El pakistaní Majid Khan fue uno de esos terroristas que Estados Unidos borró del mapa después de los atentados del 11-S. La CIA lo retuvo durante tres años (de 2003 a 2006) en prisiones secretas creadas por la agencia de inteligencia para obtener información sobre las operaciones de Al Qaeda. El jueves por la noche Khan, de 41 años, se convirtió en el primer exrecluso de lo que se conoce como los agujeros negros en narrar públicamente los brutales métodos de interrogación a los que fue sometido. “Mientras más cooperaba, más me torturaban”, dijo ante un jurado militar en Guantánamo. Este lo condenó a 26 años de prisión. Pero siete de los ocho jueces pidieron al Pentágono el indulto por los abusos cometidos por los agentes: “Es una mancha en la fibra moral de EE UU”, dice la carta obtenida este domingo por The New York Times.
Khan llegó a Estados Unidos junto a su familia cuando tenía 16 años. Se graduó en un instituto de Baltimore y trabajaba para una empresa de telecomunicaciones cuando ocurrieron los atentados contra las Torres Gemelas. En 2002 viajó a Pakistán, donde se encontró con varios miembros de su familia vinculados a Al Qaeda. Lo invitaron a unirse a la organización terrorista. Su madre había muerto recientemente y se sentía “perdido y vulnerable”, dijo ante el jurado. “Fui estúpido, increíblemente estúpido. Pero prometieron aliviar mi dolor y purificar mis pecados. Prometieron redimirme y yo les creí”, añadió.
A partir de entonces, participó en varios planes de ataque de Al Qaeda. En 2003 le entregó 50.000 dólares a una filial del grupo terrorista, dinero se utilizó en un atentado que dejó 11 muertos y decenas de heridos en un hotel Marriott en Yakarta, Indonesia, en agosto de ese año, cinco meses después de su captura por parte de la CIA. Para entonces, el Ejército norteamericano y la agencia de inteligencia ya estaban utilizando las “técnicas de interrogatorio reforzadas” en las instalaciones secretas para obtener confesiones que los ayudaran en la guerra contra el terrorismo iniciada por la Administración del presidente George W. Bush.
Cuando Khan se negó a beber agua, los agentes de la CIA le colocaron una manguera en el recto. “Conectaron un extremo al grifo, me pusieron el otro en el recto y abrieron el agua”, narró al jurado, lo que le provocó la pérdida de control de sus intestinos y, hasta el día de hoy, tiene hemorroides. Cuando se negó a comer le metieron puré en lugar de agua. También le insertaron tubos de alimentación por la nariz y la garganta. Recibió golpizas mientras estaba desnudo y encadenado, a veces a una pared y otras a una viga con los brazos en alto. Lo trataron “como a un perro”, y lo mantuvieron durante largos periodos en una oscuridad absoluta. Cuando lo trasladaban en avión de una prisión a otra, le ponían pañales y cinta adhesiva en los ojos. Según su relato, confesó todo lo que sabía, pero los agentes siempre querían más y comenzó a inventar información.
“Este abuso no tuvo ningún valor práctico en términos de inteligencia, o cualquier otro beneficio tangible para los intereses de Estados Unidos”, dice la carta de los miembros del jurado militar. “El trato al señor Khan en manos del personal estadounidense debería ser una fuente de vergüenza para el Gobierno de EE UU”, agregaron. El programa de interrogatorios violentos para liquidar la moral de los prisioneros finalizó en 2009, durante la Administración de Barack Obama, pero la oscura mancha en la reputación de la CIA prevalece.
En 2006 Khan fue trasladado a la prisión de Guantánamo, donde finalmente pudo acceder a un abogado. Durante nueve años estuvo preso sin cargos. En 2012 se declaró culpable de cuatro delitos de terrorismo. Al no tener la ciudadanía estadounidense, fue tratado como un “enemigo beligerante extranjero sin privilegios”, por eso ha sido juzgado por una comisión militar, y “técnicamente no se le concedieron los derechos de los ciudadanos estadounidenses”, como describieron los siete jurados de la carta, en la que destacaban que por haberse declarado culpable y mostrar remordimiento por el dolor causado a las víctimas y sus familiares, merecía un indulto.
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Pero tanto la sentencia como la petición de la carta fueron simbólicas. A espaldas del jurado, el coronel Jeffrey D. Wood, un alto cargo del Pentágono, ya había llegado a un acuerdo con el equipo legal de Khan. Sus días en prisión pueden acabar en febrero del próximo año, o a más tardar en 2025, porque el acusado se convirtió en colaborador del Gobierno estadounidense desde que se declaró culpable.
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