Lentejuelas y solidaridad. Mucho de las dos. Ese es, en un par de palabras, el resumen de la gala Starlite, que lleva 12 veranos llenando Marbella de famosos de toda condición con el objetivo, básicamente, de recaudar dinero para dos fundaciones, Niños en alegría y Lágrimas y Favores, que reparten sus fondos entre distintas asociaciones. Pero la gracia de esta gala, que marca el retorno de la normalidad, el brillo, el viejo glamur de la Costa del Sol, va mucho más lejos. Mucho en ella es singular: la cantidad de ricos y famosos por metro cuadrado, el escenario, los convocantes. Aunque este año con menos presencia internacional (ni Sarah Ferguson, ni Olivia Palermo, ni Marta Luisa de Noruega y su chamán, ni siquiera Gunilla Von Bismarck), finalmente sí que estuvo el más esperado: Antonio Banderas.
El actor malagueño, con perenne mascarilla (muy, muy pocos la llevaron de seguido) volvía a pisar la cantera de Nagüeles para esta cita a la que solo faltó una vez: el pasado año —porque se celebró, aunque sin medios invitados— puesto que el día anterior dio positivo en covid. La enfermedad ha vuelto a tocar la gala este año, pero por mejor causa. Nicole Kimpel, su novia, no acudió a la cita porque se acababa de poner la segunda dosis de la vacuna y había tenido fiebre y malestar; para compensar estuvo su gemela idéntica, Barbara. Las habladurías de algunos periodistas que, medio en broma medio en serio, ya colocaban a Banderas como soltero, se acabaron de un plumazo, ante las risas del propio actor. Él, acompañado de su inseparable, precisa y brillante maestra de ceremonias, María Casado, contó un puñado de curiosidades y ayudó a amenizar esa velada tan de brillos, tan marbellí, explicando detalles como que, al principio de la pandemia y gracias a los ingresos obtenidos, construyeron respiradores que mandaron a hospitales de América Latina y del Magreb y también hicieron epis junto a un grupo de mujeres de la zona de la Axarquía malagueña.
En otro orden de cosas, importantes, pero menos graves, explicó Banderas que estaba rodando en Grecia y que ha venido solo para esto; que en Indiana Jones va a hacer “de bueno, muy bueno”; o que tiene en marcha un nuevo proyecto: el musical Company, del compositor Stephen Sondheim. La idea le hace especial ilusión porque en su montaje en Málaga le acompañará su hija Stella del Carmen, como segunda ayudante de dirección. “Hace año y medio que no la veo, mucho Zoom, sí, pero tengo ganas de abrazarla”, confesaba algo emocionado justo antes de uno de los momentos estelares de cada gala y pistoletazo de salida: customizar un coche Ford, un Mach-E eléctrico que no solo firmó, sino con el que jugó usando el rotulador sobre el caballito de la firma hasta ponerle cuernos de unicornio, fuego de dragón y hasta mascarilla. Tenía Banderas la noche creativa.
La gala Starlite la creó hace 12 años (y hace 10 montó el festival homónimo para darle cobertura, hasta convertirlo en el más largo del mundo, ella misma asegura) Sandra García-Sanjuán, una mujer que bien debería tener férreas copias de seguridad de su teléfono: su agenda es de las más completas del país. En la gala se codearon toreros, condes y condesas, empresarios, humoristas (este año tuvieron el buen gusto de no sortear besos con ellos), elegantes damas del mundo de las joyas, la moda o la cosmética, presentadoras de programas de éxito en los noventa, exfutbolistas de los que hay que hacer memoria para recordar cuál fue su equipo, unas cuantas exparejas de personajes famosos, algún cura despistao, y un puñado de ese etéreo y tan de moda término llamado mocatriz (modelo, cantante y actriz o quién sabe qué exactamente de las tres; úsese tanto en mujeres como en hombres). Además de, por supuesto, anónimos de cartera abultada. Unas 300 personas en total, aunque las restricciones de la zona han obligado a tachar de la lista a casi 100 la última semana.
