Ícono del sitio La Neta Neta

Una visita a las entrañas de la catásfrofe en Chernobil


CHERNOBIL, Ucrania – Cinco minutos. Ese es el tiempo que se puede permanecer en la sala de control número 4 de Chernóbil, congelada en el tiempo desde la madrugada del 26 de abril de 1986.

Fue aquí donde una cadena de errores humanos y fallos de diseño desencadenó el mayor accidente nuclear de la historia.

Es difícil sustraerse al miedo que provoca el escenario de la catástrofe, sentimiento que crece a medida que uno se despoja de sus pertenencias y se cubre con varias capas de ropa esterilizada, consulta los dos dosímetros que cuelgan del cuello y recorre pasillos interninables en semioscuridad hasta llegar al corazón del desastre.

La tenue iluminación de la sala no impide ver un polvo grisáceo por doquier. Parte de esa capa de polvo es aún altamente radiactiva y está mezclada con productos químicos rociados después de la avería para mitigar su peligrosidad.

Todo lo que queda son paneles incompletos, consolas vacías y cables arrancados con prisas en los días que siguieron a la explosión para minimizar los efectos de la radiación.

Casi no queda ni rastro de los cientos de botones que servían para controlar el funcionamiento de la central. El único sonido que se escucha es el de los propios pasos. No hay tiempo para detenerse. Todo son prisas y nervios.

Las autoridades ucranianas aseguran que la visita es segura.

Insisten en que la dosis “posible” de exposición a la radiación es de un máximo de 0.1 milisieverts, una cantidad mil veces inferior a la considerada como dañina por la Comisión Internacional de Protección Radiológica.

La entrada a menores y mujeres gestantes o lactantes está prohibida y el visitante debe firmar varios formularios y aceptar una docena de estrictas normas de seguridad.Nada más comenzar, hay que someterse a una medición de la radiación en todo el cuerpo supervisada por dos enfermeras.

Un monitor cuelga del cuello durante toda la visita, al que se le añade un segundo dosímetro en las inmediaciones del reactor número 4.

Hay una decena de controles con detectores distribuidos a lo largo del recorrido. Cada detector muestra un diagrama con las áreas a escanear.

“Las mediciones cubren prácticamente todo el cuerpo, incluyendo la cara, las manos, la espalda y las piernas”, explica Yulia Marusich, representante del departamento internacional de la central nuclear. Cinco segundos después, la máquina emite el veredicto: no contaminado.

La vestimenta para la visita se compone de dos juegos de pantalones, camisa, calcetines, guantes y gorro de tela, que se complementan con un casco y una mascarilla contra el polvo radiactivo.Yulia conoce a la perfección los pasillos laberínticos de la central.

Lleva 22 años recorriéndolos. Las puertas blindadas de acceso a los cuatro reactores durmientes se abren ante ella gracias a una combinación de llaves, claves de seguridad y llamadas de teléfono en circuito cerrado.

El tiempo y los movimientos en cada sala están controlados al milímetro. Un paso en falso puede implicar la interrupción de la visita.

Dejar el bolso o la cámara en el suelo supone un riesgo de contaminación que, en caso de superar los límites establecidos, obligaría a un proceso de descontaminación e incluso en la destrucción de las pertenencias.

Sobre las tres de la mañana del 26 de abril, una hora y media después de la explosión, Alexander recibió una llamada urgente para que acudir a la central.

A sus 27 años, este oficial del regimiento de defensa civil de Kiev fue la primera persona en elaborar un mapa detallando los niveles de radiación en las instalaciones.

“Durante cuatro días y sin apenas dormir realizamos el reconocimiento tanto de la central como de la ciudad vecina de Prípiat, el núcleo urbano más afectado por la radiación”, relata.

El mapa muestra niveles de hasta 2.500 roentgens por hora en las salas aledañas al reactor número 4, donde se produjo la explosión.

El roentgen es una de las unidades estándar para medir la radiación, y se considera letal a partir de los 400 roentgens por hora.

“Trabajábamos incomunicados la mayor parte del tiempo, casi a ciegas. La radio deja de funcionar a partir de los 1.000 roentgens”, explica.

El mapa radioactivo fue usado por las autoridades para justificar la evacuación masiva de la zona, que tuvo lugar dos días después de las primeras mediciones.




Source link

Salir de la versión móvil