Una escuela de dos arquitectos españoles brilla en un suburbio de Kenia


En el corazón de Katwekera Village, en el suburbio keniano de Kibera, entre hileras y más hileras de casas de barro se levanta una estructura única y magnífica: el edificio espléndidamente iluminado de la escuela de primaria Kibera Hamlets, fundada por la organización comunitaria del mismo nombre. El centro, que ha atendido a más de 2.500 jóvenes de entre siete y 26 años, el 60% de los cuales son huérfanos y el 20% seropositivos, representa un faro de esperanza para muchos niños en situación en vulnerabilidad.

En Kenia no hay datos actuales de la cantidad de huérfanos que hay; lo que más se acerca es un informe de 2006 de la Universidad de Nairobi que estima unos 1.780.000. Dado que el 56,1% de las familias de acogida vive por debajo del umbral de la pobreza, es evidente que no disponen de ingresos adecuados y estables para satisfacer las necesidades de los niños de manera constante y sostenible. Teniendo esto en cuenta, en 2004 John Adoli puso en marcha la escuela, totalmente gestionada por voluntarios, para atender a los menores huérfanos y desvalidos. Pero en 2012, el colegio, construido en origen con planchas de metal, se incendió debido a las conexiones eléctricas ilegales. “Fue un periodo verdaderamente difícil para nosotros. Estudiábamos a pleno sol y tuvimos que mandar a algunos alumnos a otros centros de los alrededores, lo que significaba que necesitábamos un dinero que no teníamos para pagar las cuotas escolares. Sabía que había que conseguir ayuda”, recuerda Adoli, director del centro.

Por aquel entonces, Adoli había entablado una buena amistad con José Selgas, un arquitecto español que le había presentado Iwan Baan, un fotógrafo holandés que había visitado la escuela y había visto que no había desagües, aseos, ni un techo adecuado que protegiera de las frecuentes lluvias. Selgas trabajaba para Second Home, una empresa con sede en Londres que trata de ayudar a la gente a crear nuevos puestos de trabajo, además de prestar apoyo a organizaciones sin ánimo de lucro, le había dejado claro que necesitaba ayuda para levantar una nueva escuela. “Había una conexión singular entre el director y nuestro arquitecto. En aquella época, John estaba intentando recaudar fondos para ayudar a construir un colegio en Kibera, así que decidimos involucrarnos a fondo en el proyecto”, cuenta Robin, codirector de Second Home.

El diseño vanguardista de la escuela destaca en el barrio de Kibera, uno de ls más pobres de ÁfricaIwan Baan

En origen, el proyecto de Kibera fue diseñado y financiado por el Museo Louisiana de Arte Moderno de Dinamarca, que quería un pabellón para una exposición de arte africano. “El pabellón estuvo montado un par de meses en el Museo Louisiana, y se utilizó como galería para que la gente entendiera África y estableciera una conexión con ella”, recuerda Robin. Pero tras medir la parcela donde se encontraba el colegio del suburbio keniano, Selgas y su compañera Lucía Cano proyectaron inteligentemente la estructura en colaboración con el estudio de arquitectura Helloeverything y Abdulfattah Adam, teniendo en mente la futura escuela Kibera Hamlets.

Después de esto, Second Home pagó el desmontaje de la estructura y su traslado para su instalación definitiva en Kibera, en Nairobi. La nueva escuela llegó a Kenia en 2016 de la mano del dúo SelgasCano y con la incorporación de un equipo de 14 jóvenes del suburbio a los que hubo que formar primero para que montaran el edificio en unos tres meses. Ahora, el nuevo centro educativo tiene dos pisos y es más estable, y cuenta con agua corriente y electricidad de una conexión legal. “Es una estructura única. Hay suficiente luz, así que no tenemos que encender la eléctrica, los niños pueden respirar aire fresco, ya que hay muy buena ventilación, y está construida con material de andamiaje que retarda la acción del fuego. En caso de incendio, los daños serían mínimos”, elogia Adoli.

La calidad de la educación ha mejorado espectacularmente gracias a los profesores voluntarios, expertos en diferentes materias

John Adoli, director de la escuela de Kibera

Actualmente, el colegio tiene más de 150 alumnos, todos huérfanos o procedentes de familias vulnerables. Cuando las instalaciones estuvieron montadas, encontraron muchas interferencias debido a que está muy abierta. Los habitantes del barrio se paraban junto a ella o caminaban alrededor observando la estructura, lo cual dificultaba la concentración de los alumnos, pero ahora todo el mundo se ha acostumbrado. “Al principio, cuando se instaló el pabellón, había mucha agitación. Era precioso contemplarlo, especialmente de noche. Era un punto de referencia en Kibera. A los estudiantes les costaba estarse quietos y escuchar al profesor”, recuerda Adoli.

El director opina que la calidad de la educación ha mejorado espectacularmente gracias a los profesores voluntarios, expertos en diferentes materias. “Esto beneficia a nuestros alumnos en cuanto a especialización y trayectoria profesional, y cambia su forma de ver su vida. Los voluntarios eligen en qué actividades quieren participar: dando clases de primaria por la mañana, o como profesores de teatro o de danza por la tarde. El periodo de voluntariado puede ser de una semana o de un mes, dependiendo de la agenda de cada uno”, añade.

La escuela ahora tiene a 150 alumnos matriculados, todos huérfanos o procedentes de familias vulnerables.Iwan Baan

Linah, una estudiante de la Universidad de Nairobi, trabaja cada día desde las dos de la tarde como profesora voluntaria. La joven considera muy injusto que a estos niños, que apenas tienen material para aprender, también les falten profesores. “Desde que leí sobre el colegio, supe que quería conseguir un cambio. Quería que los niños de Hamlet tuvieran una oportunidad justa de educarse, como todos los demás estudiantes de Kenia”, declara la voluntaria.

Según Robin, siguen colaborando con la escuela recaudando dinero cada año para ayudar a costear los libros y el mantenimiento general. “Es una relación duradera muy importante”, afirma.

El apoyo constante de los tutores de los niños desvalidos y de la comunidad ha asegurado el éxito del proyecto. Los alumnos también contribuyen participando en actividades artísticas, artesanales y circenses para conseguir ingresos para los libros y otros materiales escolares.

“En realidad, yo no hago mucho teniendo en cuenta que otras personas apadrinan a estos niños para que reciban la educación superior que necesitan. Sé lo que es que la comunidad y los benefactores financien la educación de alguien. Por eso superviso este proyecto. Quiero transformar a tantos huérfanos como pueda; quiero que sepan que tienen futuro. También quiero garantizar una gestión adecuada, sostenible y duradera para este proyecto. Incluso cuando yo no esté, la escuela debe seguir”, concluye Adoli.

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