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Un Kim Jong-un reforzado aguarda la llegada de Biden a la Casa Blanca


Más reforzado en su poder, poniendo sobre la mesa la amenaza de más armamento nuclear ante la llegada del nuevo Gobierno demócrata en Estados Unidos, y con incertidumbre sobre el futuro de la economía nacional. Así ha concluido el líder supremo norcoreano, Kim Jong-un, el octavo Congreso del Partido de los Trabajadores de Corea, la reunión del partido único de Corea del Norte y que debía fijar el rumbo del país para los próximos cinco años.

Una orquesta militar entonó los acordes de La Internacional. Los 4.500 delegados reunidos en la Casa de la Cultura Kim Il-sung, en el centro de Pyongyang, la capital, se pusieron de pie. El Congreso quedaba clausurado. Como mensaje final, un discurso de Kim que reiteraba lo que ya había expresado durante los diez días de sesiones: un llamamiento a reforzar “la disuasión nuclear” y desarrollar “la mayor capacidad militar”.

El Congreso, el primero en cinco años y el segundo en cuatro décadas, se celebraba apenas días antes de que el día 20 jure su cargo el próximo presidente estadounidense, Joe Biden, que sustituirá a un Donald Trump que se reunió en tres ocasiones con Kim entre 2018 y 2019 (en Singapur, Hanói (Vietnam), y en la frontera intercoreana), pero que nunca arrancó compromisos al líder norcoreano hacia la desnuclearización de su país.

Con sus promesas de reforzar su armamento nuclear, y hacerse con nuevas tecnologías militares -ha mencionado entre sus planes el desarrollo de misiles de múltiples cabezas, pero también de armamento cuántico, que ni siquiera Estados Unidos ha incorporado formalmente a su arsenal-, el líder norcoreano ha movido la primera ficha en lo que promete ser una larga partida de ajedrez político con la nueva Administración en Washington. La invitación al diálogo está sobre la mesa: pero si el equipo de Biden no quiere sentarse a negociar, el tiempo correrá contra Estados Unidos, y el programa de armamento norcoreano se hará cada vez más potente.

Su cálculo es que si aumentan la apuesta “Estados Unidos tendrá que aceptarla, o ver cómo Corea del Norte va adquiriendo armas cada vez mejores”, apunta el profesor Andrei Lankov, de la Universidad Kookmin en Seúl, en una videoconferencia organizada por NK News. Pero cualquier negociador, subraya, tendrá que tener claro que los logros serán limitados: “La desnuclearización de Corea del Norte no va a ocurrir jamás. Ningún tipo de presión o promesas harán que Corea del Norte renuncie” a su armamento nuclear, y en el mejor de los casos Pyongyang ofrecerá garantías acerca de que no recurrirá a ellas, o impondrá una moratoria.

Las declaraciones de Kim han despertado también el temor de que Corea del Norte pueda retomar sus pruebas de armamento, después de que ya el año pasado probara varios misiles de corto alcance pese a que en 2018 anunció la suspensión de los lanzamientos. Aquel paso facilitó que el año siguiente comenzaran las negociaciones con Corea del Sur primero; y con Estados Unidos, después.

El líder norcoreano también ha dedicado parte de su discurso de clausura a la economía, el otro gran asunto del congreso. “Es necesario resolver el espinoso asunto de la economía rápidamente, para superar las dificultades actuales que encaramos, estabilizar y mejorar las condiciones de vida de la gente”, declaró. La semana pasada había admitido que el último plan quinquenal había sido un fracaso estrepitoso, en el que no se alcanzaron las metas fijadas.

No hubo, sin embargo, ningún indicio de que se plantee reformas para sacar adelante una economía golpeada por años de algunas de las sanciones internacionales más estrictas del mundo, por el cierre de fronteras para proteger el país de la pandemia de la covid-19 -que ha paralizado su comercio exterior-, y por una serie de desastres naturales el año pasado. Su fórmula es similar a la que propone el sistema desde siempre: la “prosperidad mediante la autosuficiencia”.

Pese a los problemas económicos, o quizá debido a ellos, el congreso dio un espaldarazo de poderío al líder. Le nombró secretario general del partido, un cargo que habían ocupado su abuelo y fundador del régimen, Kim Il-sung; y su padre, Kim Jong-il. El gesto, aunque simbólico -nadie duda de que el joven Kim controle todo el poder en su país, con independencia de sus títulos-, no deja de tener importancia: le incluye en el mismo nivel que sus antecesores, aunque a costa de despojar a su padre del título de “secretario general eterno” que se le había concedido a su muerte.

Más ambiguo es el papel de su hermana y mano derecha, Kim Yo-jong, que, pese a lo que anticipaban los expertos, no ha sido promovida al Politburó, ni siquiera como miembro suplente. Aunque en ningún caso parece haber perdido influencia porque en todo momento apareció en las fotografías difundidas por los medios oficiales norcoreanos junto a su hermano.

Y, al cierre del congreso, también emitía un duro comunicado contra Corea del Sur, en una señal de que la influencia de la hermana menor del líder no ha desaparecido. En alusión al interés de Seúl por conocer si se había celebrado el desfile militar con el que -se esperaba- se celebrara la clausura del congreso, Kim Yo-jong aseguraba: “Solo celebramos un desfile militar en la capital, no ejercicios militares contra nadie, ningún lanzamiento… la gente del sur es de verdad un grupo muy raro, difícil de entender”.


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