La noche del domingo no hubo conciertos como a diario, solo actuaciones de amigos de la casa, como José Mercé o Marta Sánchez, para animar a los casi 300 invitados que se dejaron sus buenos dineros primero, en el menú (costaba 750 o 1.000 euros, según la zona donde se sentaran, con ensalada de langostinos y algas de primero; solomillo de segundo; y postre de caramelo y chocolate) y, después, en objetos y experiencias variopintas: desde un viaje por encima de la atmósfera y hasta los límites del espacio que incluye una semana en Abu Dabi (se adjudicó por 60.000 euros) o un reloj de firma por 20.000 euros hasta cuadros personalizados por 25.000 o un capote de Sebastián Castella pintado a mano que salió por 5.000 y subió hasta los 30.000. La afortunada (así parecía sentirse) ganadora firmó su cheque, se llevó el capote y un par de besos e ídem de selfis con el propio Castella, y con el capote.
Por no faltar, no faltó ni la representación institucional. El alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, contaba a EL PAÍS tras esquivar la alfombra roja que, al margen de por la solidaridad, un evento como este “no viene nada mal a la costa de Málaga”. A él le invitó Banderas, como hace año tras año. Pero a la ministra de Industria, Comercio y Turismo la llamó personalmente García-Sanjuán el año pasado para que viera cómo el megaevento revitaliza la zona; además, como entonces Banderas fue baja, la ministra subió escalafones y presidió la gala. Elegantísima de azul con lentejuelas, en un vestido elegido por su hija del que, confesó, no sabía ni la marca, explicó la importancia institucional del apoyo a un evento así. “Como Ministerio de Turismo queremos reconocer la labor del evento, además de la parte social tan importante, queremos apoyarlo”, explicaba a este diario, ella sí, en la alfombra roja, de la que decía no ser muy fan.
La ministra pasó por allí poco después del cantante Bertín Osborne pero antes de Georgina Rodríguez, dos de los siete premiados de la noche junto a la presentadora Susanna Griso, la diseñadora Rosa Clará, el doctor Iván Mañero, Javier Banderas (hermano de Antonio y alma máter de Lágrimas y Favores) y Paloma Cuevas, que prefirió no posar en el photocall tras su divorcio de Enrique Ponce, pero a la que se vio feliz en el show junto a varios amigos y acompañada de sus dos hijas pequeñas. A todos se les reconoció por su labor solidaria, pero dos dieron más espectáculo que ninguno. Primero, Osborne, el que más aplausos levantó de la noche al afirmar serio como pocas veces que fundaciones como estas “no deberían existir”. “Ni esta ni anteriores administraciones han solucionado muchos de nuestros problemas”, clamó, entre los vivas del público y la lógica incomodidad de las autoridades presentes. “Es indecente que haya familias que necesiten una silla de ruedas cuando la más barata cuesta 6.000 euros y que la Seguridad Social, que pagamos todos, no sea capaz de costearla”, aseguraba entre el clamor popular. Después, la nota de color la puso Georgina Rodríguez, exdependienta de tiendas de moda y actual novia de Cristiano Ronaldo, que llegó la última al photocall, donde no saludó ni concedió entrevistas, y que subió al escenario para recoger su premio con un séquito de cámaras de televisión. Hasta se animó a cantar con Beret el mismo tema con el que sorprendió en Mask Singer el pasado noviembre. La culpa era de Netflix, que está rodando un documental con ella. Poco después de recoger el galardón se marchó del evento.
Todo, sobre un escenario excavado en el corazón de una cantera que acoge un festival por el que han pasado desde Raphael hasta Aitana, Morat, Bonnie Tyler, Estrella Morente o Camilo (exitazo: tres noches y a tope). Cuentan los locales que a la montaña de piedra que rodea trepa cada noche un puñado de muchachos para disfrutar gratis de los conciertos. El domingo no se les vio. Las lentejuelas cegaban todo lo demás.
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