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Un laboratorio para escuchar el planeta

Todo empezó con la colisión entre un ferri de Trasmediterránea y un cachalote. Era 1992 y un buque rápido de la naviera en las islas Canarias se llevó por delante al cetáceo. El impacto causó la muerte de un pasajero. Tras varios accidentes más, la compañía financió un estudio para analizar los riesgos de interferir en las rutas migratorias de los gigantes del mar. Michel André (Toulouse, Francia, 1963) era por entonces un joven investigador de bioacústica de la Universidad Estatal de San Francisco. Le ofrecieron tomar parte en la investigación de las Canarias. “El proyecto estaba previsto para dos años y duró doce”, recuerda este ingeniero francés. Se quedó en España y hoy dirige el mayor archivo del mundo de sonidos de fauna marina, de la terrestre y de la incidencia humana en ella.

André fundó en 2003, con el apoyo del Gobierno, el Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas (LAB) de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC). La sede del LAB se ubica en el puerto de Vilanova i la Geltrú. La mesa de trabajo de André da a una piscina interior, un “túnel acústico” que sirve para calibrar la sensibilidad de los aparatos de toma de sonidos, según la frecuencia que quiera captarse en cada expedición. La vida del equipo del LAB es un ir y venir para tomar parte en expediciones, establecer alianzas internacionales o firmar contratos con compañías industriales privadas. Sobre todo participan en proyectos con fondos de la Unión Europea: el proyecto AGESCIC, dedicado al estudio del impacto sonoro de los parques eólicos en espacios marítimos y de costa; los proyectos Blue Nodules y Blue Harvesting se centran en el desarrollo de minería submarina sostenible; finalmente, el LAB asume un papel fundamental en iniciativas de investigación de la UE como el programa Jonás que mide la contaminación acústica en el mar, y que busca establecer unos umbrales máximos de riesgo.

André estima en 150 el número de sensores acústicos de los que actualmente reciben información sobre el estado del planeta, sobre todo de sus mares. La mayoría de sondas están a cientos de metros de profundidad, a decenas de kilómetros de la costa, cableados hasta tierra firme para transmitir datos o, si no están cableados, conectados a una baliza en superficie que almacena los datos.

Los beneficios que obtienen de contratos de empresas privadas se dedican en gran parte, según el director del LAB, a los trabajos que desarrollan a través de la fundación The Sense of Silence. Esta institución ha puesto en marcha proyectos tan variopintos como la prevención de accidentes ferroviarios con elefantes en la India, advirtiendo con sensores de su próximo paso por las vías de tren, o la recopilación de datos en la reserva natural de Mamirauá, en el Amazonas brasileño. Sin embargo, el gran reto de la fundación, apunta André, es el programa Listen to the Poles [escuchar los polos, en castellano], que tiene por objetivo instalar estaciones acústicas permanentes en el Polo Norte y en el Polo Sur, los últimos lugares del planeta en los que la incidencia sonora humana se había mantenido prácticamente inexistente hasta hoy, cuando la amenaza de las vías marítimas por el deshielo y la voracidad industrial están cada vez más presentes.

El mapa sonoro de la naturaleza

Del Ártico a la selva amazónica, diez ejemplos de la importancia del sonido para los animales y los efectos de la interferencia humana

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Explosiones en el refugio helado

“Es urgente recopilar datos en el Ártico antes de que se funda el hielo. La diversidad de sonidos de la fauna allí es increíble”, advierte André. El deshielo facilita cada vez más el acceso humano al Polo Norte, sea para abrir nuevas vías marítimas o para iniciar la explotación industrial. Este sonido procede de las explosiones producidas durante una prospección de petróleo en alta mar en 2014, al Noroeste de Groenlandia, por parte de una compañía estatal noruega. La grabación fue tomada por una sonda sísmica submarina.

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El mensaje de una ballena jorobada

“Hemos ignorado el impacto acústico que ocasionamos en el mar”, dice el director del Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas. “Y es un impacto con consecuencias desastrosas porque en los océanos, donde a duras penas llega la luz, el sonido es el garante de la vida”. Los sensores del LAB captan momentos de comunicación tan espectaculares como este de una ballena jorobada en el Mar de Barents, en el norte de Europa.

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El silencio en las cuevas fósiles

André asegura haber grabado por primera vez el silencio absoluto. Fue a principios de 2020, en las cuevas fósiles de Isabella y Bluette, a casi 2.000 metros de altura en los Dolomitas italianos. Durante tres días de enero, acompañado por el espeleólogo Francesco Sauro, el equipo del LAB trabajó con ocho sensores en la cueva Isabella. André recuerda como una experiencia mística tumbarse en el suelo de la gruta, en la oscuridad y sin sonido alguno, y perder por completo la noción del espacio y del tiempo.

