Las estancias del poder y del dinero suelen adquirir formas más bien sencillas cuando se materializan. Italia llama a ese mundo poteri forti y acostumbra a imaginarlo dentro de lo que popularmente se conoce como la habitación de los botones, la sala de mandos desde la que esas fuerzas manejarían el país. Durante un fin de semana al año, en cambio, ese lugar toma forma y se traslada hasta una de las orillas del lago de Como, junto a la carretera que serpentea por la falda de varias montañas hasta el pequeño pueblo de Cernobbio. Sucede desde hace 47 años en el lujoso hotel Villa d’Este y todo se dice a puerta cerrada, una tradición heredada de sus inicios en los que las Brigadas Rojas apretaban el gatillo contra el empresariado por mucho menos y la crisis petrolíferas cortaban la respiración. Aquí se han cocinado gobiernos y algunas operaciones para derribarlos. Y, sobre todo, se genera un cauce de información que marca la agenda del otoño italiano.
-¿Ve todo ese mundo de ahí? Eso es lo que hoy se conoce como el establishment. Un universo de doble filo para quien se retrata con él y que hoy está contento con el Gobierno italiano. El único terror es que gobierne una derecha nacionalista como la de Matteo Salvini o Giorgia Meloni – señala una de las personas que mejor conoce y sabe descifrar el clima de Cernobbio.
Más información
La gran novedad este año en el Forum Ambrosetti, el principal centro de pensamiento y debate italiano en influencia y el cuarto europeo, es que el ideario económico que se defiende se acerca ya mucho más al keynesianismo y la socialdemocracia que al viejo neoliberalismo. Y hay otro el elemento: el dinero ya no quiere que gobierne el espectro conocido en Italia como el centroderecha. Hay miedo al soberanismo, al antieuropeísmo y a estropear con populismos el maná de más de 200.000 millones de euros que va a llegar de Europa. “Esta derecha, evidentemente, no es aquella de [el ex primer ministro, Silvio] Berlusconi a la que amaban. Y es también la primera vez en muchos años que aquí se discute de cómo repartir el dinero y no de cómo demonios generarlo”, explica Ferruccio De Bortoli, exdirector del Corriere della Sera y del rotativo económico Il Sole 24 Ore y exquisito analista del mundo económico y político italiano.
El foro, al que este año han acudido dos vicepresidentas del Gobierno español -Nadia Calviño y Teresa Ribera- fue fundado por Alfredo Ambrosetti en 1975 como un espacio de formación y debate de los cuadros dirigentes, pero terminó convertido en una suerte de lobby que señala el camino a la clase política. Han debatido aquí la mayoría de líderes del mundo, empresarios, economistas y premios nobel. Desde Henry Kissinger a Giscard d’Estaign, pasando por Bill Gates o Joseph Ratzinger, que venía encantado cuando era cardenal. El año pasado inauguró las sesiones el Papa Francisco por videoconferencia. Esta vez lo ha hecho el presidente de Rusia, Vladímir Putin, no sin cierta polémica. El consejero delegado del Fórum Ambrosetti, Valerio de Molli, da su versión. “Con Putin, como con Geert Wilders [líder del ultraderechista Partido para la Libertad holandés], hemos sido muy criticados. Pero estamos muy orgullosos de haberles invitado. Queremos ser una casa independiente, que acoge e incluye. Favorecer el diálogo también con quien está fuertemente alejado de nosotros. También invitaría al Gobierno talibán al debate, por supuesto. No lo he hecho porque es muy reciente. Abrirse a figuras controvertidas, con quienes no se comparten ideas, y discutir abiertamente y de forma transparente es lo más justo para garantizar un desarrollo sostenible y equilibrado”.
El Forum Ambrosetti es uno de los lugares más elitistas del mundo. Alejado de la ostentación algo grosera del Foro Económico Mundial cada enero -pandemia mediante- en la estación suiza de Davos, sin estrellas del pop invitadas para captar los flashes, es capaz de generar un ambiente distendido que permite debates entre figuras opuestas como durante años sucedió con Yasir Arafat y Simon Peres. O el de la conferencia del fiscal Antonio Di Pietro, magistrado del caso de corrupción Mani Pulite, ante una parte del empresariado al que iba a detener al día siguiente. En estos jardines renacentistas, encargados por el cardenal Gallio en el siglo XVI, aterrizaba Gianni Agnelli en su helicóptero cuando el imperio Fiat era lo más parecido que tenía Italia a una monarquía. Ahora todo es algo más sobrio. La policía custodia el lago en motos de agua y un mayordomo se pasea cada tanto haciendo sonar un gong para invitar a los presentes a disolver sus corrillos y volver a las sesiones (la puntualidad era una de las obsesiones de su fundador, Alfredo Ambrosetti). Ministros y periodistas intercambian ideas. Y uno de ellos resume paseando por los jardines su impresión sobre la cita y el optimismo que se respira. “Hay un juicio muy positivo sobre [Mario] Draghi, sobre el Plan de Recuperación. También sobre el papel de Europa… Pero más problemática es la valoración de la política y de los partidos”, explica.
La clase económica de Italia está eufórica con las previsiones de crecimiento de casi el 6% (la mayor desde el boom de los años setenta), impulsado por los recursos que llegarán y el equipo que ha armado Draghi para gestionarlos. El indicador del Forum que mide la confianza de sus participantes -mediante voto electrónico- alcanzó su máximo histórico este fin de semana. Pero en los pasillos cunde el terror a un cambio de guardia política que comenzará, si una prórroga no lo remedia, con el relevo de Sergio Mattarella al frente de la presidencia de la República a finales de enero. La opinión de Cernobbio es unánime: lo ideal sería que el jefe del Estado alargase su mandato para permitir a Draghi continuar en la presidencia del Consejo de Ministros antes de saltar él mismo a la cabeza de la República.
Draghi, héroe absoluto del universo Cernobbio, no se ha presentado este año al encuentro. Y no parece casualidad. Tampoco lo ha hecho Mattarella, que mandó un mensaje escrito. La foto en Cernobbio, quintasencia del llamado establishment, es un arma de doble filo para quien aparece en ella. Durante su primer año de Gobierno la evitó Matteo Renzi porque soplaba el viento anticasta (luego no se perdió una). Giuseppe Conte, en cambio, la utilizó luego para otorgarse la capa de barniz que necesitaba un abogado desconocido y sin prestigio que llegaba para representar al partido más populista de Europa como primer ministro. La política en Italia cambia tan rápido que es fácil llegar un año como primer ministro y al siguiente, como mero diputado. La habitación de los botones, en cambio, sigue siendo la misma.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.