Valerie Solanas, teoría y práctica extremas

Valerie Solanas a su llegada al juzgado tras disparar a Andy Warhol el 3 de junio de 1968.
Valerie Solanas a su llegada al juzgado tras disparar a Andy Warhol el 3 de junio de 1968.Newsday LLC / EL PAÍS

Veinte años después de haber descerrajado unos tiros al artista Andy Warhol en su Factory, en la primavera de 1988 el cadáver de Valerie Solanas fue encontrado en un motel lumpen del barrio de Tenderloin en San Francisco. Llevaba varios días muerta. La sordidez de aquel final no desentonaba con la cruda vida de la autora del Manifiesto SCUM. Y es esa desoladora y siniestra escena de su muerte, precisamente, el punto de partida de la novela recientemente reeditada sobre la vida de Solanas La facultad de los sueños (Nórdica), de la autora sueca Sara Stridsberg.

Solanas es una misteriosa y extraña musa, demasiado rara y extrema para los círculos radicales de los sesenta, tampoco encajaba en el circo de artistas e inadaptados de Warhol. Norman Mailer la llamó “la Robespierre del feminismo”.

Desde la primera frase de su Manifiesto SCUM Solanas (Nueva Jersey, 1936- San Francisco, 1988) exhortaba a la destrucción del Gobierno, la eliminación del sistema monetario y la destrucción del sexo masculino. No se andaba por las ramas. S.C.U.M, literalmente escoria en inglés, es el acrónimo de Society to Cut Up Men (traducido habitualmente como Organización para el Exterminio del Hombre), que Solanas describió con furia y un extraño sentido del humor. Trató de ofrecer una respuesta tajante y radical a algunas teorías de Freud.

En 1967 la propia autora distribuía copias autoeditadas de su manifiesto por las calles de Nueva York antes de que el editor Maurice Girodias rescatara el texto en Olympia Press. Era la misma editorial especializada en literatura vanguardista que había sacado la primera edición de Lolita, de Nabokov.

Solanas también le pasó una obra de teatro a Andy Warhol, pero aquello no llegó a nada y, cuando ella fue a reclamarle el manuscrito, el artista aseguró que lo había perdido. La invitó a participar como secundaria en un par de las películas que rodaba con su tribu en la Factory de Union Square. Y fue allí mismo donde en junio de 1968 Solanas les disparó al artista y al galerista Mario Amaya, que estaba de visita en la ciudad.

Amaya recordaba el incidente de aquella tarde de mucho calor, en el libro de historia oral Eddie, de Jean Stein: “Cuando oí los disparos, deduje que alguien nos estaba disparando a través de las ventanas. Caí al suelo. Escuché a Andy gritar: ‘¡Oh no, oh no, Valerie’. Y pensé: ‘Oh díos mío, han debido de disparar a esa chica con la que estaba hablando’. La siguiente cosa que recuerdo fue mirar hacia arriba y ver lo que estaba pasando y a esta mujer de pie encima mío, con la pistola apuntándome. Llevaba pantalones, una chaqueta, y el pelo suelto. Afortunadamente tenía mala puntería”. Amaya añadió que la pistola era diminuta, “como de chica”, y concluía el relato: “Andy y yo solíamos decir que habíamos sido las primeras víctimas del feminismo”.

Solanas se entregó en la comisaría de Times Square esa misma tarde, y la abogada feminista Florynce Kennedy se apresuró a representarla, en lo que fue casi el primer contacto cercano de los grupos feministas con Solanas. Antes de ser juzgada por los disparos la trasladaron al ala psiquiátrica del hospital Bellevue y cuando finalmente se celebró el juicio la condenaron a tres años. Parte del tiempo estuvo encerrada en un centro psiquiátrico.

Valerie era solitaria y marginal, arrastraba una dura infancia marcada por las violaciones de su padre desde los siete años y la prostitución que ejerció desde la adolescencia. Licenciada en psicología en la Universidad de Maryland, abandonó el doctorado y se volcó en el texto de SCUM. No tenía seguidores, “llegaba demasiado pronto o demasiado tarde a cada escena”, apunta la académica Avital Ronell en el prólogo a una las ediciones recientes del Manifiesto.

En los noventa Sara Stridsberg se encontró con ese mismo texto enfebrecido de Solanas cuando pasaba unos meses en Camboya visitando a un amigo. La prostitución infantil que veía en las calles creaba un eco extraño con el viejo y furioso escrito. No lo pudo soltar. Ahí surgió la idea de La facultad de los sueños (Nórdica), el libro en el que imagina la vida de Solanas, una existencia de pobre diabla contra la que se rebeló y ante la que sucumbió.

Odiaba a los hombres

“Yo pensaba que sería algo aburrido, pero el Manifiesto es divertido, aterrador, oscuro, extraño, antipedagógico, una sátira política como las que escribió Jonathan Swift, en la que describe a los hombres en los mismos términos en los que han sido descritas tantas veces las mujeres, como seres humanos incompletos”, explica por videoconferencia desde Estocolmo Stridsberg. “No pude resistirme a la fuerte paradoja que entraña Solanas. Ella era muy intelectual, pero puta; ultra-feminista, pero sin contacto con los colectivos feministas; pacifista, aunque disparó a Warhol; odiaba a los hombres, pero se ganaba la vida como prostituta. No creía en dios, en la familia, en la política o en la psicología, en todo lo que a los demás nos importa”, señala.

Publicada originalmente en 2006 —también en español hace una década con el título La escuela de los sueños, por 451 Editores— la novela le valió a Stridsberg el prestigioso Nordic Council Award, y ella la transformó más adelante en una obra teatral. El año pasado La facultad de los sueños fue traducida al inglés y publicada con gran éxito en Estados Unidos y Gran Bretaña, donde quedó finalista al Man Booker Internacional.

Una nueva Medea

“He escrito cinco novelas después, pero Solanas siempre vuelve”, dice. “En Suecia no era conocida pero conmigo eso cambió, y empezaron a verla como una especie de Medea”. La escritora admite sentirse hoy algo alejada del personaje. “Hay algo extraño, ese libro es mi juventud”.

Al escribir La facultad del sueño, Stridsberg no quiso enredarse en archivos, sino capturar el tono de Solanas. Viajó por las ciudades donde ella vivió y se alojó en ese inmundo motel donde murió. También recaló en el Hotel Chelsea de Nueva York, el único lugar donde la recordaban. “Seguían furiosos, hablaban de ella como de esa mujer violenta, pero tenían un retrato de Sid Vicious, que asesinó a su novia en una de las habitaciones. La violencia de una mujer solitaria y pobre parece que les resultaba más hostil”, apunta. “Ella tenía esa fuerza y ese fuego. Me interesan los personajes que no encajan”, explica. “Hoy veo el peligro que tiene una terrorista en la sociedad, pero mi corazón siempre se estremecerá con los menores que sufren abusos”.

Solanas lo advirtió en su manifiesto: “Las actividades de SCUM serán criminales no por simple desobediencia civil, por violar abiertamente la ley, sino para ir a la cárcel, para llamar la atención sobre la injusticia”. Cumplió su palabra, pero curiosamente su atentado contra Warhol no dio ni 72 horas de titulares. Dos días después de los disparos en la Factory cayó abatido en Los Ángeles Robert Kennedy, flamante candidato a las primarias del partido Demócrata. Y Warhol sobrevivió, pero según su colaborador en la Factory, Taylor Mead, los disparos de Valerie con su diminuta pistola acabaron con él: “Murió cuando Solanas le disparó”.


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