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El camino de la manada

Los sensores acústicos pueden salvar animales y vidas humanas. En el Estado de Bengala Occidental, en India, el LAB trabaja desde 2019 en un sistema de prevención de accidentes cuando los elefantes cruzan las vías del tren. En las pruebas realizadas, mientras que los sensores de imagen solo llegaban a detectar a los animales a 250 metros de las vías, los sensores acústicos ampliaban el radio a 1 kilómetro. Esto permite avisar con suficiente margen de tiempo al conductor del tren sobre la localización de la manada de paquidermos y de su potencial recorrido hasta cruzar las vías.

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La contaminación del transporte marítimo

El LAB participó en la expedición Ocean Mapping Expedition, una aventura de cuatro años liderada por la Fundación Pacifique. Durante este tiempo, el velero Fleur de Passion siguió la ruta que 500 años antes había tomado Fernando de Magallanes para circunnavegar el planeta. El objetivo del LAB fue tomar 20.000 registros diferentes para determinar el impacto de la contaminación acústica en los mares de la Tierra. “Lo más interesante es que incluso en las zonas más contaminadas hay presencia de cetáceos”, apunta Michel André, haciendo hincapié en los efectos del transporte marítimo en la fauna del Sureste asiático. “Pero esto no durará siempre y estas especies desaparecerán de unas zonas en las que han habitado durante milenios. Estamos cerca del punto de ruptura para muchas especies, y nuestra generación lo verá”.

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Testimonios de pruebas nucleares

Hay fuentes de sonido en la superficie que pueden registrarse en las profundidades del mar. Este zumbido persistente es un ahuyentador de aves instalado fuera del agua, en Puerto Laguerre, en Nueva Caledonia, el Pacífico Sur. La sonda se trata de un sensor de infrasonidos instalado por la Organización del Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares (CTBTO). La finalidad de estos aparatos –la CTBTO tiene 58 instalados por todo el mundo– es captar ondas acústicas que procedan de una posible prueba nuclear submarina francesa.

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El sonido de los crustáceos

De los 150 sensores de los que recaba información el LAB, el más próximo a su sede se encuentra a tan solo 4 kilómetros de la costa de Vilanova i la Geltrú. “Esos cric-cric que oís en el audio, los hacen gambas, moluscos y otros invertebrados”, explica Michel André, animales que posiblemente están en el mismo fondo marino donde se encuentra el sensor. Uno de los hallazgos más importantes de los expertos como André, tras casi treinta años de dedicación a la bioacústica, es que no solo los cetáceos sufren la contaminación acústica. La mayoría de peces no tienen nuestros aparatos auditivos, pero sí tienen células sensoriales que captan la energía acústica. El impacto humano en el mar desequilibra su capacidad de alimentación, de reproducción e incluso su capacidad de nadar porque las frecuencias que les afectan, a niveles de sonidos sísmicos, perjudican su equilibrio. Para la industria pesquera, la contaminación acústica es también una amenaza.

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El rugir de la selva

El camuflaje de los animales en la selva está tan desarrollado que las cámaras y trampas fotográficas a veces no pueden identificar lo que sí detectan los sensores acústicos del LAB. Así lo han probado desde 2018 mediante sus equipos en Mamirauá, en el Amazonas brasileño. “Un sensor acústico puede captar sonidos de pájaros o aves a kilómetros de distancia”, dice André: “El paso de un jaguar, por ejemplo, cambia el paisaje sonoro de la selva, porque de repente se produce un espacio de silencio. La proximidad de la lluvia también cambia el paisaje sonoro”.

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El letal silbido militar

El silbido que sorprende en esta grabación no es de un animal sino de un buque militar en el Mar de Liguria, entre Francia e Italia. André sabe de qué nave se trata, pero por motivos de confidencialidad prefiere no desvelarlo. Confirma que este rincón del Mediterráneo es especialmente activo en cuanto a “actividad militar”, tanto de buques en superficie como submarinos. Los sónar militares son una de las principales causas de desorientación de ballenas y otros cetáceos, que quedan varados por centenares cada año en las costas de todo el mundo.

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En compañía de delfines

Esta sonda frente a la costa de Dakar, Senegal, capta a un grupo de delfines comunicándose entre ellos, una escena que rompe la irrupción del motor de un barco aproximándose al puerto. Las cerca de 150 organizaciones y expertos internacionales dedicados al estudio de la contaminación acústica de los océanos reclaman la introducción de legislaciones que limiten su impacto. “Hay daños que ya son irreparables. Y hay que tomar medidas drásticas”, dice Michel André.


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