Veremos cómo gobiernan si, como parece, ganan las elecciones. Veremos qué tipo de presidenta del Consejo de Ministros será Giorgia Meloni, tótem de la ultraderecha y orgullosa de ello, si, como parece, su partido, Hermanos de Italia, es el más votado. Pero su electorado, a juzgar por el público que acudió a la plaza romana del Popolo, es el de siempre. La derecha de toda la vida, la que durante años votó a Silvio Berlusconi.
El lugar influyó. No fue un mitin de esos que se llenan con autobuses y bocadillos gratis. Por resumir: se podía asistir a la gran ceremonia final de la campaña desde la elegante terraza del café Canova, seis euros por un café, en compañía de señoras que exhibían los últimos adelantos en cirugía facial y turistas despistados. Piazza del Popolo era también el lugar elegido (al día siguiente, viernes) para el cierre de campaña del Partido Democrático, bestia negra de la derecha, o sea que no se trataba de una elección ideológica. El lugar, simplemente, es bonito y queda muy bien en pantalla.
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De eso se trata, de la pantalla del teléfono, de la viralización de frases e imágenes. No de multitudes, porque no las había ni hacían falta. Quedaba tanto espacio libre en la plaza que los turistas, a veces en nutrida columna, podían cruzarla de un lado a otro para acceder al metro o a la parada de taxis.
Este reportero, buscando y rebuscando, logró encontrar dos fascistas. “Fascistas pata negra”, se autodefinieron, así, en español. Ellos —uno más bajo, rapado, con un mechón a lo Tintín, el otro alto, cuadrado y barbudo— prefirieron no decir sus nombres. Quien les preguntaba prefirió no insistir. Tifosi de la Lazio, tatuados con calaveras y esas cosas, vestidos con cazadoras azules decoradas con el escudo de Italia, dijeron que era “el momento de enderezar el país”. Y que la persona capaz de ello era Giorgia Meloni.
Meloni, auténtica estrella de la cosa, se trajo a su chavalería de la Juventud Nacional, uniformada con camisetas azules sobre las que lucía una frase de Gabriele d’Annunzio, vate y profeta protofascista, héroe de la Gran Guerra, aviador y padre de la patria: “Acuérdate de osar, incluso con el viento en contra”. D’Annunzio osaba siempre. Incluso cuando, una vez, se cayó por una ventana y se descalabró. Sus fieles llamaron a aquello “el vuelo del Arcángel”.
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SuscríbeteSilvio Berlusconi, durante el mitin del jueves, en Roma. Gregorio Borgia (AP)
Ahora la fidelidad se vuelca en Meloni. Dos señoras de mediana edad (y mediana cirugía labial) que agitaban banderines de Forza Italia y decían haber votado a Berlusconi “desde que entró en política para salvar Italia”, admitían que “esa chica”, Meloni, les gustaba. “Pero votaremos de nuevo a Silvio, no podemos abandonarlo ahora, pobrecito”.
Ese término, “pobrecito”, habría herido a Il Cavaliere, que intenta mantener genio y, en lo posible y con mucha pintura encima, figura. Se ajustaba, sin embargo, a la realidad. El hombre está mayor y frágil. Y, encima, le pusieron de telonero, aún bajo la luz del día, con la gente fría y charlando por grupitos. Recibió tantos aplausos, o tan pocos, como Maurizio Lupi, ese señor que ustedes probablemente no conocen y que, al frente de Nosotros, moderados (así se llama su partido), representa la casi ignota cuarta pata de la coalición de centro-derecha. Lupi y Berlusconi vendrían a ser el centro; Salvini y Meloni, la derecha que casi se sale del marco.
Alessandro, un caballero cincuentón y muy bien vestido (residente en la zona, o sea, acomodado) dijo que “los tres candidatos” (pobre Lupi, el cuarto) le parecían bien, aunque mejor Meloni, claro. Y que la primera medida del futuro Gobierno de la derecha debía consistir en bajar de forma drástica las facturas del gas y de la electricidad. ¿Y cómo se hace eso? “Muy fácil, todo el mundo sabe que los precios han subido por culpa de la Bolsa de Ámsterdam; se mete en cintura a los especuladores y ya está”. Ah, qué hermosas son las soluciones simples.
De izquierda a derecha: Matteo Salvini, Silvio Berlusconi y Maurizio Lupi, durante el mitin de cierre de campaña celebrado el jueves Roma.
GIUSEPPE LAMI (EFE)
La armonía en la coalición de derechas era palpable en el público. Cuando Salvini, líder de la Liga, llegó a la plaza y caminó entre la gente para acceder a la parte posterior del escenario, una hora antes de comenzar el mitin, muchos con banderas de Hermanos de Italia se acercaron a él para tomarse selfis y abrazarlo.
Salvini, procesado por cerrar los puertos italianos a inmigrantes en situación desesperada, es el tipo de ministro del Interior que gusta a una parte muy considerable de la sociedad italiana. Esa parte que en Piazza del Popolo se sentía segura de la victoria. “Somos la mayoría, la gran mayoría, ¿no lo ve?”, preguntaba una pareja de veinteañeros.
No, no se veía. En la plaza podría haber cabido mucha más gente. Pero se presentía. “Ya hemos ganado”, dijo Alessandro, el hombre que quería “meter en cintura” a la Bolsa de Ámsterdam.
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