La prosa de Abdulrazak Gurnah es pulida y limpia, de fácil lectura. También tiene un regusto a las narraciones y conversaciones que se escuchan en suelo africano, lo que hace apreciar cada una de las palabras. Pero bajo ella fluyen, entre otras muchas cosas, horrores y atrocidades cristalizados en una costelación de temas que escasamente se han tratado en las literaturas africanas. Uno de ellos es la presencia de las comunidades asiáticas asentadas en África oriental ya en el siglo XIX. Hombres y mujeres que huyeron de la pobreza en India o en la península arábiga y encontraron un medio de vida en esa zona. Muchos fueron comerciantes en busca de marfil o controlaron el tráfico de esclavos desde el interior hasta las costas. Mercancías que intercambiaban por quincalla o fusiles y pólvora, como bien refleja el autor en su obra.
Más tarde, los británicos impulsarían la llegada de esas personas como obreros cualificados para la construcción de los ferrocarriles, por ejemplo, en sus colonias de África oriental, o para llenar aquellos puestos de trabajo para los que no consideraban aptos a los nativos. Pero los indios y los omaníes ya estaban allí antes de la llegada de los colonos. También en la actual Tanzania, país donde nació Gurnah. Y sin embargo poco se ha hablado de ellos. En los últimos años, algunos autores han arrojado algo de luz sobre esas comunidades como es el caso de keniano Peter Kimani con Dance of the Jakaranda (2017) o la británica Hafsa Zayyan en We are all birds of Uganda (2020). Mucho antes de ellos, Gurnah siempre ha puesto en el centro de su narrativa a estas personas y describe con detalle y mimo sus costumbres y formas de vida. Quizás ha sido pionero en ese campo.
Cuando los alemanes llegaron a África occidental ya encontraron allí a los asiáticos. Y esa es otra originalidad de la literatura del tanzano. Muchas de sus novelas se sitúan en el periodo colonial alemán, en lo que fue el África oriental alemana (o Deutsch-Ostafrika) un territorio que comprendía la actual parte continental de Tanzania, además de Ruanda y Burundi. La colonia se instauró en la década de 1880 cuando las tropas alemanas intervinieron para frenar una revuelta contra la Compañía Alemana del África Oriental que operaba en la zona y se mantuvo hasta el final de la I Guerra Mundial cuando tras la derrota alemana la Sociedad de Naciones entregó Ruanda y Burundi a Bélgica y Tanganica, como se conocía a la parte continental de la actual Tanzania, a Reino Unido. En su último libro, Afterlives (2020), Gurnah refleja la resistencia alemana a la invasión británica durante la guerra y el papel que jugaron los askaris, las tropas nativas que luchaban (forzadamente en la mayoría de los casos) junto a los alemanes.
Se han escrito muchas novelas que denuncian los efectos causados por la colonización británica o francesa en las sociedades africanas. Sirva citar como ejemplo el clásico por excelencia de las literaturas africanas: Todo se desmorona (1958) del nigeriano Chinua Achebe. Pero pocas veces se ha hablado en las literaturas africanas de la colonización alemana.
Esta, al igual que las otras, rompió la armonía existente en las distintas sociedades presentes en el continente africano previa a su llegada imponiendo sus normas y arrogándose la facultad de recabar impuestos. Además, trató con mano dura cualquier intento de disidencia o rebeldía. Esta intervención convulsionó todo un sistema social y de relaciones que hasta aquel momento funcionaba y generó una violencia nunca antes vivida en la zona. En la que quizás sea la mejor novela del tanzano: Paradise (1994), estos temas están muy presentes y de forma muy sutil se muestra cómo todo se desmorona con la llegada de los alemanes.
Pero Gurnah no es ingenuo ni intenta mostrar un África precolonial idílica como quizás hacen Achebe y otros contemporáneos suyos. El África que existía antes de la llegada de los colonos era un África llena de contradicciones con sus diferencias, desigualdades, supersticiones y mucha crueldad. Pero, por muy brutal que esa fuera, nunca alcanzaría a la de los germanos, unos hombres fríos, rígidos y muy seguros de sí mismos, tanto que los mitos populares decían que “comen hierro” como bien recoge el autor en alguna de sus obras.
