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Un lugar peor

Un grupo de personas hace cola en el banco de alimentos Gran Avenida 24, en el barrio de Orcasitas, Madrid.Olmo Calvo

Las turbulencias que ha desatado la pandemia a nivel local y la recesión gigantesca que se avecina no pueden hacernos cerrar los ojos ante las condiciones que afectan a todos a nivel global. El Banco Mundial ha alertado del riesgo de que entre 110 y 150 millones de personas caigan en la pobreza extrema de aquí a finales de 2021 debido a la onda expansiva del coronavirus. Se trata de una cifra desorbitada para la economía y el bienestar global, preludio de un sufrimiento masivo y de unas consecuencias perniciosas en los vasos comunicantes de una economía interconectada. A diferencia de la crisis de 2008, que generó mayor impacto en las economías de países ricos, muy entretejidas por los avatares financieros que desataron el destrozo, en esta ocasión son las de los países más pobres las más vulnerables al no contar con mecanismos amortiguadores de la caída de la actividad. El resultado será que, por primera vez después de dos décadas de reducción paulatina, según el Banco Mundial, la pobreza se volverá a disparar.

Como consecuencia, enormes bolsas de población pasarán a engrosar una pobreza extrema sin alimentos, servicios médicos ni atención pública adecuada, generando un impacto que convulsionará el mundo y sus relaciones en los próximos años. El organismo internacional ha subrayado que, desde 1870, hace un siglo y medio, no había tantas economías simultáneamente en recesión, lo que amenaza con conducir a una década perdida de crecimiento débil, al colapso de muchos sistemas de salud y educación y a un endeudamiento insoportable. Hay diversos factores que explican un mayor impacto de la recesión en las clases más desfavorecidas de los países emergentes, y el más evidente es que, mientras los países ricos están logrando destinar grandes cantidades de dinero público de apoyo a los trabajadores que temporalmente están perdiendo su sustento, en economías más débiles, con gran peso de la economía informal, no hay soporte para millones de personas que ven interrumpidas sus fuentes de ingresos. Los efectos de ese cierre del grifo serán devastadores. Y frente al inexistente rebote de la economía en forma de V, como se aspiró en un primer momento, o al peligro de la caída en una L generalizada, con una recesión muy prolongada, se abre la posibilidad de una salida en K, que permita el retorno al crecimiento en economías fuertes, a la vez que una caída sostenida en economías débiles por no haber podido apoyar a sus trabajadores, sus sistemas sanitarios y educativos. Esto puede adquirir especial virulencia en América Latina.

El mundo rico no puede perder de vista esta situación, como tampoco el aumento de la pobreza en las propias economías desarrolladas que, aunque con parámetros distintos, también es alarmante: un informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y Exclusión Social, que agrupa a más de 8.000 ONG españolas y elabora sus indicadores a partir de datos del INE, ha advertido estos días de que los efectos del coronavirus agravarán en España el escenario de pobreza: casi 12 millones de personas eran pobres o estaban en riesgo de exclusión antes de la pandemia, una situación que obviamente empeorará. Frente a la crisis de 2008, que dejó atrás a grandes damnificados por la recesión y que amplió la brecha de desigualdad, el mundo no debería repetir los esquemas que lo convierten en un lugar peor. Esa es la gran responsabilidad compartida en una economía global.


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