar su momento. Aquel jugador expansivo que tenía un campo de acción tan grande como el campo de juego, es hoy un perro cobrador que merodea el área con la inteligencia, el poderío y la ambición de siempre. No importa que los minutos se escapen ni que el equipo parezca deshilachado ni que él mismo parezca desconectado del partido por sus escasas intervenciones. A lo que está siempre conectado es a la gloria. Esta vez los gastos los pagó el Villarreal en el minuto 95, cuando Cristiano encontró un balón, marcó el gol ganador de costumbre y lo gritó con furia de caníbal. El caníbal con más hambre de la historia.

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