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Un legado europeo escrito con sangre


La guerra de Vladímir Putin, además de cruel y perversa, es antigua e inútil. Pertenece a otra época. Desde 1945, solo gobernantes criminales y dirigentes terroristas han intentado hacer política internacional con el uso de la fuerza, como se solía en los siglos XIX y XX. En el caso de la segunda potencia militar del planeta, poseedora del primer arsenal de cohetes nucleares del mundo, su presidente ha intentado cambiar las fronteras y recuperar la vieja área de hegemonía soviética con el instrumento doblemente brutal de una apabullante capacidad de fuego y de un olímpico desprecio por la vida humana, por supuesto la de los ucranios, pero también la de los soldados rusos de los que dispone apenas sin límites para ocupar el territorio.

Putin está en la tercera fase de su guerra. La primera consistía en obtener la rendición del adversario sin disparar una sola bala, solo con una amenaza creciente para aterrorizar al Gobierno de Ucrania y dividir a sus aliados de la OTAN y de la Unión Europea hasta que se plegaran a sus exigencias. Tras el primer fracaso, dobló, sin éxito, la apuesta con la entrada en las zonas rebeldes del Donbás y la neutralización de las defensas aéreas ucranias. Estamos ahora en la tercera fase, la de la guerra abierta, masiva y sin más límite que el exterminio, la huida o la rendición del adversario, que es lo único que Putin tanteará en encuentros de las dos partes como los del miércoles.

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Será difícil que cese la lluvia de fuego y el sacrificio de vidas humanas. Putin solo frenará cuando haya destruido la fuerza militar ucrania y sustituido al Gobierno legítimo por otro nombrado desde el Kremlin. Se proclamará vencedor entonces, situado ya a la altura de los mayores criminales de la historia. Pero toda guerra tiene una fase ulterior, la única que consolida la victoria y sus rentas, porque no es ya la guerra, sino la paz. Y esta no la ganará, porque la están ganando los ucranios: el mapa de la Europa futura está trazado, y en ella está incluida Ucrania.

Tiene poco sentido la discusión ahora sobre los procedimientos de ingreso en la UE. Ya llegará el momento de la negociación técnica, cuando existan las condiciones sobre el territorio. Una vez terminada de verdad la guerra, cuando la Ucrania en paz haya recuperado su normalidad democrática, empezará rápidamente el procedimiento de adhesión. Lo mismo sucederá con la OTAN, cuya utilidad ha quedado demostrada por los hechos. Por suerte, no se disolvió cuando desapareció la Unión Soviética. Aunque cueste reconocerlo, lo sabe quien tenga ojos e inteligencia política, y lo saben mejor que nadie todos los socios atlánticos vecinos de Ucrania y de Rusia. Si la OTAN no existiera, ahora la echaríamos en falta y habría que inventarla.

Nadie entre los ucranios de mañana podrá prescindir de este legado europeo, escrito con sangre. Gracias al heroísmo de los ucranios, la frontera de la Unión Europea y también de la Alianza Atlántica se situará algún día, más pronto que tarde, en los límites internacionales reconocidos entre Rusia y Ucrania.

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