Un presidente como los demás


Ha terminado el primer año en el poder de Andrés Manuel López Obrador. Y a despecho de la fe ciega de algunos y el temor paranoide de otros, México sigue más o menos donde estaba antes del 1 de diciembre de 2018. O sea: lleno de problemas y con la población esforzándose por seguir con su vida y las rutinas de siempre, por más duras que sean. Aún no se ha producido el Apocalipsis ni el colapso nacional que auguraban y siguen augurando los detractores del gobierno. Claro: tampoco se ha resuelto ninguno de los grandes conflictos nacionales, ni puede decirse que el país se haya puesto, siquiera, en el camino de conseguirlo.

Esto que digo puede sonar a obviedad, pero no lo es. La crispación política mexicana ha llegado a tal punto que, cada mañana, unos hablan como si del cielo cayera fuego, mientras otros hacen como si lo que estuviera escurriendo fuera maná… Y ni una cosa ni otra. Si algo parece haber demostrado este año es que la presidencia no es tan todopoderosa como sus partidarios y adversarios sostienen (las pifias en los temas de seguridad y migración lo muestran bien), ni Andrés Manuel López Obrador es ese personaje fuera de serie que, para bien o mal, tantos están convencidos de que es (comenzando por él).

Algunos defensores oficiosos del presidente celebraron que, a pesar de que el país lleva tres trimestres a la baja y el crecimiento redondeado en 2019 tendrá que expresarse con un cero (si acaso, aderezado por un decimal), una encuesta del diario El Universal muestra que 51% de los mexicanos dijeron estar mejor económicamente este noviembre que en marzo pasado. Pero esto habría que ponerlo en perspectiva: la realidad económica no es asunto de votar a mano alzada. Recordemos, por ejemplo, que en 2010, en mitad del estallido de violencia calderonista, los mismos mexicanos le respondieron a la consultora Gallup que eran muy felices y calificaron sus vidas con promedio de 7 sobre 10. Tanto que resultaron estar más contentos que los franceses, que solo se dieron un 6.3 en la encuesta…

Ni la idea de que la popularidad de López Obrador es incomparable y no tiene precedentes en nuestra historia, ni la postura contraria, es decir, que su imagen se ha derrumbado y está por los suelos, se encuentran apuntaladas por nada más que por la fe de quien lo afirma. La consultora Mitofsky señala que la imagen positiva del presidente luego de un año de gobierno es de 58.6%. Básicamente la misma que tenía su archirrival, Felipe Calderón, luego de su año de arranque, en 2007 (58.9%) y muy cercana a la de Vicente Fox en 2001 (59.4%). ¿Quién ha sido el presidente más popular luego de un año de gobierno en el periodo medido por Mitofsky (1988-2019)? Pues ni más ni menos que Carlos Salinas de Gortari, del que opinaban bien 69.2% de los ciudadanos en 1989…

López Obrador perdió en un año cuatro puntos sobre su imagen inicial (que era favorable para 62.6% de los encuestados en 2018) pero no es el mandatario al que le fue peor. Fox perdió 20 puntos en su año de novato. Y Enrique Peña Nieto, 6.7%. Los que más subieron fueron el ya mencionado Salinas y también Ernesto Zedillo (más de diez puntos cada cual). Pero es que ellos empezaron muy abajo.

¿Qué nos dice esto? Pues que los mexicanos ven a López Obrador a media tabla y, en suma, de un modo muy parecido a como han visto a los anteriores presidentes. Ni un redentor ni el gran Satán, pues. Un presidente como los demás, con aciertos y errores. Que tirios y troyanos magnifiquen esos aciertos y esos errores, como parte de la batalla retórica en la que el país está metido, ya es otro tema.

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