La ruta hacia Europa de las personas rescatadas en el Mediterráneo no empieza cuando suben a una patera en las costas de Libia o Túnez. El recorrido empieza mucho antes. Pasa por una guerra, la falta de oportunidades, la corrupción, el tráfico de personas, los malos tratos… “Son personas que tienen muchos traumas, que sufren abuso y violencia, incluso antes de dejar sus países”, explica Katrin Brubakk, la responsable de salud mental de Médicos Sin Fronteras a bordo del barco de rescate Geo Barents. Es la primera vez que MSF incluye esta especialidad en el equipo médico de una operación de salvamento y su misión será atender a quien lo necesite y detectar a las personas más vulnerables para que reciban atención en tierra. Para Brubakk, que tiene años de experiencia trabajando en salud mental en los campos de refugiados: “Son diferentes etapas del mismo viaje”.
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En muchas culturas la salud mental supone un estigma mayor que en algunos países en Occidente, pero es necesario abordar las causas del problema. “Ser refugiado es una potencial situación traumática desde el principio, desde incluso antes de irte”, asegura Brubakk, a lo que se suman los peligros a los que tienen que enfrentarse durante la travesía. “Hay mucho abuso y violencia durante el viaje, muchas mujeres, la mayoría, sufre violencia sexual y violaciones o tienen que pagar por sexo para ser trasladadas por el traficante de personas o son vendidas a otros hombres”. Pero durante sus años de trabajo ha constatado que “un alto porcentaje de los hombres [en los campos de refugiados] también han sufrido abuso sexual”. Y para muchos es un estigma aún mayor.
En los espacios dedicados a los rescatados en el Geo Barents hay carteles en los baños y en los distintos lugares en la zona de acogida en diferentes idiomas (inglés, francés, árabe, bengalí) para que sepan que si han sufrido violencia sexual pueden recibir ayuda. Según los datos más recientes de la ONG, en 2019 los equipos de MSF trataron a 28.800 personas víctimas de violencia sexual, 10.000 más que dos años antes.
Este tipo de violencia, explica la psicóloga, “es básicamente utilizada como un arma porque te quita tu sensación de dignidad como hombre, tu identidad, te afecta no solo a ti sino también dentro de la sociedad a la que perteneces”. En concreto, se refiere a los hombres que han pasado por los centros de detención de Libia, “donde la violencia sexual forma parte de la tortura”.
El estigma
En los últimos cinco años, Brubakk ha viajado nueve veces a Grecia para trabajar con los refugiados. Durante su estancia ha podido ver las heridas físicas y las psicológicas de las personas torturadas. “Les ponen electrodos en sus genitales con corriente eléctrica, les pueden mutilar, pueden ser obligados a tener sexo con otros hombres en contra de su voluntad, forzados a ver cómo violan a sus esposas y a sus hijos, así que hay muchos hombres que son víctimas y para ellos el estigma es incluso mayor. Es una experiencia que esconden”.
Durante el tiempo que estén las personas rescatadas en el barco, antes de llegar al puerto, el equipo de MSF tratará de identificar a quienes hayan sufrido abusos para advertir de la situación a las autoridades del país receptor y también a otras ONG para que puedan asistirles. “Tenemos que hablar de ello y tenemos que advertir a las autoridades de que este es un gran problema y deben ayudarles”, enfatiza. La tarea no es fácil, no todos están dispuestos a revivir lo que han pasado, aunque hay quien al ver que otras personas están en su misma situación y por primera vez en meses se sienten a salvo deciden dar el paso.
“Algunos vienen a hablar con nosotros, a otras personas les cuesta más, pero incluso aunque no hablen con nosotros hemos tenido la oportunidad de que sepan que no es su culpa, pueden recibir ayuda, no hay nada de lo que avergonzarse”.
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