El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y Quirino Ordaz Coppel en una foto de archivo.Juan Carlos Cruz (CUARTOSCURO)
Andrés Manuel López Obrador propuso hace cuatro meses al gobernador saliente del Estado de Sinaloa, Quirino Ordaz Coppel, como nuevo embajador en España. La elección sorprendió a la oposición con el pie cambiado por tratarse de un veterano dirigente del PRI, pero el presidente mexicano aseguró que tenía el perfil adecuado para solucionar los “malos entendidos” con Madrid. El político dejó el cargo en octubre y el Gobierno de Pedro Sánchez todavía no ha dado su plácet para formalizar el nombramiento. Lo está tramitando, según confirman a EL PAÍS fuentes del Ministerio de Asuntos Exteriores español, aunque la dilación del trámite ha contribuido a disparar las especulaciones.
La Secretaría de Relaciones Exteriores de México las ve como un intento de intoxicación y resta importancia a la demora. Desde el gabinete del canciller Marcelo Ebrard aseguran que “no existe ninguna indicación, verbal o escrita, formal o informal, ningún mensaje ni ninguna señal de que no se vaya a otorgar el beneplácito al embajador”. “Las señales no son negativas”, concluyen. El Gobierno de López Obrador confía en que Ordaz Coppel pueda entregar pronto sus credenciales a Felipe VI y, mientras tanto, sigue a la espera.
El presidente ya ha encomendado al futuro diplomático “restablecer a plenitud las relaciones” con España después de las tensiones que han marcado su mandato por exigir disculpas por la conquista. Esas tiranteces se iniciaron en 2019 y continuaron hasta el pasado mes de septiembre, coincidiendo con las celebraciones del Bicentenario de la Independencia y en medio de varios exabruptos de dirigentes opositores de la ultraderecha y del Partido Popular. No obstante, la ausencia de altos cargos del Ejecutivo de Sánchez, del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fue una muestra clara de la frialdad entre las dos Administraciones. La rutina de cooperación bilateral, pese a todo, nunca se ha visto afectada por esas fricciones, ni en el diálogo institucional y menos la coordinación consular y administrativa.
La actitud de López Obrador, además, ha oscilado entre mensajes de reconciliación, por un lado, e indirectas o señalamientos, por el otro. El mandatario recuerda con frecuencia que el Rey no contestó a sus requerimientos de perdón, formulados por carta, y ha utilizado los desmanes de la conquista para enrarecer el clima y acusar incluso de “soberbia” a las autoridades. Desde Madrid el Gobierno siempre ha evitado alimentar las polémicas, pero no envió a ningún representante a los actos conmemorativos de la independencia, a los que a principios de año había sido invitada la entonces ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya. Su oficina trasladó su disposición a participar en el Bicentenario, una fecha menos conflictiva que la caída de Tenochtitlan, aunque poco después Sánchez remodeló su Gabinete y nombró a un nuevo jefe de la diplomacia, José Manuel Albares. Y finalmente ni siquiera el embajador en México, Juan López-Dóriga acudió -excusándose por indisposición- a una ceremonia en la que López Obrador exhibió el apoyo de decenas de países y evitó mencionar a España.
A ese ambiente se suman otros gestos. El presidente mexicano ha definido con nitidez, después de tres años más titubeantes, sus prioridades diplomáticas para la recta final del sexenio. En primer lugar, busca fortalecer la relación con el vecino, Estados Unidos, especialmente desde la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca. En segundo lugar, destaca la apuesta por aumentar la influencia en América Latina a través de la cooperación frente a la pandemia de coronavirus e incluso con la exportación de programas sociales. Y por último, México se ha empleado en cultivar el trato con Francia y con Italia, los países europeos más presentes en su agenda.
Este cóctel de reclamos, críticas y pequeños desplantes ha abonado un terreno delicado. Los dos países, por ejemplo, han descartado por el momento la celebración de la llamada Comisión Binacional, un espacio de colaboración diplomática creado en 1977 que reunía a varios ministros de ambos Gobiernos. La última reunión se convocó bajo el mandato del antecesor de López Obrador, Enrique Peña Nieto. Pero eso no significa que España, a pesar de que se está retrasando el plácet, vaya a rechazar el nombramiento de Ordaz Coppel, quien sustituirá a María Carmen Oñate, una veterana diplomática que pidió su retiro.
El dirigente tiene una dilatada trayectoria desde sus comienzos a finales de los años ochenta durante las Administraciones priistas de Carlos Salinas de Gortari, primero, y después Ernesto Zedillo. Y, según manifestó López Obrador, contribuirá “a que se restablezcan por completo y en muy buenos términos las relaciones con España, que son de todo tipo, principalmente de amistad con el pueblo español”. Aun vertiendo acusaciones, el propio mandatario ha reconocido que en ocasiones se dan “malos entendidos” y que eso forma parte de la vida política. De momento, según ambas partes, solo es cuestión de esperar.
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