Hay un momento del año en que la ficción que sostiene a la monarquía británica en la cúspide del poder se escenifica en toda su majestuosidad. Y este martes, por primera vez en casi seis décadas, Isabel II no ha estado presente. La causa son sus “problemas episódicos de movilidad”, ha explicado el Palacio de Buckingham, después de aguantar hasta el último minuto para tomar la decisión. El discurso de la Reina, el acto central de la ceremonia de apertura de sesiones del Parlamento británico, ha sido en esta ocasión el discurso del “futuro” rey. Carlos de Inglaterra, acompañado de su hijo Guillermo, el duque de Cambridge, ha reemplazado a la monarca y, por primera vez, ha leído los planes legislativos del Gobierno de Boris Johnson. El “Gobierno de Su Majestad”, como se encargaba siempre de recalcar Winston Churchill.
La soberanía del Reino Unido reside en su Parlamento, a diferencia de otras naciones como España, que dejan claro en su texto constitucional que la soberanía reside en el pueblo. Si la idea de que la Cámara de los Comunes es el centro del sistema político británico se ha visto erosionada desde hace décadas por primeros y primeras ministras cada vez más presidencialistas en su modo de ejercer el poder, la noción de una monarca en cuyo nombre se gobierna y se legisla debe sostenerse en el tiempo con grandes dosis de pompa y ceremonia.
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Isabel II entraba todos estos años al Palacio de Westminster por la Puerta del Soberano, después de recorrer solemnemente el breve trayecto desde el Palacio de Buckingham, escoltada por la caballería real. Ataviada con la corona imperial y con el manto de Estado, caminaba por la galería real, acompañada de hasta seiscientos invitados, hasta la Cámara de los Lores. Desde allí se envía al Black Rod (el Caballero Ujier del Bastón Negro), el oficial que preserva las dependencias del Parlamento, para convocar a los diputados de la Cámara de los Comunes.
Pero antes de entrar, después de recorrer el pasillo que separa ambas cámaras, los Comunes dan simbólicamente al Black Rod con la puerta en las narices. Es un modo de expresar, desde hace siglos, que el Parlamento no obedece órdenes del monarca. Hasta tres golpes deber dar en la puerta con su bastón para que los diputados le abran, reciban su mensaje y acudan a la Cámara de los Lores a escuchar a la Reina. Solo en 1959 y en 1963, por motivo de su embarazo, Isabel II no estuvo presente en la ceremonia.
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Este año, por primera vez, los diputados y lores han escuchado a Carlos de Inglaterra, el heredero del trono. Y se ha estrenado también en la ceremonia su hijo, el duque de Cambridge, tercero en la línea de sucesión. La corona imperial fue depositada, convenientemente, sobre un cojín, frente al espacio donde se ubica el trono real, que ha permanecido vacío. El príncipe de Gales, acompañado de su esposa, Camilla Parker Bowles, se ha sentado a la derecha. Guillermo, en el lado opuesto.
“El primer ministro respeta completamente los deseos de Su Majestad, y agradece al príncipe de Gales que haya accedido a leer el discurso en su nombre”, ha dicho un portavoz de Boris Johnson al conocer finalmente la decisión de Buckingham.
“La Reina sigue padeciendo problemas episódicos de movilidad, y después de consultar a los médicos, ha decidido a su pesar que no atenderá mañana la ceremonia de apertura del Parlamento”, explicaba a última hora del lunes la casa real. “A petición de Su Majestad, y con el acuerdo de las autoridades relevantes, el príncipe de Gales leerá el discurso de la Reina, con la presencia añadida del duque de Cambridge”.
Isabel II ha tenido que firmar un decreto real (Letter of Patent), acordado con Downing Street, con el único propósito de delegar en su hijo la tarea de la lectura del programa de gobierno de Johnson. Es una prerrogativa de la monarca para repartir funciones entre sus diversos consejeros de Estado. Pero a nadie se le escapa el profundo simbolismo que supone escuchar por primera vez el discurso del futuro rey, Carlos de Inglaterra. Acostumbrado, durante los 73 años en los que ha esperado pacientemente su momento, a construir un criterio propio en asuntos políticos, artísticos, sociales, urbanísticos o medioambientales, el príncipe de Gales ha experimentado este martes en qué ha consistido durante décadas la tarea de su madre: asumir como propios, y realizados en su nombre, ideas y planes con los que no tenía necesariamente que estar de acuerdo.
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