Durante las primeras semanas de 2020, mientras los trabajadores médicos y los funcionarios de salud pública lidiaban con un nuevo y devastador virus que arrasó tanto en pequeños pueblos como en grandes ciudades, la Casa Blanca predijo que al menos entre 100,000 y 240,000 estadounidenses podrían morir a causa del coronavirus.
La primera muerte por COVID-19 reportada en Estados Unidos ocurrió el 29 de febrero de 2020. Un mes después, el día en que la doctora Deborah Birx anunció la preocupante predicción, el número de muertos ya había superado 5,000.
El mejor escenario se derrumbó a mitad de noviembre de ese mismo año. Cuando pasó la primera gran temporada de fiestas, más de medio millón de estadounidenses habían muerto por COVID-19 en febrero de 2021.
Cada dato que aparece a continuación representa a un estadounidense que ha muerto por COVID-19
Las muertes que ocurrieron durante las oleadas de COVID-19 se representan en rojo
Las muertes fuera de las oleadas son de color azul
La primera muerte debido al COVID-19 se pensó originalmente que era un hombre de 50 años del estado de Washington el 29 de febrero de 2020. Pero una investigación de Mercury News descubrió que los médicos modificaron el certificado de defunción de Lovell “Cookie” Brown casi un año y medio después de su muerte el 9 de enero de 2020 en Leavenworth, Kansas, para decir que había muerto por el nuevo virus.
Durante este periodo, varias ciudades de EEUU prohibieron las reuniones de gran magnitud. Las grandes ligas deportivas estadounidenses, como la NBA, suspendieron los partidos de la temporada para intentar evitar la propagación del virus.
La cifra de muertos por COVID-19 en EEUU también superó los 2,000 un mes después de que se descubriera la primera muerte. Los gobernadores y los alcaldes comenzaron a imponer cierres en todos los estados y ciudades para evitar la propagación. La doctora Birx, del equipo de la Casa Blanca contra el coronavirus, declaró que entre 100,000 y 240,000 estadounidenses podrían morir a causa del COVID-19 incluso con medidas de contención “perfectas” como mascarillas, distanciamiento social y confinamiento.
El ahora expresidente Donald Trump fue trasladado a un hospital tras enfermarse con COVID-19 a principios de octubre de 2020. Fue sometido a un tratamiento con el fármaco experimental remdesivir. La primera dama, Melania Trump, y varios miembros del personal de la Casa Blanca también se contagiaron con el virus.
Los casos diarios batirían récords consecutivos antes del invierno de 2021, ya que la Administración de Alimentos y Medicamentos de EEUU (FDA, por sus siglas en inglés) autorizó el uso de emergencia de la vacuna de Pfizer.
La enfermera neoyorquina Sandra Lindsay fue una de las primeras estadounidenses en vacunarse contra el COVID-19. La vacuna de Moderna, junto con la de Pfizer, se añadió al arsenal de vacunas mientras ambas se preparaban para un despliegue nacional. El despliegue se puso a disposición primero de las personas mayores de 65 años y de los trabajadores sanitarios.
El entonces presidente electo Joe Biden recibió su primera dosis de la vacuna contra el coronavirus en vivo por televisión, en un intento por persuadir a todos los estadounidenses para que se vacunen, al tiempo que la primera variante del coronavirus, llamada Alfa (B.1.1.7), fue identificada en EEUU, días después de que el Reino Unido anunciara su descubrimiento.
Los casos aumentaron tan rápido durante el invierno de 2021 que se registraron 100,000 muertes adicionales por COVID-19 en sólo un mes.
Un informe de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) identificó que las comunidades que no tenían cobertura de vacunas — minorías, comunidades de bajos ingresos y con capacidades especiales — recibieron menos vacunas en proporción a los enclaves de raza blanca y de ingresos más altos. Los CDC también confirmaron las disparidades raciales y étnicas en las hospitalizaciones y las visitas a las salas de emergencia.
Mientras tanto, la variante Delta, identificada por primera vez en India, se convirtió en la nueva variante de interés en EEUU. Pronto se convertiría en la variante predominante en el país, superando a las variantes Alfa, Beta y Gamma.
Para entonces, casi todas las hospitalizaciones y muertes por COVID-19 provenían de pacientes no vacunados, lo que convirtió al coronavirus en una “pandemia de los no vacunados”. Las vacunas de refuerzo comenzaron a extenderse a los estadounidenses de edad avanzada y de riesgo.
Los niños de cinco a 11 años se convirtieron en el último grupo autorizado para recibir una dosis de emergencia de la vacuna de Pfizer. Los bebés, los niños pequeños y los menores de cinco años siguen sin poder recibir la vacuna.
La píldora de Pfizer, Paxlovid, fue autorizada como el primer tratamiento domiciliario contra el COVID-19, ya que la variante Ómicron aumentó drásticamente los casos. También se espera que se autorice una píldora antiviral de Merck para el tratamiento en casa.
Una subvariante de Ómicron, denominada BA.2 y apodada “Ómicron sigilosa”, superó a la variante original en los porcentajes de casos de COVID-19 en EEUU en marzo de 2022.
Una segunda vacuna de refuerzo se recomienda a los estadounidenses de mayor edad, y también a los que tienen el sistema inmunológico gravemente debilitado, como protección adicional contra nuevas oleadas de COVID-19. A los estadounidenses elegibles se les recomendó que recibieran la segunda vacuna de refuerzo cuatro meses después de la primera.
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