Los líderes de los partidos de la oposición de Israel han acordado poco antes de la medianoche del miércoles un inédito pacto de Gobierno, al filo de que expirara el plazo legal concedido por el presidente de Israel, Reuven Rivlin. Ocho formaciones políticas heterogéneas se han comprometido a votar unidas dentro de una semana en una sesión de investidura que apartará del poder al primer ministro en funciones, el conservador Benjamín Netanyahu, en el cargo desde 2009, tras las elecciones de marzo, las cuartas en apenas dos años. Las enconadas disputas sobre el reparto de ministerios han forzado la prolongación de las negociaciones al límite.
Una coalición a ocho bandas —entre tres fuerzas de la derecha, dos del centro, dos de la izquierda y, como gran novedad, un partido de la minoría árabe— no tiene precedentes en los 73 años de historia del Estado de Israel. Además de lidiar con las marcadas diferencias ideológicas, el promotor del acuerdo, el centrista Yair Lapid, ha tenido que tratar de contentar a todas las partes en el reparto de parcelas de poder. Incluso con tres decenas de carteras ministeriales en liza, la pugna ha continuado cuando estaba a punto de vencer el mandato el jefe del Estado entregó a Lapid hace cuatro semanas.
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Con un acuerdo firmado por todos los líderes de la coalición en sus manos, el presidente Rivlin tiene que conceder una semana extra para que los socios acaben de perfilar un programa de Gobierno. Lapid, sin embargo, no será en quien se someta a la investidura en la Kneset (Parlamento de 120 escaños) la semana que viene, sino el ultranacionalista conservador Naftali Bennett, quien decidió aportar sus decisivos votos al pacto el pasado domingo a cambio de ocupar el puesto de primer ministro al comienzo de la legislatura. Lapid se ha sacrificado a pesar de liderar la segunda formación política que fue más votada, tras el Likud de Netanyahu, en las urnas en marzo. Ahora se tendrá que limitar a ejercer como ministro de Exteriores hasta mediados de 2023, cuando rotará con Bennett en sus respectivos puestos.
Este tipo de componendas políticas, habituales en la fragmentada escena política israelí, dificultan hasta el último momento la consecución de pactos. Después de que el centrista Benny Gantz culminara el martes sus aspiraciones a varias carteras, la líder laborista, Merav Michaeli, se enfrentó ayer con Ayelet Shaked, la número dos de Yamina, el partido de Bennett, por el control de la estratégica comisión gubernamental de nombramientos judiciales. Un pacto de rotación entre ambas solucionó aparentemente la disputa.
El líder del partido árabe Maan, Mansur Abbas, cuyos votos son imprescindibles para sumar la mayoría absoluta de 61 diputados en la Kneset, espera inaugurar una etapa de reivindicaciones desde el poder en favor de la comunidad árabe (21% de la población de Israel), para que se tengan en cuenta sus necesidades. Como primera medida, ha exigido que los beduinos del Negev (al sur del país) dejen de ser desalojados de algunos de sus poblados para construir ciudades judías, y que se ponga fin a la política de demolición sistemática de edificaciones construidas sin licencia en ciudades de mayoría árabe.
El acercamiento entre los partidos parece haber avanzado, según informaban los medios de comunicación israelí, que aguardaban a que se oficializara el acuerdo en medio de un apagón informativo. Pero la prensa hebrea ya daba por sentado que las negociaciones de paz con los palestinos y el papel de la religión judía en el Estado serán cuestiones que quedarán excluidas del programa del futuro Gobierno. El consenso básico gira sobre la recuperación de la economía tras la pandemia, en un país que pasó del pleno empleo en febrero de 2020 a una tasa de desempleo superior el 20% el pasado enero, cuando se lanzó una acelerada campaña de vacunaciones.
Bennett y Lapid cuentan con el respaldo de 61 diputados de tres partidos conservadores —Yamina, Nueva Esperanza e Israel Nuestro Hogar—, dos de centro —Yesh Atid y Azul y Blanco—, dos de izquierdas —el laborista y Meretz, (pacifista)—, además de apoyo de Naam, una formación árabe religiosa, a la que se ha emparentado con el movimiento de la Hermandad Musulmana, nacido en Egipto y en el que se inspira el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan.
Corrupción
Este puede ser el principal vuelco político en Israel —además de la salida del poder de Netanyahu, quien está siendo juzgado por corrupción— del acuerdo de coalición. La incorporación de la minoría árabe al Gobierno fue precisamente promovida por Netanyahu en las pasadas elecciones, al alentar al partido de Mansur a romper con la Lista Conjunta (una coalición de fuerzas de la minoría de origen palestino) y prometerle ayudas para su comunidad a cambio de su apoyo en la Kneset. El tiro parece haberle salido por la culata. Maan se ha aliado con la oposición por interés táctico para obtener contrapartidas en beneficio de sus votantes. Pero ahora Netanyahu ya no podrá dar la voz de alarma que “¡qué vienen los árabes en manada!”, como hizo para ganar las elecciones de 2015. Los árabes ya han venido y ha sido él quien les ha llamado.
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