Oficialmente, se trataba de una “conferencia de apoyo al pueblo libanés”, pero la reunión por videoconferencia organizada por Francia y Naciones Unidas este miércoles fue sobre todo un tirón de orejas internacional a la clase política de Líbano. Un país que, cuatro meses después de la devastadora explosión en Beirut, no ha sido capaz de formar un nuevo Gobierno que responda a la situación crítica en la que se encuentra su población. La decisión de no amenazar con nuevas sanciones a los responsables libaneses plantea sin embargo dudas sobre la capacidad de forzar cambios en un Líbano que hace más de un mes nombró a un nuevo primer ministro, Saad Hariri, pero que todavía no cuenta con un Gabinete operativo que implemente las reformas estructurales reclamadas.
Las fuerzas políticas libanesas tienen la “responsabilidad de formar un Gobierno creíble para implementar una hoja de ruta de reformas a las que todas esas fuerzas se comprometieron”, recordó Macron al comienzo del encuentro. Es tanto una “exigencia” del pueblo libanés como de la comunidad internacional, que no liberará la ayuda “económica, técnica y financiera que necesita el país”, más allá de los montos de emergencia para la población, sin un ejecutivo al frente, advirtió el mandatario francés, que anunció que visitará Beirut, por tercera vez desde la explosión del puerto el 4 de agosto, este mes.
El nuevo encuentro era una cita de seguimiento tras la conferencia internacional que el 9 de agosto acordó ayudas de emergencia por más de 250 millones de euros para Líbano. Un objetivo superado: ya se han desembolsado más de 280. Los donantes -y participantes en el encuentro- “han reafirmado su compromiso a favor de una distribución transparente y eficaz de la ayuda internacional, solo en beneficio de la población”, subraya la declaración final en una crítica más a la clase política libanesa, a la que se ha apartado del proceso de ayudas de emergencia.
Los participantes —una docena de jefes de Estado y de Gobierno, entre ellos Pedro Sánchez, así como las principales instituciones internacionales— analizaron también las nuevas necesidades de Líbano. En este sentido, se aprobó un Marco de Reforma, Recuperación y Reconstrucción que, según Sánchez, debe servir para “volver a crear un Líbano mejor guiado por los principios de transparencia, inclusión y responsabilidad”. Para “plasmar” esos fines, se contará con un fondo fiduciario de múltiples donantes coordinado por el Banco Mundial, la ONU y la Unión Europea, explicó.
Pero el principal problema de la comunidad internacional es la anquilosada crisis política. Algo que trae de cabeza especialmente a Macron, que invirtió mucho capital político asumiendo la figura de salvador de Líbano tras convertirse en el primer líder internacional que se plantaba en Beirut solo dos días después de la devastadora explosión en su puerto que el 4 de agosto que dejó 205 muertos y más de 7.000 heridos. El 1 de septiembre, regresó con un ultimátum a la clase política para que implementara rápidamente las reformas necesarias para poner fin al clientelismo y la corrupción de la cúpula del país desde el fin de su guerra civil (1975-1990). Le prometieron que habría gobierno en dos semanas. Nada se ha cumplido.
El último intento fue el nombramiento como primer ministro de Saad Hariri el 22 de octubre. Pero tampoco él ha sido tampoco capaz de formar un gabinete que implemente la “hoja de ruta” fijada por la comunidad internacional.
Pese a ello, Francia por el momento descarta imponer sanciones a los dirigentes libaneses. Alega que las sanciones estadounidenses en septiembre contra dos exministros vinculados a Hezbolá “no ha cambiado nada”. La estrategia gala se basa en “continuar haciendo presión”, algo para lo que, asegura el Elíseo, cuenta con amplio apoyo internacional.
Los libaneses salen de nuevo a la calle
Los reclamos de reformas no vienen solo del exterior. Acostumbrados al vacío político por falta de quórum entre las diferentes fuerzas, los libaneses exigen la formación de un Gobierno de tecnócratas que emprenda reformas inmediatas. Mientras los líderes mundiales discutían por videoconferencia, docenas de manifestantes cortaron varias intersecciones en Beirut reclamando que se dé apoyo a la sociedad civil, pero que “no se le conceda un solo euro a los dirigentes corruptos”.
Desde que estallaran las protestas populares en octubre de 2019, los libaneses han visto pasar tres primeros ministros. Entre ellos, el propio Saad Hariri en dos ocasiones: tras dimitir presionado por la ola de protestas y el pasado octubre, llamado para relevar al dimitido Hasan Diab. De nuevo, y omitiendo la creciente indignación ciudadana, los dirigentes políticos se han quedado encallados en el mercadeo del número y tipo de carteras que irán a cada confesión según el complicado acuerdo tácito para que todas las religiones estén representadas y así como el nombre de quien las ocupe. Consciente de la presión ciudadana, Macron se cuidó de que la “sociedad civil” libanesa tuviera este miércoles un protagonismo destacado en la conferencia. Los primeros invitados a hablar fueron representantes de la juventud libanesa, la “dignidad y futuro del país hermano”, dijo
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