Un mundo todavía azotado por la pandemia —por sus muertes, secuelas, miedos, privaciones y agotamientos psicológicos— entra en un nuevo año con la esperanza de ir dejando definitivamente a sus espaldas el peor escenario global desde la II Guerra Mundial, y con la certeza de que será muy difícil.
La expansión de la variante ómicron ha oscurecido de nuevo el horizonte, alejando la ansiada salida del túnel. Varios países están registrando niveles récord de contagios. Las vacunas limitan los efectos más dañinos, y de Sudáfrica llegan noticias esperanzadoras, pues parece haber superado ya el pico de la ola ómicron. El director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, se pronunció este viernes con un tono de prudente optimismo acerca de la posibilidad de superar a lo largo del año la fase más aguda de la pandemia, si se afronta con equidad y sin nacionalismos. Pero la mera masa de contagiados que se están acumulando en estas semanas debido a la alta capacidad infectiva de la variante ómicron y el hecho de que muchos países afrontan la ola con bajos niveles de vacunación inquieta, augurando sufrimiento y disrupciones. La lucha para contener los estragos sanitarios y, después, las consecuencias económicas y sociales de la covid se presenta pues, a priori, como el marco central de lectura de 2022, al igual que lo fue en el año recién acabado.
En ese marco asistiremos al desarrollo del pulso geopolítico fundamental de nuestro tiempo, el que se produce en el eje Oeste-Este. Es la historia de la competición entre las dos grandes potencias —EE UU y China— pero también en sentido más amplio de la tensión entre las democracias occidentales y los modelos autoritarios de Pekín y Moscú. Es una lucha que se libra en múltiples dominios, y en el año que empieza veremos hasta dónde llegará la reforzada confianza en sí mismas de China y Rusia —con Taiwán y Ucrania como puntos de observación privilegiados—; hasta qué punto la UE buscará posición propia en este eje o se alineará plenamente con EE UU; cómo quedará la presidencia de Joe Biden después de las legislativas de noviembre y la cúpula china después del XX congreso del Partido Comunista (PCCh) en otoño.
También observaremos importantes capítulos de otro pulso clave de nuestra época, el que se mueve en el eje Norte-Sur. La pandemia, precisamente, y la crisis climática son factores de exacerbación de esta relación, en la que los países al norte del ecuador son por lo general los que han acaparrado las vacunas y los grandes emisores de la contaminación que ensucia y sobrecalienta el mundo de todos. La corrección —o no— de estos desequilibrios es otro factor esencial en la lectura del año que empieza.
Al margen de las relaciones internacionales, en las dinámicas internas de los países, por supuesto cada uno tiene circunstancias particulares que condicionan su camino. Pero sí puede verse en la lacra de la desigualdad un común denominador de peso, aunque de mayor o menor intensidad según los lares. La pandemia y la crisis medioambiental tienden a exacerbar las brechas sociales preexistentes golpeando a las clases más frágiles con mayor intensidad. La manera en la que los poderes públicos manejarán esa cuestión es un asunto decisivo. La inflación, que corroe el poder adquisitivo y se sitúa en muchos países en niveles desconocidos en mucho tiempo, es otro elemento que puede incidir en el plano de la desigualdad.
A todo esto se suman las turbulencias en el mercado de la energía y los cuellos de botella comerciales, el ritmo de impulso a la transición ecológica, un Irán cercano a la bomba nuclear y un Afganistán en manos de los talibanes son solo algunos de los factores que refuerzan la sensación de que 2022 se presenta como otro año de inestabilidad. A continuación, una mirada a lo que es posible esperar en distintas partes del mundo.
UNIÓN EUROPEA
La mesa comunitaria, como de costumbre, está repleta de asuntos. Parece razonable destacar dos: las respuestas económica y estratégica a estos tiempos turbulentos.
En el cuadro económico tendrán gran trascendencia este año las negociaciones para reformar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, el marco normativo de la eurozona. Hay consenso acerca de la necesidad de actualizarlo y flexibilizarlo, pero el cómo será una batalla durísima. Objetivos de déficit y deuda, mecanismos de reconducción en caso de excesos, contabilización o no a esos fines de las inversiones verdes, ampliación de sistemas de deuda mancomunada para financiar desarrollos estratégicos: la negociación será compleja. Francia e Italia parecen haber conformado un frente común en este materia, como señala un texto conjunto publicado recientemente por Emmanuel Macron y Mario Draghi. Está por ver hasta dónde aceptarán llegar Alemania y Países Bajos, primera y quinta potencia económica de la UE, tradicionalmente reacias a la flexibilidad en esta materia.
