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Una erupción volcánica remató a la República romana


En el año 30 antes de nuestra era, Cleopatra VII se quitó la vida. Con ella acababa la milenaria historia del antiguo Egipto. Varios años de hambrunas, inestabilidad interna y el acoso de los romanos acabaron con los restos del imperio de los faraones. Pero todo empezó en el Nilo. En el verano del año 43, el río no creció. Sin la crecida anual, no hubo cosecha el año siguiente para alimentar al pueblo, llenar los graneros de los sacerdotes o pagar impuestos. Ahora una compleja investigación señala que el principio del fin pudo empezar con una erupción volcánica muy lejos de allí.

Historiadores y climatólogos han repasado la historia de los últimos 300 años del antiguo Egipto (323 a.C.- 30 a.C.), el de la dinastía de los Ptolomeos, y han encontrado que muchos de sus vaivenes fueron precedidos por erupciones volcánicas, algunas producidas a miles de kilómetros. Aunque rechazan la idea de que exista un determinismo ambiental, sí muestran cómo los volcanes de Islandia o el Cinturón de Fuego del Pacífico pudieron influir en las crecidas del Nilo. Mejor dicho, en su supresión y los problemas sociales y políticos que las sucedieron.

Entonces, la egipcia era una de las principales civilizaciones hidráulicas, como fueron la del valle del Indo o las ciudades sumerias antes. Todo el sistema dependía de la crecida anual del Nilo que anegaba los campos en verano. A finales de septiembre y en octubre amplias llanuras de lo que hoy es desierto reverdecían con los brotes del cereal. Las buenas cosechas daban de comer al pueblo y, por medio de los impuestos, permitían a los reyes egipcios guerrear con sus rivales, los romanos al oeste y el Imperio seléucida al este.

La egipcia era una de las principales civilizaciones hidráulicas. Todo el sistema dependía de la crecida anual del Nilo que anegaba los campos en verano

Pero si no llovía en la planicie ecuatorial africana y la meseta etíope, las fuentes del Nilo, no había crecida. Eso fue lo que pasó 14 años antes del suicidio de Cleopatra, en el 44 a. C. “Todas las pruebas que tenemos señalan hacia una reducción de las precipitaciones sobre la cuenca del Nilo y, por tanto, una menor crecida en verano como resultado del impacto de una erupción volcánica como la del Pinatubo o las que se producen en altas latitudes del hemisferio norte, como en Islandia”, dice el historiador del Trinity College de Dublín (Irlanda) y principal autor del estudio, Francis Ludlow.

La clave aquí es el enfriamiento climático tras la erupción: “Las erupciones volcánicas arrojan grandes cantidades de gases sulfurosos a la estratosfera, donde se oxidan formando pequeñas partículas, los aerosoles de sulfato. Estos aerosoles son muy buenos reflejando la luz solar incidente al espacio. Esto provoca que llegue menos energía a la superficie, por lo que tenemos enfriamiento, menos evaporación y menos potencial para la lluvia”, añade este experto en paleoclimatología.

Se produjo además un segundo fenómeno. Si la erupción se desató en algún volcán del hemisferio norte, como la concentración de partículas atrapadas en el hielo parece indicar, el enfriamiento de esta parte del globo pudo empujar hacia el sur la conocida como zona de convergencia intertropical (ZCIT), la región en la que los vientos de ambos hemisferios se encuentran. Esto provocaría que los vientos monzónicos no llegarían hasta las tierras altas etíopes donde el Nilo Azul se atiborra de agua.

“Los antiguos egipcios dependían casi exclusivamente de las crecidas veraniegas del Nilo, provocadas por la acción de los monzones en el este de África, para sus cosechas. En los años afectados por una erupción volcánica, las crecidas del Nilo eran menores, lo que provocaba una tensión social que podía desencadenar revueltas u otras consecuencias económicas y políticas”, sostiene el profesor de Historia y Estudios Clásicos de la Universidad de Yale (EE UU) y coautor del estudio, Joseph Manning.

Otra cosa es que las erupciones provocaran todo el caos. “Sobre la sequía como causa, lo que sí podemos afirmar es que los Ptolomeos parece que fueron razonablemente resilientes, pero no tuvieron reparos en llevar a sus sociedades más allá del límite mediante el abuso en los impuestos y la producción de trigo sensible a la sequía”, explica. “Pero es imposible saber si el pueblo pasaba más penurias que en el pasado. La década de los 40 a. C. fueron malos tiempos, pero cómo esto está conectado con el fin de la dinastía es, hoy por hoy, difícil de saber con certeza”, añade.

Tras cada una de las 18 erupciones producidas en este periodo histórico, se produjo un repunte del traspaso de propiedades

La conexión se repite en otros acontecimientos históricos. Papiros y estelas recogen diversas revueltas internas, como la de Tebas en 207 a.C., iniciadas en los años posteriores a una erupción volcánica. Los mismo sucede con la venta de tierras. Base del sustento familiar, vender propiedades era el último recurso para que los que no podían pagar los impuestos evitaran perder la libertad. Tras cada una de las 18 erupciones producidas en este periodo histórico, se produjo un repunte del traspaso de propiedades, según muestran en la revista Nature Comunications.

Con las guerras el patrón fue algo diferente. Casi al mismo tiempo que Ptolomeo I creaba el último Imperio egipcio, otro de los herederos de Alejandro Magno, Seleuco, levantaba el imperio de los seléucidas. La historia dice que ambos duraron tres siglos y que los dos sucumbieron ante el empuje de los romanos. También dice que entre ambos imperios se produjeron nueve grandes guerras. Los investigadores no han encontrado ninguna conexión entre alguna erupción volcánica, la sequía del Nilo y el inicio de una de estas guerras. Lo que sí han comprobado es la asociación contraria: Cinco de ellas coincidieron con erupciones volcánicas y en todas los egipcios se apresuraron a firmar la paz.


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