Un país llamado Tegueste

Este pueblo de unos 29 kilómetros cuadrados, en el que viven 11.000 habitantes, parece un país en miniatura, capaz durante siglos de mantenerse independiente del gran municipio que lo circunda, San Cristóbal de La Laguna, en el norte de Tenerife, bajo el influjo del clima que se concentra en el monte de las Mercedes. Airoso, metido en lo que es un valle perfecto en el que quedan reliquias de la laurisilva, a Tegueste se llega desde La Laguna por los mejores parajes de esta zona de la isla canaria, las estribaciones de la Mesa Mota o el Camino Largo, en medio de lo que fue el enorme lago sobre el que se asentó este mundo al que pertenece la villa.

Desde hace siglos este es lugar de peregrinación de veraneantes acomodados, pero el tiempo, y la fama de su buen clima, ha ido atrayendo a profesionales liberales, profesores universitarios o jóvenes que siguen la costumbre de los parientes que sucesivamente han sido sus habitantes. Tegueste es un imán, dicen los que estaban y los que han venido. Pasear por sus calles es viajar a la vez a su pasado, que se guarda como oro en paño, y a su presente, que sigue dependiendo de viejas riquezas, la ganadería y la agricultura. Esa afluencia, que aumenta poco a poco, no ha contribuido al bullicio, más bien lo ha atenuado. Las casas viejas y las nuevas se alternan con disciplina y respeto, con sus colores vivos, añil, blanco, amarillo, rojo, una sinfonía que da paz y vida.

A medida que uno se adentra en el pueblo el silencio le acompaña como el aire, límpido, y que en el Camino de los Laureles es un vestigio guanche de la buena sombra. No es extraño que lo que conversas aquí retumba como un eco en el valle. Las viejas casas, algunas del siglo XVI, se han ido rehaciendo para parecer iguales a como fueron, y las que se han reconstruido remiten a la atmósfera en que vivieron los antepasados. Pilar Alberto Báez nos enseña la fecha que hay encima de la chimenea: 1582. La más vieja de las viviendas fue lugar de la Audiencia, y ahora es su casa, donde están todos sus recuerdos, y también aquellos que dan fe de las alegrías y de las desgracias del tiempo. Cerca reconstruye ahora el Cabildo isleño la casa que fue de un preboste militar de la era de Franco, ante cuya fachada los penitentes hacían que la Virgen de los Remedios (patrona, con san Marcos) se reclinara en señal de divino respeto. En esta misma zona de reliquias vivas están la iglesia del patrón, el Ayuntamiento, la primera escuela de Tegueste (del siglo XIX) y la que fue Casa del Prebendado Pacheco, que es punto y aparte de la historia.

Pueblo independiente

La institución municipal es la joya civil de Tegueste, pues es el garante de su independencia con respecto al más poderoso de los vecinos: La Laguna. Fue ese prebendado, Antonio Pereira y Pacheco, nacido además en La Laguna, un sacerdote ilustrado que fue servidor del obispo de Perú, el que consiguió, tras las Cortes de Cádiz, que Tegueste fuera como un paisito en medio del gran municipio que comprende lugares tan potentes como Bajamar o Tejina. Desde entonces a nadie se le ha ocurrido requerir a Tegueste para que desista de ser independiente. Sus tradiciones, incluida la lucha canaria, comprenden espec­táculos anuales (ahora, el 5 y el 8 de septiembre, por las fiestas) que resultan insólitos tierra adentro: la resurrección de los barcos que fueron prometidos a los patronos si la peste de landres, a finales del siglo XVI, no llegaba al municipio. Y como se paró justo en su frontera, ahí están todavía hoy gente como Juan Manuel Hernández exhibiendo esas reliquias de madera, con sus velas y sus sogas.

En este cuadrado civil, educativo y religioso que es el centro de Tegueste hubo antaño un cementerio, que ahora está ubicado, con su ciprés imperioso, en las afueras del pueblo, arrastrando aún, como un símbolo, estos famosos versos que le dedicó un poeta isleño, Crosita: “Cementerio de Tegueste / cuatro muros y un ciprés / qué chiquito y sin embargo / cuánta gente cabe en él”. Es quizá la copla de este lugar de copleros más famosa, y sirve aún para definir Tegueste, aunque ya su cementerio no sea el mismo minúscu­lo símbolo que subrayó el poeta.

Celestino Hernández, de 65 años, vino aquí desde La Palma a los 11 años. Ha visto Tegueste ser agrícola (papa, grano, cebada, trigo, uva) y la ha visto cuidar el ganado vacuno, la vio orgullosa de ser el municipio que más agua da en los alrededores, y él mismo se siente orgulloso de algo que parece invariable: el cuidado de un núcleo histórico que jamás ha sido dañado por nuevas dimensiones urbanas. Mientras él camina y habla, suena el ruido más habitual de esta localidad en la que no se oye ni una mosca a ciertas horas del día. Ese ruido es el de las necrológicas grabadas que un coche va dispersando para conocimiento del municipio. En el tiempo de los grandes señores, propietarios de los terrenos, los medianeros y sus familias llenaban la iglesia en los actos fúnebres. Ahora los medianeros son los señores y ya no hay tanto motivo para rendir aquellas pleitesías. Dios en medio de todo, tan es así que el barranco que tan abundante agua produce y al que dedica Tegueste tanta gratitud se llama Agua de Dios.

Ahora, además del aire y los edificios que transmiten cómo el tiempo se ha ido aposentando en este país chiquito, tiene Tegueste orgullos humanos que son símbolos de su historia. Aquí nació el futbolista Pedri, su talismán, ahora en el Barça; de sus padres es la Tasca Fernando (922 54 42 77), donde se rinde tributo al color azulgrana desde antiguo, pues el abuelo del ahora miembro de la selección nacional fue portavoz entusiasta del club. Y en la calle grande está el recuerdo en bronce de una leyenda local, el cartero Antoñito, tío abuelo del deportista que se ganó el amor de sus vecinos con su cartera al hombro. Pedri acaba de celebrar en sus calles sus triunfos. Se atribuye al gofio, el alimento tan canario que sigue comiendo en Barcelona, su ya legendaria resistencia en el césped. Será el gofio, pero también será el aire de Tegueste.

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