Un espacio que abre los ojos

Se puede construir con luz. Hacerlo para una clínica oftalmológica requiere un ingenio extraordinario. Gon Architects firman esta hazaña al norte de Madrid. Este es un diseño espacial que, sin embargo, parece gráfico. Un grafismo que toca al usuario. Los 1.184 agujeros troquelados en las planchas metálicas que forran la zona de entrada del Instituto de Microcirugía Ocular (IMO), en el barrio de Mirasierra de Madrid, funcionan como lámparas y, a la vez, como acabado de las paredes interiores. No aportan más que un vacío y, sin embargo, transforman el espacio con juegos de luz: un abrigo luminoso que alumbra y no deslumbra.

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El proyecto es la iluminación. Y la iluminación no solo alumbra, también se siente: envuelve al paciente, lo acoge. 17 cajas metálicas contienen 1. 184 lentes de metacrilato. El circuito encapsulado de leds amplía visualmente el espacio e impone sosiego en el ambiente. Una línea de LED une los panelados con el suelo (de grandes piezas de gres porcelánico) y el techo. Los arquitectos consiguen así la impresión de que la iluminación flota en el espacio.

Solo dos muebles curvos, fabricados a medida en Krion® —una material no poroso resistente a las bacterias fabricado con polvo mineral y resinas—, ocupan el vestíbulo y refuerzan su aspecto onírico. El banco oculta una columna y sirve de mesa por un lado y de asiento por el otro. El mueble de recepción organiza la circulación.

Banco y mostrador realizados a medida con Krion®./ Imagen Sublimibal (Miguel de Guzmán + Rocío Romero).
Banco y mostrador realizados a medida con Krion®./ Imagen Sublimibal (Miguel de Guzmán + Rocío Romero).

El resultado tiene un aspecto rompedor, parece la materialización de una tecnología punta. Sin embargo, remite al mundo artesanal, a los acabados a mano que caracterizaron los diseños de vanguardia de los primeros modernos. Como sucedió con la butaca Barcelona, de Mies van der Rohe, o con la silla Wassily, que ideara Marcel Breuer, la mano del artesano resulta, en este proyecto, tan importante como los cálculos de los arquitectos. Y la mano es la del apasionado herrero Alberto Iglesias “incapaz de jubilarse a pesar de sus 70 años, y apasionado con cada nuevo reto”, cuenta Gonzalo Pardo, el fundador del estudio. “Al final, en una clínica ocular se utiliza tecnología punta con las manos y se cura a los enfermos”. Algo parecido sucede aquí: es la artesanía la que humaniza la iluminación y le saca todo el partido alejándola del desalmado mundo maquinal que también defendían los modernos.


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