Sin embargo, hay elementos que inducen a pensar que es posible un cambio consistente. En Alemania, si bien el nombramiento de un liberal como ministro de Hacienda ha inquietado a los partidarios de reformas de calado en la eurozona, cabe notar que el liderazgo socialdemócrata es tendencialmente más favorable a ellas que el de la CDU y que, junto a Los Verdes, también receptivos, los dos partidos dejan a los liberales en franca minoría en la coalición. En Países Bajos, debe señalarse que si bien la nueva coalición gubernamental se compone de los mismos partidos que la anterior (muy reacia a reformas fiscales flexibilizadoras), los equilibrios internos de la misma han cambiado de manera prometedora para los reformistas, con los liberales progresistas reforzados y los democristianos debilitados.
Otros dos elementos componen la triada fundamental en materia económica: por un lado, qué política monetaria mantendrá el BCE, que hasta ahora no ha reaccionado a la presión de la inflación galopante con un enfriamiento sustancial de su acción; por el otro, cómo se desarrollará todo el esquema de fondos de ayudas europeos, que no solo es importante en sí mismo, sino también como antecedente de otras posibles operaciones de emisión de deuda común. Su exitosa implementación —en la eficacia de las inversiones y en el avance de las reformas que van de la mano— será base argumental para ello, su fracaso, un epitafio.
En el cuadro estratégico, está por ver hacia dónde y con cuánta intensidad dirigirá la UE su camino de búsqueda de mayor autonomía en el escenario global. Hay distintos planos, que se solapan parcialmente, pero que tienen características propias.
Uno general y político, por el que la Unión, y los países que la componen, tienen que decidir dónde situarse en el eje Oeste-Este, es decir, con una posición aliada pero claramente propia con respecto a EE UU, o con el acento puesto en la pertenencia a la liga de las democracias por encima de las diferencias de matices. Después, está la faceta militar, hasta qué punto desarrollar capacidades comunes y en qué relación estas deberían estar con la OTAN. Por último, el ángulo económico, en la óptica de reducir la dependencia en sectores sensibles, como la producción de microchips. Aquí puede ser más fácil el acuerdo, pero no lo es recuperar el terreno perdido en un mercado complejo, con grandes barreras de entrada y muy competitivo.
En clave nacional, destacan las elecciones presidenciales en Francia, que se celebrarán en abril y cuyo resultado puede tener importantes consecuencias a escala continental. De momento, Emmanuel Macron mantiene una ventaja en los sondeos, pero la candidata conservadora Valérie Pécresse protagoniza un interesante auge. Un eventual éxito de los ultras Marine Le Pen o Éric Zemmour representaría un auténtico seísmo político en Europa.
También importante será la elección del nuevo presidente de la República en Italia. Caso de que fuera Mario Draghi, esto removería —con resultados incógnitos— un equilibrio que estaba garantizando estabilidad y reformas a la tercera economía de la UE. Asimismo, están previstos comicios, entre otros países, en Portugal y Suecia, donde la socialdemocracia somete a revalida su posición de mando, o Hungría, donde Viktor Orbán afronta por primera vez en una década un desafío electoral sólido con una oposición reunida alrededor de un solo candidato, el conservador moderado Péter Márki-Zay.
ESTADOS UNIDOS
La perspectiva de las elecciones legislativas de noviembre es la gran referencia del año en la principal potencia mundial. El riesgo para los demócratas de perder su frágil mayoría en el Congreso es muy elevado, lo que condicionaría mucho la segunda parte de la presidencia de Joe Biden. La Casa Blanca y el mando demócrata intentarán por tanto impulsar al máximo su agenda legislativa antes del voto.
Pero los problemas son enormes, como atestigua el bloqueo en el que se halla el proyecto buque insignia de Biden ‘Build Back Better’, un gran plan de inversión social y verde dotado con unos dos billones de dólares (1,75 billones de euros), a causa de la negativa del senador demócrata Joe Manchin. Su voto es indispensable a la vista del apretadísimo equilibrio de fuerzas en el Senado. Las negociaciones para conseguirlo en una iniciativa tan central para la presidencia —y vinculada a esa perspectiva de desigualdad que es común denominador en estos tiempos— marcará los primeros compases del año en el Capitolio.
