Si se le pregunta al rapero sevillano Tote King por Notorious B.I.G. se lanza a hablar con la emoción de un adolescente. “Era tan completo el tío… Para nosotros era religión. Su disco Ready to die era nuestra Biblia”, exclama. Y añade en un torrente: “Nos hemos criado con eso. Lo primero que significa Notorious es Nueva York. Es el icono insuperable e irremplazable del rap de la Costa Este. Mucho más que Wu Tang Clan, Jay-Z o Nas. Tenía unas características muy peculiares. En esa época, en la Costa Este el ambiente era muy oscuro. Pero este tío, dentro de ese estilo, metía muchas cosas sobre el lujo, coches, mansiones, tías… con muchísima gracia y tomándose muy en serio al mismo tiempo. Desde el principio estaba decidido a triunfar. Tenía ese aspecto de tío enorme y esa voz muy potente que lo hacían único. Notorious significa también ingenio a patadas y flow a patadas. Era el número uno en técnica y en rapidez. Era la perfección. Tenía una capacidad increíble para narrar historias de forma preciosa y perfecta. Y además, cuando le quisieron meter en formatos más bailongos y de discoteca se sacó éxitos para bailar. Lo tenía todo”.
Asesinado en 1996, con 24 años y un solo álbum publicado. Christopher George Latore Wallace, alias Notorious B.I.G., ha vendido hasta el momento 30 millones de discos y su figura se ha engrandecido con el tiempo. En 2020 fue admitido en el Rock and Roll Hall of Fame, vetusta institución que pretende separar lo temporal de lo eterno. En el vídeo que acompañaba a esa entrada, Jay-Z, uno de los grandes del rap de todos los tiempos, aseguraba que cuando escuchó la primera versión de Life after death, que terminaría siendo su disco póstumo, se asustó. “Era increíble. Pensé: ‘Esto es muy bueno, tengo un problema como artista”. Otros raperos como Nas o Lin-Manuel Miranda, el más famoso de los compositores de musicales de Broadway, también se unían a los elogios. “La muerte de B.I.G. nos dejó uno de los más trágicos ‘¿qué hubiera pasado si…?’ de la historia del hip-hop. Nunca pensamos que el hip-hop se podía llevar tan lejos. ¿Qué hubiera pasado si hubiera seguido vivo?”, se preguntaba este último.
Un rapero citado en el Congreso de Estados Unidos
Incluso ha entrado en la política de EE UU. El congresista de su distrito, Hakeem Jefrries, citó un verso de Biggie –el apelativo cariñoso con el que se le conocía– en el primer impeachment contra Donald Trump. “Si no lo sabía, ahora lo sabe”, le dijo al presidente de la comisión después de dar sus argumentos para condenar al entonces presidente. En realidad no era la primera vez que le mencionaba en la sala. En 2017, coincidiendo con el vigésimo aniversario de su asesinato, Jeffreys le rindió homenaje en el Congreso con un discurso presidido por un retrato de Notorious B.I.G. Sus colegas lo recibieron con frialdad. “Revise el registro de la Casa y mire si ha habido homenajes a Frank Sinatra, a Elvis Presley o a Bruce Springsteen. Los ha habido, sí. Así que si a ellos podemos homenajearlos, deberíamos poder homenajear a Biggie”, se explicaba después en la CNN.
Esta reivindicación también llega a Netflix en forma del recién estrenado documental Biggie: I got a story to tell. Dirigido por el semidesconocido aunque veterano Emmett Malloy, cuenta la historia de cómo un chaval obeso y con un ojo vago de un barrio de Brooklyn pasó de camello a la gran estrella del rap neoyorquino de los noventa. La respuesta parece sencilla y unánime: tenía un talento tan descomunal como su tamaño. A pesar de contar con filmaciones caseras nunca vistas del rapero, el documental es uno de esos retratos amables que suelen ser las biografías autorizadas. Una semblanza de Biggie producida por la madre del músico y por Sean Combs, más conocido como Puff Daddy, su descubridor, que no tiene ningún reparo en decir que B.I.G. era “el mejor rapero de la historia”.
