Un persa en los montes de Toledo


Nadie sabe cuál era su nombre exacto, ni por qué se levantó en aquel escarpado monte rocoso sin fuentes de agua cercanas. Ni siquiera se conoce quién ordenó construirla. En ningún texto árabe ni cristiano medieval aparece mención alguna de este asentamiento, y eso que llegó a contar con una gran fortaleza rodeada de murallas que albergó a unos 3.000 habitantes, una población nada despreciable en el siglo X en un territorio de frontera. Ahora, el profesor emérito de la Universidad de Castilla-La Mancha Ricardo Izquierdo ha recuperado su memoria en Vascos: un enigmático enclave andalusí. En este trabajo ―que ha presentado recientemente en el Museo Arqueológico Nacional― relata los últimos hallazgos en esta ciudad islámica levantada en Navalmoralejo (Toledo), entre ellos un enigmático medallón que viajó más de 6.500 kilómetros desde el imperio sasánida hasta la Península y que puede resolver el misterio.

Los expertos llevan excavando en el yacimiento de Vascos desde 1975 y en este tiempo han desenterrado la alcazaba, han intervenido en las murallas ―con dos grandes puertas y 7 portillos― y han sacado a la luz los restos de algunas viviendas. Extramuros se han excavado baños, tenerías y dos cementerios con tumbas cerradas con grandes piedras, pero los cuerpos han desaparecido por la acidez del terreno. Allí fueron inhumados durante más de un siglo los habitantes de las 600 viviendas de la ciudad. Los arqueólogos han encontrado numerosos objetos que dejaron tras de sí: bisagras, candados, llaves, pasadores, cerrojos, cucharas, cuchillos, barreños, platos, fuentes, jarras, candiles, agujas de hueso, botones, cuchillas de barbero, flautas…

La capacidad económica de los residentes no era elevada, ya que se han encontrado numerosas monedas partidas o recortadas que servían para abonar los gastos diarios El valor de estas piezas se determinaba por su peso real mediante balanzas que también se han hallado.

El yacimiento, declarado monumento histórico-artístico en el año 1931, es un conjunto monumental “sobre el que se ciernen muchas interrogantes y muchos enigmas”, dice el profesor. Se comenzó a levantar en época omeya (siglo IX) en la zona fronteriza que dividía la Península entre los reinos cristianos y al-Ándalus. El Sistema Central ejercía de muralla entre ambos mundos. A 430 metros de altura, la ciudad se alzaba rodeada de bosques de encinas, acebuches y lentiscos y ocupaba unas ocho hectáreas defendidas por una muralla.

Los expertos sospechan que su fundación pudo tener una motivación estratégica para la defensa de la línea del Tajo organizada durante el gobierno de Abderramán III. “Se trataría, por consiguiente, de controlar un cercano vado en el Tajo por el que podrían adentrarse las tropas cristianas”, sospecha Izquierdo.

Pero también es posible que hubiese servido para controlar una zona de tribus bereberes enemigas de los omeyas. Las frecuentes sublevaciones motivaron que Abderramán III enviara tropas a la cercana Talavera ―que tenía un distrito llamado Bask, de donde puede provenir el nombre de la ciudad de Vascos― para aplastarlas. Por eso los arqueólogos se preguntan si el asentamiento fortificado se fundó para controlar a los bereberes.

Una tercera hipótesis, en cambio, asocia el lugar con el trabajo de metales. Los investigadores recuerdan que, a unos 15 kilómetros, en la sierra Jaeña, se conocen desde época romana minas de oro. Las Relaciones topográficas de Felipe II (1576) relatan un carril que unía estos yacimientos auríferos con la zona donde se levanta la alcazaba. Se han hallado algunos moldes para fundir amuletos o joyas de metales preciosos y una posible lingotera para verter plata.

El hallazgo ahora de un medallón de forma estrellada, de 10 centímetros de diámetro, posiblemente sasánida (última fase del imperio persa) entre los escombros de la alcazaba permite vislumbrar nuevas respuestas. Se trata de una pieza que su propietario llevaba adherida a un elemento de cuero o madera y que se le desprendió. Representa una figura cubierta por un tocado con dos cintas a modo de ínfulas y que por su iconografía se asemeja a las usadas en el imperio asiático. “Los persas estaban muy especializados en minas de plata y fueron conquistados por los musulmanes. Por lo tanto, no sería muy errado aventurar que llegara a Vascos un experto persa para dirigir o controlar la explotación argentífera de este asentamiento especializado. Es cierto que es especulación, pero es una respuesta a qué hacía un sasánida del siglo X en un cerro rocoso, aislado y agreste de Toledo”, concluye el catedrático.

El medallón parece dar sentido a la extraña localización de la ciudad: un enclave minero-metalúrgico en la etapa omeya que terminó convirtiéndose en el siglo XI en la posición más occidental de la taifa de Toledo y que tuvo que asumir funciones militares, crecer en población y defensas. Luego fue conquistada por Alfonso VI, al que no le interesó nada aquel inhóspito lugar, lo abandonó y así comenzaron las interrogantes sin respuesta hasta que alguien encontró un medallón que no debía estar ahí.


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