Las grandes dificultades de la democracia estadounidense para tener fluidez legislativa y la tremenda polarización interna son factores que debilitan la principal potencia del mundo. Hay respetados analistas que hablan del espectro de una nueva guerra civil o políticos de Estados federados relevantes que ventilan la idea de secesión de la Unión. La persistente sombra de Donald Trump sobre la escena política es otro factor a tener en el radar. Este escenario interno, que produce polarización y parálisis, por supuesto mina también la proyección del poder en la arena internacional.
Este es el contexto de base en el que Biden debe capitanear la respuesta estadounidense al desafío de una China emergente y de una Rusia determinada a defender las que considera sus áreas de influencia. A diferencia de Trump, el líder demócrata está buscando una mayor interacción con las otras democracias para forjar un frente común ante estos desafíos. El reto es descomunal, posiblemente el más definitorio del siglo, y 2022 ofrecerá sin dudas pistas relevantes al respecto.
CHINA
El gigante asiático entra en 2022 determinado a defender su posición de relativa ventaja en la pandemia. Tras ser el opaco epicentro de la explosión del virus hace dos años, China ha implementado férreas políticas de control de la enfermedad que han dado frutos indiscutibles, propiciando una recuperación más rápida que en las otras grandes economías. Para Pekín, esta aparente mejor gestión no solo tiene el valor de los efectos beneficiosos inmediatos, sino también de ser un considerable elemento en la construcción de la narrativa de un modelo de gobierno que, según ellos, sirve mejor a la ciudadanía que las democracias liberales.
En clave interna, se espera para el otoño la celebración del 20 congreso del PCCh, que debería coronar el tercer mandato quinquenal de Xi Jinping como presidente. Con ello, Xi romperá la tradición de las últimas décadas por la que los liderazgos no se extendían más allá de diez años. Será muy interesante ver la composición de la cúpula para el siguiente mandato, siendo clave la lectura de si se perfila algún sucesor creíble para el siguiente mandato o, en su ausencia, deducir que Xi Jinping apuesta por otra década de poder.
En clave de proyección de fuerza exterior, será crucial observar cómo prosigue el patrón de exhibición de avances tecnológicos militares tras la prueba de avanzadas armas hipersónicas, así como la evolución de la praxis de demostración de poderío militar alrededor de Taiwán y en otras zonas sensibles de la región. La gran mayoría de analistas considera que es todavía pronto como para que Pekín precipite algún tipo de crisis con respecto a Taiwán ya en 2022, pero será importante ver si hay una escalada.
RUSIA
El Kremlin afronta 2022 en una posición relativamente más cómoda con respecto al año anterior, gracias al alza en los precios en el mercado energético que le garantizan una potente recaudación y a haber superado indemne la incómoda cita de las elecciones legislativas de septiembre gracias a sus habituales maniobras para impedir la participación de una oposición realmente competitiva. Alexéi Navalni está en la cárcel, la ONG Memorial clausurada, destacadas figuras independientes declaradas agentes extranjeros.
En este contexto de afirmación de un régimen autoritario sin complejos, en los últimos meses de 2021 Rusia ha desplegado un ingente número de soldados cerca de su frontera con Ucrania. Este año aclarará si es solo un instrumento de presión para lograr una negociación con la OTAN en la que la alianza ceda en algunas de las pretensiones de Moscú. O si el Kremlin está dispuesto a una invasión, con todos los riesgos que conlleva, con tal de impedir definitivamente que Ucrania pueda prosperar como país democrático y estrechar vínculos con Occidente. Los presidentes Biden y Putin mantuvieron una reunión telefónica el jueves, y a partir del 10 de enero están previstas conversaciones presenciales bilaterales, y también contactos con la OTAN y en el seno de la OSCE.
Se trata de una partida compleja con múltiples niveles de presión. El plano militar está vinculado a la negociación política. En el trasfondo se hallan las amenazas de represalia económica de los países occidentales, y la dependencia energética de los países europeos, especialmente en materia de gas.
