Si el independentismo escocés ha tenido siempre sentimientos enfrentados, casi más de afecto que de rechazo, hacia la monarquía británica, el republicanismo irlandés no ha dudado nunca en expresar su rechazo al que consideran el principal símbolo del colonialismo. La señal del aumento en el grado de violencia del IRA, en 1979, fue el asesinato en la costa norte de la isla de Lord Mountbatten, primo segundo de la reina y tío abuelo del futuro Carlos III, entonces príncipe de Gales, sobre el que ejercía un papel de mentor y consejero.
Han pasado más de 50 años de todo eso, y la realidad política actual resultaría inimaginable para los protagonistas de aquella era. Carlos III ha elegido Belfast como segundo objetivo de la gira emprendida por las naciones y territorios del Reino Unido. Unionistas y republicanos siguen enfrentados drásticamente, pero ahora dentro del civilizado marco de convivencia que impone un sistema de gobierno democrático, sin apenas rastro de la violencia sectaria y sangrienta de décadas. Hoy la tensión y la frustración, especialmente las de la comunidad leal a Gran Bretaña, se expresan quemando autobuses, cabinas de teléfono y contenedores. Es una violencia callejera que rechazan, en mayor o menor medida, todos los partidos, empeñados en preservar, al menos el esqueleto, de la estabilidad institucional que se conquistó en el Acuerdo de Viernes Santo de 1998.
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“Hoy quiero recordar el modo en que valoro y respeto la importante contribución que hizo Isabel II al avance de la paz y la reconciliación entre las diferentes tradiciones de nuestra isla, así como entre Irlanda y el Reino Unido, durante los años del proceso de paz, ha dicho la vicepresidenta del Sinn Féin, Michelle O´Neill, en una reunión extraordinaria de la Asamblea Autónoma de Stormont. La vicepresidenta de la formación que durante años fue considerada el brazo político del IRA fue la más votada en las elecciones autonómicas celebradas en mayo en Irlanda del Norte. Era una victoria histórica para los republicanos, y según establece el acuerdo de paz, correspondía automáticamente a O´Neill ocupar el puesto de ministra principal del Gobierno autónomo, una plaza retenida siempre, durante casi un cuarto de siglo, por los unionistas. O´Neill ha formado parte del grupo de líderes que se ha reunido en privado con Carlos III.
El Protocolo de Irlanda del Norte, el acuerdo clave que logró desatascar las negociaciones del Brexit y que define el encaje de ese territorio británico en el espacio aduanero comunitario, ha soliviantado a los partidos unionistas, especialmente a los líderes del DUP (Partido Democrático Unionista, en sus siglas en inglés). Las divisiones entre ellos, y su derrota electoral, los han llevado a bloquear las instituciones de Gobierno autónomo. Irlanda del Norte no tiene hoy Ejecutivo, su Legislativo sigue sin desplegar actividad, y el presidente de la Asamblea prorrogado en su cargo, el político republicano y en su día boxeador idolatrado por la población, Alex Maskey, ha sido el encargado de expresar ante Carlos III en el castillo de Hillsborough —residencia del rey en Irlanda del Norte— el mensaje de condolencia de los diputados. Sus palabras han demostrado la voluntad de unos y otros de aferrarse a la institucionalidad, y al afán de reconciliación, en un momento de duelo. “Demostró personalmente”, se refería Maskey a Isabel II, “cómo los actos individuales de liderazgo positivo pueden ayudar a derribar barreras y favorecer la reconciliación. La reina mostró que los gestos pequeños pero importantes —una visita, un apretón de manos, un paseo por la calle o unas pocas palabras en irlandés— pueden suponer una gran diferencia a la hora de cambiar actitudes y construir relaciones”.
Todo eso lo hizo Isabel II. Especialmente, el apretón de manos con Martin McGuiness, en junio de 2012. Aquellos segundos cara a cara, afables y sonrientes, entre la monarca y el exlíder del IRA y político clave del Sinn Féin significaron para muchos de los presentes un antes y un después. “La reina dio algunos pasos valientes e importantes, que nadie pudo anticipar. Y que carecían de precedente en su familia, sobre todo después del asesinato de Lord Mountbatten, con el que ella tenía una relación muy estrecha”, recuerda Peter Hein, el político laborista que contribuyó a establecer un sistema de poder compartido en Irlanda del Norte entre unionistas y republicanos.
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SuscríbeteBaño de masas en Belfast
Por la cantidad de banderitas de la Union Jack (la bandera aspada del Reino Unido) que se agitaban en el aire, ha quedado claro este martes que la mayoría de los miles de personas que han dado la bienvenida a Carlos III por las calles de Belfast eran más bien unionistas. Las órdenes emitidas por la dirección del Sinn Féin, sin embargo, de guardar en todo momento el respeto debido a los días de duelo por la muerte de Isabel II se han mantenido escrupulosamente. Y Carlos III, que también tuvo su momento de reconciliación personal, cuando en 2015, como príncipe de Gales, estrechó durante 13 segundos la mano del legendario líder republicano Gerry Adams —que justificó en su día el asesinato de Mountbatten—, ha querido transmitir, durante su primera visita a Irlanda del Norte como rey, un mensaje de conciliación: “Con ese brillante ejemplo sobre mí [el de su difunta madre] y con la ayuda de Dios, asumo mis nuevas obligaciones, decidido a buscar el bienestar de todos los habitantes de Irlanda del Norte”, ha dicho.
En la catedral de Santa Ana, la iglesia principal de Belfast, Carlos III y la reina consorte, Camila, recibían aplausos y gritos de apoyo a su llegada al servicio religioso de agradecimiento a Isabel II. Dentro esperaban ya la primera ministra del Reino Unido, Liz Truss, y el primer ministro de Irlanda, Micheál Martin, en la primera bancada de la nave central. Los dos países garantes de la paz en Irlanda del Norte. Por primera vez en casi 80 años, —fue en 1945, con Jorge VI—, el coro de la catedral ha vuelto a cantar el God Save The King.
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