La pompa aristocrática, los rimbombantes títulos nobiliarios plagados de artículos gramaticales, el aroma añejo de la larga tradición… Puede resultar más bien anacrónico en el mundo contemporáneo, uno que prefiere los áticos cuquis en los centros urbanos a las casas solariegas y el desarrollo de las últimas aplicaciones tecnológicas a la gestión de enormes fincas latifundistas y a la conservación de longevas reliquias familiares, por citar algunos tópicos del género. Un mundo que dice ser meritocrático (aunque no lo consiga), en el que preocupa la desigualdad creciente, sobre todo si esa desigualdad viene de cuna. Sin embargo, ahora la aristocracia, últimamente confinada al espacio de las revistas del corazón y a los libros de historia, parece volver a tomar relevancia en otros sectores de la escena pública por diferentes motivos.
“En la sociedad actual la aristocracia sigue siendo un valor en alza”, opina el aristócrata disidente Iñigo Ramírez de Haro, marqués de Cazaza en África, que en su reciente libro La mala sangre (Ediciones B) hace una crítica despiadada a su familia, la Casa Bornos, y a su estamento en general. “La mayoría ni son empresarios influyentes, ni artistas de éxito, algunos no aportan nada a la sociedad y quieren vivir de herencia y nostalgia, pero siguen copando el interés del público. Que estén de moda tiene que ver con un retorno a los valores tradicionales que hace unos años era impensable”, dice el marqués.
Los motivos más graves de la actual visibilidad de los nobles tienen que ver con la implicación de Luis Medina, marqués de Villalba, hijo del duque de Feria y de Naty Abascal, en un escándalo por cobrar millones en comisiones al mediar en la compra de mascarillas durante la pandemia, enriqueciéndose mientras la ciudadanía moría por cientos a diario. El partido Podemos ha propuesto una reforma en el Código Penal para que sea posible retirar los títulos nobiliarios a aquellos aristócratas que no tengan un comportamiento ejemplar.
“La aristocracia se basa en la antigüedad y en la virtud”, asegura Ignacio Ariza, director del máster de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid y autor del libro Nobleza obliga, de próxima aparición (asegura que el estudio de la aristocracia también tiene mucho tirón en las facultades universitarias, donde abundan las tesis doctorales sobre el tema). En aras de preservar esa virtud, no sería descabellado desposeer de su título a los nobles cuyo comportamiento no sea ejemplar, como propone la formación política. “El problema fundamental”, añade el profesor, “es que la única persona que puede otorgar o quitar estos títulos es el Rey. El Gobierno, por el momento, no puede dar títulos ni quitarlos”. Un ejemplo: en 2015 Felipe VI revocó el título de duquesa de Palma a la infanta Cristina, culminando el alejamiento de su hermana cuando estaba imputada por el caso Noos, por el que su marido, Iñaki Urdangarin, fue encarcelado.
¿Aristocracia en el siglo XXI?
La aristocracia española tal y como la conocemos surgió en la Edad Media, cuando los reyes otorgaban títulos y terruños en gratitud a colaboradores que les ayudaban a guerrear. De hecho, el rey es muchas veces un primus inter pares, uno de los nobles que tiene autoridad sobre los demás. “En la época moderna [hasta el siglo XVIII] los nobles ya no tienen tanto que ver con lo militar como con el asesoramiento, el consejo o financiación de los reyes”, matiza Atienza. Eran los que estaban cerca, los que les ayudaban o les hacían favores. En ambos casos, se trataba de sociedades basadas en los privilegios, muchos de ellos de cuna, un modelo social que perdió vigencia, según los libros de Historia, durante las revoluciones burguesas y liberales, como la Revolución Francesa, los cuales proponían sociedades basadas en la igualdad de los ciudadanos (y no en privilegios), como las que ahora habitamos. Sin embargo, la aristocracia ha mostrado una notable pericia para sobrevivir, al menos en algunos lugares.
“En realidad, en España la aristocracia nunca fue derrotada, sino que hizo una alianza con la burguesía, normalmente a través de matrimonios”, prosigue Atienza. Pone como prueba el vigor de casas como la de Alba o la de Medinaceli (a la que pertenece Luis Medina). Hoy en día, pese a todo, la aristocracia es un colectivo heterogéneo en el que se pueden encontrar muchas tipologías humanas: conservadores o progresistas, orgullosos o indiferentes, trabajadores o rentistas, más o menos cultos y educados. Todos sin privilegios reales.