Todas las colonizaciones se caracterizan por sus masacres, y la alemana no es menos. Basta recordar el genocidio de los pueblos herero y namaqua en la actual Namibia. En Tanganica no fue menos. Allí masacró, al menos, a 75.000 tanzanos para reprimir la rebelión Maji Maji (1905-1907) en la que se sublevaron diversos pueblos contra la administración alemana debido a las carencias y pobreza generadas por las políticas coloniales alemanas que exigían a los campesinos prestar trabajos forzosos en plantaciones de algodón, principalmente, para ser su producto exportado a la metrópolis. Esto originaba que tuvieran que abandonar sus propios campos que eran los que les daban de comer. Esa brutalidad de la colonia alemana queda muy bien reflejada en la narrativa de Gurnah.
Un tercer tema, quizás menor y más trasversal, muy presente en la obra del tanzano es el del racismo. Los asiáticos consideran a los africanos inferiores y los tratan como tales, imponiéndoles normas discriminatorias en los espacios que controlan. Esta realidad todavía se puede percibir hoy en los países de África oriental. Incluso el propio Gandhi fue acusado hace algunos años de este racismo durante su estancia en Sudáfrica, lo que llevó a manifestaciones y protestas en varias partes del continente africano que culminaron con la retirada de sus estatuas en algunas universidades como ocurrió en la de Ghana en 2018. Los alemanes piensan lo mismo de los nativos, pero también de los asiáticos y tratan a los dos grupos con igual desprecio.
Por mucho que nos pueda gustar la obra de Gurnah, si nos hubieran dado a elegir hubiéramos preferido que el premio fuera para Thiong’o
Puede que sea la presencia de estas temáticas y otras en la obra de Gurnah o cualquier otro motivo lo que ha llevado a un comité de suecos a concederle este año el Nobel de Literatura. Quizás también haya influido el que a ese comité parece que le gusta rotar de continente y de género cada año, en un intento de ser paritario o algo por el estilo. Por eso, es de suponer que este año le tocaba dar el premio a un hombre africano. Todas las quinielas apuntaban al keniano Ngugi wa Thiong’o, eterno candidato al galardón y, sin embargo, no ha sido así.
Por mucho que nos pueda gustar la obra de Gurnah, si nos hubieran dado a elegir hubiéramos preferido que el premio fuera para Thiong’o. En la literatura de este están presente muchos de los temas tratados por Gurnah, pero quizás presentados con más crudeza. Además, la perspectiva que toma el keniano es diferente, más desde los últimos de la tierra, los más jodidos y pisoteados. Él relata las luchas de independencia, el sacrificio del pueblo, la ilusión cuando se consigue la libertad y el desencanto de la realidad cuando aquellos que lideraron aquel sueño se asientan en el poder y lo utilizan para su propio beneficio. Y estas críticas le costaron la cárcel, la tortura y el exilio. Pero quizás, Thiong’o sea demasiado revolucionario y radical para los miembros de comité.
Thiong’o es un referente de las literaturas africanas, bien conocido y seguido en su país, donde se publican sus obras en kikuyu e inglés, y en todo su continente. Gurnah es prácticamente un desconocido en su país de origen. Vive en Reino Unido y allí ha desarrollado su carrera. Es muy difícil encontrar en Tanzania sus libros que deben ser importados desde Reino Unido. Solo en la librería de un centro comercial frecuentado principalmente por expatriados se hallan de vez en cuando a precios que solo esos expatriados pueden pagar.
Humbert, desde Arusha, en el norte del país, confirma esto: “No mucha gente conoce al tipo ese aquí, por lo que el premio ha pasado prácticamente desapercibido. Solamente el Gobierno ha puesto algunos mensajes en redes sociales felicitándole”. Mussa desde Zanzíbar dice: “Parece que hay un escritor famoso que nació en esta isla y no lo sabíamos”. Finalmente, Abdurahman en Dar es Salaam, enfatiza lo dicho por los anteriores al afirmar que “decir que nadie conoce a Gurnah en este país quizás es un poco exagerado, pero deben ser muy pocos los que habían oído hablar de él antes de conocerse la noticia del premio. Aquí, somos más de literatura escrita en suajili”.
Pero no vamos a caer en la trampa de dilucidar si existen las literaturas africanas y en caso afirmativo qué son. Ya se metió en ese berenjenal el escritor sudanés Abdelaziz Báraka Sakin, autor de El Mesías de Darfur, en estas mismas páginas.
Que sea capricho de suecos o que no satisfaga nuestros deseos, no impide que el Nobel otorgue un merecido reconocimiento a un autor que ha conseguido que no se olvide el horror de la colonización, entre tantas otras cosas. Además, servirá para que sus libros se divulguen y los lectores tengan la oportunidad de leer narrativas donde “lo universal no sea lo occidental”, como bien dice la experta en literaturas africanas Sonia Fernández Quincoces.
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