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Valentin Inzko: “La seguridad de Europa empieza en los Balcanes”

Desde la izquierda, Valentin Inzko; la entonces canciller alemana, Angela Merkel, y Christian Schmidt, el pasado agosto en la sede de la Cancillería alemana, en Berlín.

Valentin Inzko (Klagenfurt, Austria, 72 años) soltó una bomba el pasado julio, justo una semana antes de abandonar el cargo de alto representante de la comunidad internacional para Bosnia que ocupaba desde 2009. En virtud de los denominados poderes de Bonn, que le permiten imponer leyes al margen del Gobierno y el Parlamento bosnios, introdujo una enmienda en el código penal para castigar con penas de prisión la glorificación de criminales de guerra y el negacionismo del genocidio y los crímenes contra la humanidad.

“Pensé que no tendría una vida tranquila en mi jubilación si no hacía nada”, explica ahora por videoconferencia. “Viniendo además de un país en el que hubo muchos criminales de guerra de la Segunda Guerra Mundial y mirando la directiva europea de 2008 [que conmina a los Estados miembros a legislar contra la apología, negación o trivialización del genocidio y los crímenes de guerra], era simplemente un paso lógico y obligado. Y en lo relativo a las víctimas de guerra y criminales de guerra convictos, no puede haber negociación ni acuerdo”.

Era la decisión más importante en más de una década de un alto representante ―figura creada en 1995 para supervisar la aplicación en el ámbito civil de los acuerdos que pusieron fin a la guerra― y generó la mayor crisis en el país desde el estallido bélico. El liderazgo serbobosnio, que niega el genocidio de Srebrenica y relativiza otros crímenes probados por la justicia internacional, lanzó una hoja de ruta para la independencia de la República Srpska, la entidad serbia de Bosnia, con pasos como recuperar un Ejército propio o impedir la entrada a la policía estatal.

Inzko justifica haber esperado al último minuto de partido para introducir la enmienda en que la cadena perpetua al exlíder militar serbobosnio Ratko Mladic aún no había sido confirmada, lo que sucedió solo un mes antes, y en que dio en los años previos “muchas oportunidades” para que se aprobase localmente. “Obviamente, los croatas y los serbios siempre votaron en contra, así que no se hizo realidad en 26 años. Y, si no lo hubiese hecho, quizás hubiésemos esperado otros 26″, afirma.

Insiste además en que “mucho más importante” que el “castigo” que prevé la enmienda es la necesidad de una catarsis: “Decir ‘esto ha pasado, el pueblo serbio o croata o los bosniacos son buena gente, pero algunas personas concretas cometieron crímenes’, y tienen nombre y apellidos. Desgraciadamente, esta catarsis no se ha dado aún […] Entonces será más fácil mirar hacia el futuro. Estoy orgulloso de mi decisión”.

Con la crisis lidia ahora su sucesor, el exministro alemán Christian Schmidt, que el pasado noviembre advirtió de un riesgo “muy real” de que Bosnia se sumerja en nuevas “divisiones y conflictos”. Inzko ―que no venía de la política, sino de la diplomacia, y ha sido de largo el alto representante más tiempo en el cargo― disfruta de su jubilación en el pueblo austriaco de Suetschach, en Carintia, desde el que habla con este periódico. Liberado de los corsés diplomáticos del cargo, acusa repetidamente al liderazgo serbobosnio de haber utilizado su enmienda contra el negacionismo como “excusa” para boicotear las instituciones estatales e impulsar una secesión con la que fantasea desde hace mucho.

Durante la entrevista, traslucen dos cosas: su frustración por el desinterés de la comunidad internacional, en particular en la UE, por Bosnia durante su mandato y su resquemor con Milorad Dodik, el líder serbobosnio y hoy uno de los tres presidentes de Bosnia (serbios, bosniacos y croatas eligen a sus representantes y estos se turnan cada ocho meses al frente del país), al que retrata como un populista imprevisible y ventajista. “Le costará retroceder, pero con él nunca se sabe. También en el pasado se comportó como un camaleón. Esta vez creo que ha cruzado el Rubicón, que ha cruzado demasiadas líneas rojas como para retroceder, aunque al final hará lo que decida el presidente [de Serbia, Aleksandar] Vucic”, señala.

Toledo y Sarajevo

No es así como veía Bosnia en 2009, cuando llegó al cargo “muy optimista” y llamaba a Toledo y Sarajevo ―dos ciudades en las que convivieron las tres principales religiones monoteístas― las “dos Jerusalenes europeas”. “La situación geoestratégica era diferente. Había menos interés de Rusia y China en Bosnia”, asegura. La comunidad internacional había optado hasta entonces, opina, por un enfoque de “intervención robusta” en el país, que fue “exitoso”, pero cambió a uno de “soluciones locales”, que lo ha sido menos y bajo el que “casi no se han creado nuevas instituciones ni aprobado nuevas leyes de importancia”.

Año tras año, el epígrafe de Bosnia fue quedando relegado en los listados de prioridades de las cancillerías. “Una vez era Oriente Medio, otra Afganistán, o Venezuela, o la crisis de los refugiados”, justifica. “Los dos últimos ministros de Exteriores de Alemania visitaron Malí, lo que por supuesto es razonable, porque tienen tropas allí, pero nunca Bosnia. Pero Malí está en África y Bosnia en Europa. La seguridad europea empieza en los Balcanes. Si miras los atentados [de Bruselas, originados en el barrio de] Molenbeek (2016), de Bataclan (París, 2015) o de Viena (2020), las armas siempre han venido de o a través de los Balcanes, y en el caso de Viena, también el atacante”.

Desde la izquierda, Valentin Inzko; la entonces canciller alemana, Angela Merkel, y Christian Schmidt, el pasado agosto en la sede de la Cancillería alemana, en Berlín. Getty

Hoy, Rusia y China proponen cerrar la Oficina del Alto Representante por considerarla una figura obsoleta que limita la soberanía de Bosnia. Tampoco reconocen el nombramiento de Schmidt porque carece del aval del Consejo de Seguridad de la ONU, que no es legalmente necesario, pero solo faltó una vez antes, en 2006.

Inzko ve el rol “aún necesario”, hasta que el país esté “irreversiblemente en el camino hacia el ingreso en la UE”, pero aboga por que abrace un nuevo enfoque, “en el que determinadas acciones de líderes locales tengan consecuencias, sea de corrupción o de bloqueo de las instituciones estatales”. “Y tenemos que hacer retroceder. No es posible evitar eternamente los conflictos y es un error pensar que los conflictos congelados permanecen congelados para siempre”, añade.

— ¿Por qué no lo aplicó usted durante su mandato?

— Muy simple, porque no había apoyo de la comunidad internacional […] También estaba la Administración Trump. Si hacía algo, tenía poco o nulo apoyo. Al mismo tiempo, era el periodo de apropiación local, el periodo de la UE…

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