LATINOAMÉRICA
En Latinoamérica el año estará marcado políticamente por dos elecciones muy relevantes: Brasil y Colombia. El gigante de la región tiene previsto celebrarlas en octubre, mientras que las presidenciales colombianas serán en mayo-junio. Las victorias de Castillo en Perú y Boric en Chile han cortado el paso hacia el poder a la derecha ultraliberal con mirada comprensiva hacia las dictaduras del pasado, y parece señalar el gran anhelo de mayor justicia social en amplias capas de la ciudadanía. Está por ver si esa dinámica prevalecerá en Brasil también, donde el expresidente Lula parece tener opciones consistentes de volver a la más alta magistratura del país. La segunda potencia regional, México, tiene previsto celebrar comicios en media docena de Estados para elegir a sus gobernadores.
El continente, en su conjunto, afronta el reto de contener la pandemia con escasos medios, servicios públicos por lo general frágiles —aunque con sensibles diferencias entre países— y un nivel de desigualdad previo a la crisis mucho más elevado que en Europa que este trance puede agudizar con fuerza. El manejo de ese desafío conjunto ahora determinará con fuerza el cauce futuro de la región.
En cuanto a asuntos específicos nacionales, destaca la negociación que Argentina tiene pendiente con el FMI para refinanciar más de 40.000 millones de dólares de deuda; y las labores de la Convención Constitucional en Chile para configurar una nueva Ley Fundamental, que deberían concluirse este año.
ASIA
Al margen de las vicisitudes de sus gigantes —China y Rusia—, Asia afronta un 2022 que de entrada presenta varios asuntos relevantes o directamente inquietantes. En esta segunda categoría, por supuesto, destaca la situación de la población afgana bajo el régimen talibán. El colapso económico avanza a gran ritmo —el FMI prevé una contracción del PIB de 30 puntos porcentuales en cuestión de meses— y con él la escasez de alimentos. Ya hay muchos afganos en situación de malnutrición, y todo apunta a que esto puede empeorar, lo que también eleva la presión sobre los países occidentales que mantienen sanciones y congelación de fondos.
El vecino Irán también es fuente de inquietud a escala global. Están en marcha negociaciones para reactivar el pacto nuclear, pero la perspectiva no es prometedora. Después de la espantada de Trump y del ascenso a la presidencia en la potencia chií de un representante del ala dura del régimen, Ebrahim Raisi, cuesta ver una zona de aterrizaje para un nuevo pacto. Mientras, Irán ha dado significativos pasos para acercarse a tener la bomba si tomara esa decisión política.
En clave electoral, el tercer gigante del continente –la India- tiene previsto celebrar elecciones en un puñado de Estados, entre ellos Uttar Pradesh, con más de 200 millones de habitantes. Será una importante toma de pulso de la salud democrática del país en medio de preocupantes señales de nacionalismo hindú por parte del primer ministro, Narendra Modi. Y Filipinas tendrá que elegir al sucesor de Rodrigo Duterte, que según las normas del país no puede aspirar a un segundo mandato. Encabeza los sondeos el hijo homónimo del dictador Ferdinand Marcos, que contaría como vicepresidenta con Sara Duterte, hija del actual presidente.
ÁFRICA
El continente afronta la ola pandémica de la variante ómicron con un 9,1% de la población con pauta de vacuna completa. Salvo algunas excepciones —entre ellas destaca Marruecos— el panorama de protección es auténticamente desalentador. La pugna para obtener mayores suministros es una perspectiva central. Al margen de los esquemas actuales —donaciones vía Covax, vía bilateral, o compras normales en el mercado— sigue latente el empuje para lograr una liberalización de las patentes y tecnologías de producción, que hasta ahora no ha surtido efecto por la férrea oposición de varios países productores. Sudáfrica está a la cabeza del empuje para obtener la liberación.
La violencia sigue siendo motivo de inquietud en varios frentes. Uno de los retos centrales es la pacificación del conflicto civil en Etiopía, donde las fuerzas gubernamentales han recuperado terreno frente a los tigrayanos en las últimas semanas. Otro es evitar una nueva sacudida de violencia en Libia, donde estaba previsto celebrar elecciones en diciembre y, una vez más, no pudo ser. La tensión es alta, con milicias de todo pelaje afianzando posiciones.
Varios procesos electorales previstos en 2022 testarán la salud democrática, tanto para reforzarla (Kenia o Senegal) como, se espera, para recobrarla (Malí).
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