Benigna Cardoso empezó la tarde del 24 de octubre de 1941 como siempre: tomó una vasija de barro y se dirigió al pozo que había cerca de su casa, en la granja Oiti, a buscar agua. Huérfana de una pareja de agricultores, la niña de 13 años había sido adoptada por una señora en la localidad de Santana do Cariri, en el Estado brasileño de Ceará. Esos días estaba más callada, tenía miedo del adolescente que la acosaba. Le había comentado a su abuela y al cura de la iglesia local que Raúl seguía insistiendo, pero a nadie se le ocurrió pedir protección contra un joven de 17 años que parecía “normal”. Solo le aconsejaron que se cambiara de colegio para no tener que encontrarse con su compañero de clase. Pero no fue suficiente. A última hora de esa tarde de octubre, el chico intentó violarla mientras la niña iba por agua y la mató. Ochenta años después, Benigna avanza por el largo camino hacia la santificación por el martirio que sufrió. Todos los años se hacen romerías en su homenaje, a las que acuden víctimas de la violencia machista que piden milagros ante la ineficacia de las políticas públicas de protección brasileñas.
Aquel 24 de octubre, Benigna se resistió todo lo que pudo al acoso y a los golpes de machete que Raúl le infligió con rabia en las manos, el cuello y la cara hasta dejarla prácticamente cercenada. Pero la niña religiosa, que no dejaba que sus compañeras arrancaran hojas de los árboles y ofrecía sus propias manos para librar a sus amigas de los palmetazos en la escuela, acabó asesinada. De una forma tan brutal e impactante que la comunidad dio un nuevo significado a ese feminicidio y comenzó a verla como una santa por el martirio que sufrió. Raúl confesó haber cometido el delito porque Benigna lo había rechazado y cumplió condena. “Las mujeres se aferran a la santa en momentos similares, le piden que interceda por ellas, para poder sobrevivir a la violencia. Y dicen que les ha concedido alguna gracia. La fe y la religiosidad también están presentes en este contexto en la región. Veneran a Benigna ante estas circunstancias”, dice Grayce Alencar Albuquerque, coordinadora del Observatorio de la Violencia y los Derechos Humanos de Cariri, de la Universidad Regional de Cariri.
La niña Benigna, como se la conoce, se encuentra ahora al final del proceso para que el Vaticano la beatifique, el último paso antes de comenzar el proceso de canonización que un día podría convertirla oficialmente en santa. Si durante décadas se la consideró un símbolo de la castidad por resistirse a la violación, ahora es también un icono de la lucha contra un delito recogido en el Código Penal solo muchos años después de su muerte. El feminicidio sigue siendo un problema grave en el Estado donde vivía. Entre enero y septiembre de este año, 13.690 mujeres denunciaron violencia machista en Ceará. Y se registraron 22 asesinatos como feminicidios, según las estadísticas oficiales de la Secretaría de Seguridad Pública, que nunca reflejan todos los casos. En el último año, 320 mujeres fueron asesinadas en el Estado. Ahora, el día de la muerte de Benigna es, por ley, el día estatal de la lucha contra el feminicidio.
“Ese crimen conmocionó a toda la comunidad. A la gente todavía le afecta lo que sucedió”, dice Ypsilon Felix, organizador de la romería y miembro de la comisión que, durante cinco años, reunió información para llevarla al Vaticano. En la última peregrinación, el pasado 24 de octubre, mostró a EL PAÍS el testimonio que una mujer grabó durante la caminata. Había dejado el Estado vecino de Pernambuco para escapar de la violencia de su marido. Durante años no pudo ver a su hija, pero escapó viva del sufrimiento que compartía con la niña Benigna. Más tarde, volvió a Santana do Cariri para pedirle que curara a su nieta de cáncer. Ese día estaba allí para darle las gracias por los milagros que había hecho. “Hay miles de testimonios como este”, asegura Ypsilon.
El índice de mujeres asesinadas en Ceará casi dobla el de todo Brasil. Según el Foro Brasileño de Seguridad Pública, el año pasado siete de cada 100.000 mujeres fueron asesinadas en el Estado, mientras que en el país el promedio fue de 3,6. Benigna vivía precisamente en una de las regiones más críticas de Ceará, Cariri, donde en los últimos años se han creado varios grupos de mujeres para intentar cambiar esta realidad. La imagen de Benigna santificada por la población ha servido para discutir y exigir políticas públicas que vayan más allá de ofrecer refugio y sean capaces de prevenir este tipo de delitos.
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“La historia de la niña Benigna retrata lo que todavía vivimos: el machismo, la cultura patriarcal y la misoginia, que tienden a colocar a las mujeres en una situación de inferioridad. Se sigue considerando a las mujeres propiedad de los hombres”, se queja Grayce Alencar. Según ella, en Ceará no solo han aumentado estos delitos, sino que también se han desplazado al interior, donde hay más desigualdad social y pobreza, que aumentan la dependencia de las mujeres. Allí, las mujeres tienen mucha dificultad de entender la violencia con la que conviven. “Necesitamos más inversión, políticas y leyes para cambiar esta perspectiva, que tiene un factor cultural. Sabemos que es un proceso lento y continuo”, añade la investigadora.
Mientras tanto, Benigna sigue atrayendo a gente de todo el país a su santuario. En 2019 el papa Francisco aprobó su beatificación, pero la ceremonia se aplazó por la pandemia y todavía no tiene fecha. En Cariri, la niña ya es una santa. Pero su historia va más allá de la religiosidad, como define Ypsilon: “Benigna se ha convertido en un símbolo de resistencia y respeto a las mujeres”.
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