Viaje a las entrañas de la vacuna: la UE se vuelca en las fábricas


La caja rueda lentamente hasta el final de la línea de producción. Allí un operario le pega una ventosa que le ayuda a elevar los 16 kilos del paquete, hasta colocarlo sobre un palé. La mayor parte del contenido es hielo seco. Pero en su interior viajan también unas 6.000 dosis ultracongeladas del preciado jugo inyectable de Pfizer-BioNTech, la primera vacuna aprobada para su uso en la Unión Europea. Es el último engranaje de una complejísima maquinaria de producción y logística que arranca dos meses atrás en los reactores de la mayor fábrica de vacunas del continente, ubicada en la localidad de Puurs, en Bélgica, y termina en este gesto mecánico en el que apila con mimo, una tras otra, seis cajas por palé hasta llenar unos 15 cada jornada. Es decir: por su puesto pasan más de medio millón de inyecciones diarias, listas para ser repartidas por Europa y el resto del mundo. El camión espera ya a la puerta para llevárselas rumbo a Países Bajos.

—¿Y qué se siente?

—Es todo un honor ser uno de los pocos que estamos aquí, a pesar de la situación, ayudando a hacer del mundo un lugar mejor.

FOTOGALERÍA: El Viaje a la gran fábrica europea de vacunas

Enseguida aparece el supervisor e interrumpe: nada de preguntas. La planta de Pfizer en Bélgica es uno de los secretos mejor guardados de la pandemia. Un lugar inaccesible hasta la fecha. El velo se levantó esta semana parcialmente, con el acceso de un pequeño grupo de medios a este hangar, la llamada “granja de congeladores”, donde se ve de todo menos lo que uno ha venido a ver: el contenido de la vacuna. Los viales van por aquí siempre envueltos, en cajas y envases, de los carros a los congeladores y de allí al empaquetado final. Recuerdan al maletín de Pulp Fiction: la gente se mata por él, pero el espectador nunca llega a saber lo que va dentro. Desde la compañía justifican que evitan exponer su mercancía para impedir falsificaciones. Varios responsables vigilan que no se fotografíe nada fuera de sitio, que no se inquiera a quien no corresponde. Ni hablar de echar un vistazo al laboratorio.

La granja es un espacio diáfano cubierto por un techo de chapa, donde retumban los chirridos de las líneas de producción y los bufidos de las mangueras de hielo seco. Se ven centenares de cajas apiladas hasta el techo e hileras interminables de frigoríficos a -75ºC. De aquí partieron los primeros cargamentos para el Reino Unido a principios de diciembre; los de la UE lo hicieron poco antes de Navidad. Dos meses después, la planta produce unos 50 millones de dosis mensuales de una vacuna que no existía hace un año y cuya tecnología, basada en ARN mensajero, nunca había sido aprobada para su uso en humanos. En junio, la compañía espera duplicar la producción hasta los 100 millones. Han reducido los tiempos de fabricación de 110 a 60 días. Han enviado vacunas a más de 60 países. Muchas de ellas, fuera de la UE: “Bogotá, Guayaquil, Quito…”, se lee fugazmente en el portátil de un empleado. El complejo de Puurs ha sido reconvertido para afrontar una tarea sin precedentes. “Un viaje monumental”, lo denomina Luc Van Steenwinkel, responsable de la planta.

La escala de esta transformación, la velocidad, lo masivo de la producción, las ingentes inversiones públicas recuerdan de algún modo al esfuerzo industrial en tiempos bélicos, solo que aquí se fabrican a contrarreloj pequeñas cápsulas de vida. La reconversión se está replicando por toda Europa, donde ya hay más de 40 plantas involucradas en la fabricación de estos fármacos. El de las vacunas era hasta hace un año un pedazo minoritario del negocio de las farmacéuticas. Se ha vuelto un sector crítico.