Eso sí, los valores de las sociedades democráticas y capitalistas actuales son propios de la burguesía que hizo aquellas revoluciones, la cual creó las democracias liberales y se aupó en el naciente sistema capitalista: la innovación, el emprendimiento, la cultura del trabajo y del esfuerzo, todo eso que nos repiten por la tele. Recuerda al sueño americano: no importa la extracción social, sino el talento y el sacrificio para llegar a triunfar. Los valores aristocráticos, mientras, son prácticamente opuestos: se valora la cuna, la tradición, la antigüedad, el abolengo y hasta la ociosidad, lejos de los valores que configuran los relatos (aunque no siempre sean verdaderos) de las sociedades modernas.
A los aristócratas, según otro cliché, tampoco les suelen gustar los nuevos ricos. Y dentro de la nobleza también hay jerarquía, y hasta desprecio: no es lo mismo la baja aristocracia que la alta aristocracia, no es lo mismo tener un título otorgado por Carlos V que uno otorgado en el siglo XIX o, peor aún, por Franco (que ni siquiera era rey); no es lo mismo ser duque, que marqués, que conde, que barón. Lo más importante: ser Grande de España. ¿Qué pintan todas estas jerarquías en la sociedad actual? ¿Qué pinta la aristocracia? “Podríamos decir que la aristocracia tiene poco que ver con la sociedad actual y que su papel en ella es prácticamente inexistente”, asegura el profesor.
Aun así, en España hay 2.824 títulos nobiliarios, según el Consejo de la Grandeza de España (hay 418 Grandes de España) que hoy en día son solo eso, títulos, sin ningún privilegio asociado. “A mucha gente lo que le impresiona de la aristocracia es, simplemente, la desigualdad”, dice Ramírez de Haro, tratando de entender la fascinación que los nobles causan sobre una parte de la población, “el hecho de que, hagas lo que hagas, nunca tendrás un título nobiliario”.
Cayetanos y hamburguesas
Uno de los motivos más curiosos del regreso de la aristocracia al candelero: una conocida cadena de hamburgueserías ha lanzado un anuncio en el que hace una sátira amable de este estamento, reuniendo a varios cayetanos para probar sus hamburguesas, que, según la empresa, también son aptas para los paladares más exquisitos. “Disfrutarlo, ¿sabes?, como el pueblo llano”, dice uno de los personajes. Finalmente, las hamburguesas son aprobadas por el 98% de los nobles reunidos.
Cayetano es un término de moda popularizado en una canción satírica por el grupo Carolina Durante (”Todos mis amigos se llaman Cayetano / Zapatillas Pompeii, algunos tienen barco / Siempre tres botones desabrochados / Menudo pelazo, CEU San Pablo”). Se refiere a los pijos en general (un pijo puede provenir de cualquier estrato social), pero el nombre pertenece indudablemente al imaginario de la aristocracia: Cayetana Fitz-James Stuart y Silva fue la duquesa de Alba, la política Cayetana Álvarez de Toledo es marquesa de Casa Fuerte, Cayetano Martínez de Irujo es duque de Arjona. Otra aristócrata en boga, joven como para considerarla de la generación cayetana, es Victoria Federica de Marichalar y Borbón, nieta de Juan Carlos I y Dama Divisera Hijadalgo del Ilustre Solar de Tejada: en una de sus últimas apariciones saltaba a la coolness definitiva en un prolijo editorial de moda que ocupaba la portada de la revista Elle.
Uno de los cayetanos que aparecen en el citado anuncio de hamburguesas, el más mediático y locuaz, es Patricio Alvargonzález Royo-Villanova, veinteañero vinculado a la aristocracia (sería heredero de los desaparecidos barones de Romañá) que ha creado al personaje humorístico Cayetano Sáenz de Betolaza en Instagram (@Cayetanosaenz) y que ha publicado recientemente la novela Conservados en champán (Espasa), una descripción frívola y delirante de este estamento que conoce de primera mano.
“La aristocracia me parece una pieza de museo, pero de un museo que me gusta visitar”, dice Alvargonzález. Según el joven autor, a los propios aristócratas les gusta ser esnobs de cierta manera irónica, riéndose de sí mismos; y está bastante de acuerdo con el retrato de la nobleza que Luis García Berlanga hace en películas como La escopeta nacional (1978). Para el resto del mundo cree que la imagen de la aristocracia es diferente: “A unos les gusta ver a la aristocracia en la prensa del corazón”, concluye, “pero el resto del mundo piensa que es una cosa absurda”.
Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram,o suscribirte aquí a la Newsletter.