Los que no saben nada del rapero quizás hayan oído hablar de la historia de su triste final. Uno de esos desenlaces sangrientos que se convierten en leyenda. Sus primeras grabaciones coinciden con el auge del gangsta rap de Los Ángeles, un hip-hop furioso que sale de miembros de bandas de barrios marginales como Compton. Por primera vez, Nueva York perdía la hegemonía en el rap y el epicentro de lo que estaba pasando se traslada a la Costa Oeste. Sobre todo a la discográfica Death Row y a su gran estrella, el rapero Tupac Shakur, del que al principio fue amigo. Pero las rivalidades en el rap se toman en serio. Se enfadan y se produce una escalada de hostilidades. En 1994, Tupac es tiroteado mientras graba en Nueva York. Aunque todo apuntaba a un robo, la escena de Los Ángeles acusa a Notorious B.I.G. de instigar el intento de asesinato. Sobrevive, pero ya no hay vuelta atrás. Es una guerra abierta. Dos años después, Tupac es asesinado de tres tiros saliendo de ver un combate de boxeo de Mike Tyson en Las Vegas. Cuando el 9 de marzo de 1997 Notorious B.I.G. fallece acribillado también por tres disparos en Los Ángeles todo el mundo lo vio como una venganza. Casi un cuarto de siglo después ambos crímenes siguen sin resolverse.
En 2014, Netflix dedicó una serie de 10 capítulos a esa rivalidad. La títuló precisamente así, Unsolved, sin resolver. Ya en 2009 se había rodado una película biográfica, Notorious. Hay un culto a su alrededor. En 2020 la corona de plástico con la que posó en su última sesión de fotos se subastó por 300.000 euros. Del crecimiento del mito da cuenta que además hay ya un puñado de libros sobre el rapero, así que el documental de 98 minutos se centra en contar la parte más de cuento de hadas de su historia. O como escribió Daniel Fienberg en The Hollywood Reporter: “No se puede llamar a I got a story to tell una hagiografía, pero se construye en torno a un arco demasiado limpio en el que Biggie pasó directamente de la delincuencia a la música. Un arco que requiere que el documental ignore por completo unas cuantas detenciones, incidentes e incluso encarcelamientos después de que se produjera su transformación”.
Los inicios
Porque, durante años, Biggie fue el malo de la historia. El culpable de la escalada de la guerra. Y eso es algo que, ahora que se acerca el que hubiera sido su 50 cumpleaños, una fecha que se aprovechará para relanzar su discografía anterior y posterior a su muerte, toca limpiar. También es cuestión de justicia. Hasta ahora no se ha podido probar que estuviera detrás de la muerte de Tupac Shakur. Y sí, era un tipo de pasado turbio y amistades peligrosas, pero sus rivales californianos no se quedaban atrás.
Notorious B.I.G. con 17 años en una batalla callejera de raperos en Nueva York
El Notorious B.I.G. que se nos presenta en el documental es el hijo único de una emigrante jamaicana que llegó a Nueva York de adolescente y se convirtió en profesora. Su padre, que estaba casado, algo que no mencionó a la madre de Biggie hasta que se quedó embarazada, simplemente se esfumó. El metraje tiene la estructura de una biografía oral, es decir, está basado en declaraciones de gente que le conoció, sin presentador ni voz en off, lo que le da ritmo y lo hace fácil de ver. No rehuye su etapa como pequeño capo de las drogas adolescente en su barrio de Brooklyn. Protegido por el tío de uno de sus mejores amigos, uno de los personajes más fieros de uno de los barrios más terribles del distrito, Biggie se hace un nombre como camello del temible crack que arrasó los barrios negros de EE UU.
Pero enseguida llega la redención. Descubierto por Puff Daddy, B.I.G. se toma en serio su carrera, asegura el documental, después del asesinato de uno de sus amigos más cercanos, camello como él, en un tiroteo que dejó dos muertos y cuatro heridos. Su primer disco se tituló, premonitoriamente, Ready to die, preparado para morir. “Desde el primer día rapeó como si no tuviera nada que perder”, dice de él Puff Daddy.
Tuvo momentos de debilidad. Con el nacimiento de su primera hija, Biggie deja el rap y se muda a Carolina del Norte para estar más cerca de ella, pero eso sí: vendiendo crack. Tiene que intermediar Puff Daddy para convencerle de dejar ese negocio y dedicar todo su tiempo a la música. A partir de ahí su progresión es meteórica. Solo truncada por su muerte.
Sobre el escabroso asunto del asesinato de Tupac, sus amigos afirman en el documental que no solo no estuvo detrás sino que quedó profundamente afectado por la noticia de su muerte. Si creemos a su madre, el viaje a Los Ángeles en el que murió era un intento de hacer las paces con sus enemigos mortales. Esa misma madre que dice enterarse por el documental de que aquel plato de copos de puré de patata que encontró en el dormitorio de su hijo y tiró a la basura, era en realidad crack secándose. “No sabía que se podía estar tan enfadada con un muerto”, responde cuando se lo cuentan. Solo por momentos como ese, Biggie: I got a story to tell merece un visionado.
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