“Algunos dicen que esto es como la economía de guerra”, afirma el comisario europeo de Mercado Interior e Industria, Thierry Breton, durante la visita a la fábrica de Pfizer. “Lo que normalmente se hace en cuatro años, lo hemos hecho en seis meses”. Breton, un ingeniero parisino de 66 años, nacido en la posguerra europea, exministro francés de Economía e Industria y expresidente de gigantes tecnológicos como France Telecom, ahora es algo así como Mr. Pharma. Tras los tropiezos en el arranque de la campaña de vacunación, cuando Pfizer, AstraZeneca y Moderna (los tres fármacos aprobados hasta la fecha) revisaron a la baja sus entregas pactadas con la UE, la presidenta del Ejecutivo comunitario, Ursula von der Leyen, colocó al directivo francés al frente de una división especial con la misión de acelerar la producción de vacunas. La idea también implica sembrar las semillas para la expansión de este nuevo nicho, clave en el futuro.

La fase industrial ha supuesto un baño de realidad. Los pinchazos no han llegado al ritmo esperado. Ha cundido la ansiedad en un continente ávido de dosis. La Comisión ha reconocido que minusvaloró las dificultades de una producción masiva. Aunque recriminó la actitud de las farmacéuticas, asumió que quizá no estuvo todo lo encima que debería. En palabras de Breton: “El hecho de haber firmado un contrato no significa que al día siguiente vayas a recibir una vacuna”. Lleva poco más de dos semanas en el cargo. Desde entonces, ha visitado fábricas de las tres compañías con vacunas en el mercado. Se ríe cuando se le pregunta si habla a menudo con los ejecutivos de las farmacéuticas: “Muchas veces al día”. Explica sus grandes preocupaciones: “Las cadenas de suministro y los cuellos de botella”. Pfizer, por ejemplo, necesita para elaborar su fármaco 280 sustancias que le suministran 86 proveedores desde 19 países distintos. En total las vacunas europeas requieren más de 400 componentes distintos y más de 100 empresas participan en su producción. La escasez de elementos clave provoca “tensiones, aunque no las hagamos públicas”, dice Breton. “Podrían ser filtros, botellas, lípidos…”. Todas las compañías pelean estos días por productos similares. La pugna se parece a la del bazar mundial de las mascarillas y los EPI al principio de la pandemia, según una fuente del sector farmacéutico. “Por supuesto que va a haber problemas”, añade Breton. “Yo mismo he sido consejero delegado. Conozco la industria. Es imposible que un incremento de producción así vaya suavemente. Cada día hay un problema”.

La UE es consciente de que se juega mucho en esta batalla sanitaria, industrial y económica. El objetivo es colocarse en la delantera de la producción de vacunas, mano a mano con Estados Unidos, y con el foco puesto en la nueva tecnología. La Comisión cree que a principios de 2022 el continente estará en posición de fabricar entre 2.000 y 3.000 millones de dosis anuales, dirigidas a los ciudadanos europeos y al resto del mundo, y con capacidad de reacción ante las nuevas variantes. Bruselas ha invertido hasta la fecha unos 4.000 millones de euros en acuerdos de compra anticipada e investigación; los países de la UE han firmado contratos de compra de dosis por unos 33.000 millones de euros, según cifras dadas por la jefa del Ejecutivo europeo. Las inversiones auguran un gran negocio que se desarrollará en el largo plazo. El coronavirus y sus mutaciones no se esfumarán de un día para otro. “El que piense que uno se va a vacunar y entonces se acabó el problema, se equivoca”, dice la fuente del sector farmacéutico. “Esto ha venido para quedarse. Ya estamos trabajando en la segunda generación de vacunas. Llegarán a final de año”.

Tras los traspiés iniciales, la UE sacó los colmillos. Von der Leyen pidió a la industria que reaccionara al ritmo vertiginoso que había impuesto la ciencia y aseguró en una misiva a los líderes de los Veintisiete que el Ejecutivo comunitario debería “desplegar todos los medios necesarios para cumplir con las necesidades de Europa, ya sea invirtiendo en la mejora o reutilización de las plantas existentes o construyendo otras nuevas”, echando mano incluso de los billonarios fondos de recuperación. El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, amenazó con invocar poderes especiales para intervenir las compañías con el fin de controlar su producción, obligarles a fabricar en factorías de otros laboratorios o despojarles de las patentes.

