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Una España sin gracia alguna


Una Grecia de lo más pedestre dejó sonada a una España muy tiesa, solo agitada al final por Bryan Gil. Insuficiente. A la previsible selección de Luis Enrique, sin chispa, sin fluidez, se le anudó un adversario limitado a una montonera delante de su portero. A un gol de Morata respondió Bakasetas al transformar un penalti que daría para mucho debate. No valdrá de coartada. Como tampoco que Grecia fuera un pelotón defensivo. No serán pocos los rivales que así se le planten a la Roja en esta fase de clasificación para el Mundial de Qatar. A España le sobró confusión y le faltaron recursos.

Hay partidos y partidos. De todos los colores. Buenos, regulares y malos. O muy malos. Incluso bodrios, como lo fue durante una hora este España-Grecia, encuentro de matices chocantes. Una Roja de blanco frente a una azulada selección helena. Una Grecia de farol, porque nada tuvo que ver el discurso previo de su técnico, el neerlandés Van’t Schip. Que si la creatividad, que si ya no valen los cerrojazos. Palabrería.

El conjunto griego remitió desde el calentamiento a aquellos equipos del pleistoceno que se encapotaban y encapotaban hasta las cejas. Enfrente, una España muy particular. Cosas de Luis Enrique y sus enmiendas. Lo mismo hay quien se alista a la carta (el recién rehabilitado Ramos) o quien es reclutado para la titularidad cuando lleva meses en el cuarto oscuro de su club (Eric García, el muy suplente del City). Y si hay un centrocampista con más gol que nadie (Marcos Llorente) pues se le aleja del gol para que sea lateral, puesto que entre 24 convocados solo fue citado un lateral derecho (Porro). Y si hay dos jugadores en la cúspide (Pedri y Alba), pues a la sala de espera. Para bien o para mal es el fútbol de los técnicos. No hay receta única. Como prueba: de entrada, un jugador del Madrid y ninguno del Barça. Otros tiempos.

Tiempos que de inicio nada bien le fueron a España. Una selección morosa con la pelota, sin testamento. Todo era un vaivén ordinario frente a la ultra defensiva Grecia. La Roja fue un tostón, de sosaina cháchara con el balón. Ni pizca de gracia. Nadie se aventuraba al espacio, todo español quería la pelota al pie. Anestesia pura. Ni un bizarro que diera una carrera, que improvisara, que tirara un regate. Una España robot hasta que Koke se citó con Morata y el ariete de la Juventus tuvo la única gracia de la noche granadina: un toque de pecho y un disparo categórico con la zurda. Justo antes, Dani Olmo había estrellado un latigazo en el larguero. Un despertador para una selección reducida hasta entonces al bostezo. Con Ramos, errático hasta su relevo al descanso una vez sumada su 179ª internacionalidad —a cinco del récord mundial del egipcio Hassan que el andaluz busca a toda costa—, y Eric García al frente de las maniobras, la Roja no tenía hilo. No aparecían los pregoneros —Canales, Koke, Rodri—, no ventilaban los extremos —Ferran, Olmo— y no tenían protocolo los laterales —Llorente y Gayá—. Tras un partido para aburrir y un segundo de gloria, el del tanto de Morata, el choque se fue a la tregua del descanso sin que nadie mereciera unas palmas.

Cumplido su deseo ya no regresó Ramos, relevado por Iñigo Martínez, protagonista accidental en el primer vistazo visitante al área de Unai. El central del Athletic rebañó la pelota ante Masouras, pero su bota izquierda se estampó en una pierna del griego. ¿Por inercia o con intención? Martínez sabrá. Por mucho que en estos carteles se dilucida una clasificación mundialista, los jerarcas del fútbol mundial no pagan el VAR. A la vieja usanza, bastó el instinto arbitral, por más que el juez se lo pensara unos segundos. Lo mismo da. No pocas veces el VAR ha carecido de instinto.

El empate de Bakasetas, que ejecutó el penalti sin miramientos, hizo intervenir a Luis Enrique. España, la España del muermo, requería con urgencia un sonajero. O dos: Pedri y Bryan Gil. Ambos debutaron pasada la hora. Dos becarios, ya graduados este curso en la élite a la carrera, al rescate.

Con Bryan Gil al menos hubo algo de revuelo. Un corneta por el costado izquierdo con el descaro que no había tenido España. Un futbolista sin paréntesis, siempre veloz, directo, punzante. Eso sí, con la pelota al pie. Aún no rastrea jugar al espacio, recibir al vacío. Grecia apenas se asomaba al centro del campo cuando un par de incursiones de Gil la pusieron en alerta. Periodo en el que Morata cazó un cabezazo y Oyarzabal no llegó por un pulgar a un centro de Gayá. A Bryan le faltó Pedri, como a Pedri —marcado al hombre— le faltó Bryan. Ambos no se encontraron pese a ocupar el perímetro izquierdo del ataque. Dos velocidades opuestas. Bryan juega con patines. Pedri es un mixto. Él tiene una pausa mentirosa: no vuelan sus piernas, sino la pelota a sus botines.

A rebufo de Bryan, y ante el adverso marcador, se animó España en el último tramo. Otra España, la de Llorente rema que rema en ataque, la de Bryan. Ocurre que ese partido, el del final, el único que de verdad jugó la Roja, se le hizo corto, muy corto, al grupo de Luis Enrique. Del 6-0 a Alemania al 1-1 con Grecia. Toda una decepción. Mucho que revisar.

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