El pasado verano, Juan, un niño de 11 años, hijo de un vecino de Frank Buschmann, tuvo un problema: su tortuga había crecido y la cabaña en la que dormía se le había quedado pequeña. Frank dejó la silla que estaba haciendo y un par de días después ofreció al pequeño un nuevo refugio a medida para su mascota. Qué satisfacción ver feliz a un niño. Si algo ilustra la anécdota es la cercanía que tiene Buschmann con los vecinos de Corcubión (A Coruña), municipio en el que habita desde hace cinco años, y al mismo tiempo su voluntaria lejanía del mundo. “Vivir en una metrópoli, en una economía de mercado, significa estar sujeto a altos costes fijos, estrés, competitividad… Te obligan a gestionar la vida en vez de a vivirla”, dice. Además, deja que aflore en la conversación una de sus principales influencias, aquellos shakers, comunidad utópica de los siglos XVIII y XIX, cuyo objetivo era recrear el cielo en la tierra: artesanos que amaban las máquinas porque les regalaban tiempo (no dinero) y que plantaban en sus huertos verduras de más para que quienes lo necesitaran pudieran abastecerse. Buschmann recuerda lo que dijo Tomas Merton sobre ellos: “Que una silla Shaker tenga como peculiaridad una sensación de divinidad se debe al hecho de que quien la hizo era capaz de creer que un ángel podría venir y sentarse en ella”.
Frank Buschmann no es de estar sentado. Su actitud representa muy bien la simbiosis entre artesano y artista. Nació en Sudáfrica en 1969. Tiene raíces alemanas, donde dio sus primeros pasos con la madera. Se formó como diseñador industrial y como ebanista. Fue profesor en la prestigiosa escuela de diseño de Eindhoven (Países Bajos), de la que había sido alumno. Comisarió exposiciones y durante siete años codirigió junto a María Bella, bajo la supervisión de Juan Carrete, Intermediae (en Matadero), una institución pública de arte contemporáneo pionera en acoplar participación ciudadana y tejido artístico dependiente del Área de las Artes del Ayuntamiento de Madrid. Dio muchas vueltas hasta llegar a Corcubión y cambiar de vida: un ebanista en la Costa da Morte, donde se ha integrado de maravilla, hasta el punto de que dos de sus trabajos han recibido el Premio Artesanía de Galicia 2019 y el Premio Antonio Fraguas de la Diputación de A Coruña 2020.
Que Buschmann tiene un lenguaje propio se percibe en sus muebles y en su modo de entender el oficio. Sobre las características de la producción artesanal dice: “El artesano aprende y evoluciona en su oficio observando, imitando y repitiendo. Hay tres tareas principales —medir, marcar y cortar— que se reiteran durante todo el proceso de producción”. El trabajo de Buschmann es una exploración sobre la integridad. “Para llevarla a cabo utilizo como medio el objeto, su proceso de producción y la relación de este con la vida y el mundo. Considero la mayoría de mis piezas prototipos. Son reflejos de instantes en esta exploración. Casi ninguno nace sobre papel. Mi manera de concebir la forma es más parecida a la de un escultor. Hago dibujos en 3D con material sobrante, experimentando proporciones de detalles o ideas de uniones”.
Al hablar de materiales no se puede obviar la trascendencia de la madera, la madera como principio y fin. La madera que busca en el hogar la funcionalidad y la belleza de unas líneas. Por algo Hans J. Wegner, arquitecto y diseñador danés, aseguraba que una silla no está realmente acabada hasta que alguien se sienta en ella. “La madera, por sus características físicas, su comienzo, su forma de crecer y sus continuas transformaciones en el tiempo, demanda una aproximación holística para trabajar con ella. Si no se respetan sus tensiones internas o sus dinámicas relacionadas con el contexto, el objeto final resultará defectuoso”, explica.
“Mis obras toman forma de mueble, que nos conecta con nuestro físico y, por extensión, con la integridad. La madera en forma de mueble nos acompaña a lo largo de la vida, desde que nacemos hasta que morimos, de la cuna al ataúd. Permanece como un vínculo omnipresente entre humanos y naturaleza, somos parte de ella del mismo modo que el árbol lo fue previo a ser mueble”, dice.
Antes de ser ebanista, Frank trabajó en cuatro continentes (América, Asia, Europa y África), en los que no solo aprendió el oficio: “En pocas palabras, África me ha enseñado a agradecer lo que uno tiene; Alemania, técnica, y Holanda, pragmatismo y pensamiento conceptual”.
Ante las reminiscencias japonesas y de la cultura Shaker que desprende una de sus obras, la silla #3, explica que una de sus mayores influencias en los últimos años ha sido la obra de George Nakashima. “Mi silla es el resultado de un proceso con el que investigo los orígenes y relaciones de una secuencia de sillas, empezando con la Conoid Chair de 1988 de Nakashima, pasando por la Zig-Zag de Rietveld o una silla del siglo XV. No hay nada que no esté conectado con todo. Así pues, la referencia japonesa es solo una entrada”.
Es muy común que en una conversación con Buschmann aparezca cada tanto la figura del sociólogo estadounidense Richard Sennett, marido de Saskia Sassen, como una de sus referencias teóricas. Pero siguiendo la enseñanza de rodearse de seres que sepan más que uno, Buschmann siente predilección por la obra multidisciplinar del arquitecto Buckminster Fuller y por la naturaleza, claro: “Mi referencia más importante es el árbol, que me proporciona la materia prima para mi trabajo, un ser sabio que conecta el cielo con la tierra. Es el ser vivo más alto del planeta, un maestro de ingeniería como explica muy bien Claus Mattheck en sus ensayos sobre la biomecánica. Y si pensamos en la suma de cada uno de los árboles, la referencia pasa a ser la naturaleza. Somos paisaje antes de nacer y después de morir. Entremedio somos paisajistas. Y como paisajistas, en respuesta a nuestras limitaciones, nos hemos posicionado en el centro de todo. Creo que es el momento de enterrar nuestros egos y escuchar a la naturaleza”.
Como artista, Buschmann está representado por la Galería Álvaro Alcázar de Madrid. Así, ha estado presente en las tres últimas ediciones de Arco y, recientemente, ha participado en una exposición conjunta con Luis Canelo, además de en la última colectiva Tienen madera. “Uno puede preguntarse qué hacen unos muebles en una galería. Yo suelo contestar que mi obra no es un mueble, mi obra es mi manera de dialogar con la madera”.
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