La industria captó el tirón de orejas. En estos momentos ya existen casi una decena de acuerdos entre ellas para incrementar la producción, como el anunciado por la francesa Sanofi para producir viales de Pfizer-BioNTech.

“Se está produciendo a una escala extraordinaria en un período de tiempo brevísimo”, dijo este jueves Stéphane Bancel, consejero delegado de Moderna, ante el Parlamento Europeo. Cuando arrancó la pandemia, su compañía nunca había manufacturado en Europa ni tenía una cadena productiva en el continente. Se asociaron con Lonza, una biotecnológica suiza, para producir la sustancia, con la española Rovi para el envasado y acabado, y con una compañía belga para la distribución. En Suiza, pasaron tres meses derribando paredes y reconstruyendo la factoría para dar cabida a un equipo enorme que nadie había usado nunca antes. Según Bancel, han sufrido los “hipidos” propios de cualquier arranque, con el añadido de que no tienen fondo de armario y todo lo que producen se destina al mercado: si se estropea una bomba un fin de semana, como les ocurrió, o un proveedor se retrasa un día, la producción se frena y se convierte en “un tiempo perdido para siempre”.

En el mundo, hay unas 60 fábricas capaces de producir vacunas contra la covid, según la Federación Europea de Industrias y Asociaciones Farmacéuticas (EFPIA); 20 de ellas se encuentran en Europa, según el mapa que elabora y actualiza a diario el equipo del comisario Breton (otras 21 están dedicadas a llenado y acabado). Trabajar en este mapa ha sido una de sus primeras tareas en el cargo. Parece mentira, pero nadie lo había hecho antes en el Ejecutivo comunitario: ubicar cada planta, para ser consciente de lo que hay sobre el terreno. Ante las críticas hacia su puesto, que algunos denuncian como un gesto cosmético, el comisario Breton defiende la necesidad de crear una red de intercambio de componentes, monitorizar las cadenas de suministros, apostar por la colaboración público-privada. “Necesitamos por un lado reforzar las factorías que ya existen para ayudarlas a incrementar su producción, pero también traer nuevos actores”. Piensa en la posibilidad de “potenciar o transformar” plantas que ya existen para tenerlas operativas en el medio plazo. Valora incluso la introducción de “mecanismos de gobierno” que permitan mantener las factorías disponibles ante emergencias, “24 horas, siete días a la semana por si de pronto necesitamos la producción”. A esto, probablemente, se refiere con “economía de guerra”.

Según su visión, aún faltan cinco meses para que se logre estabilizar la producción en Europa. Y calcula que el continente será autosuficiente en los próximos 12 o 18 meses. Se niega a ver la estrategia de la UE como un fracaso. Y pone el ejemplo de la vacuna rusa, Sputnik V: “Los rusos son muy buenos en ciencias, física, matemáticas, astrofísica y biología, pero no son capaces de producirla de forma masiva”, dice. “Así que nos están viniendo a pedir si podemos fabricarla”. Pero la UE no parece dispuesta: sus plantas se han convertido en centros estratégicos, altamente demandados, en fase de expansión.

“Es un esfuerzo industrial extraordinario”, resume ahora Breton, envuelto en un enjambre de cámaras y micrófonos mientras Koen Vastenavondt, jefe de producción de Puurs, le guía entre las hileras de congeladores de la granja. Se detienen ante uno de ellos, donde los operarios introducen lo que llaman las “cajas de pizza” en la cámara frigorífica. En su interior van los viales, “el producto”, le explican. A Breton parece picarle la curiosidad: “¿Puedo coger uno?”, pregunta. Pero el jefe de producción le responde con un elocuente “Eh….”, y la comitiva abandona el hangar sin ver el preciado jugo inyectable.


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