Vida (y jubilación) de un perro policía

Panther zigzaguea entre varias motos, las olfatea y, de repente, se sienta como un relámpago. Ahí tiene que haber algo. “Mira”, indica Santiago Agejas, subinspector de la Unidad Canina de la Policía Nacional, “es ese trocito blanco pegado donde el tubo de escape”. Lo que Panther ha detectado, en un ejercicio de prueba dentro de los hangares que esta sección posee en la Casa de Campo de Madrid, es un diminuto fragmento de un explosivo plástico. Su capacidad olfativa tiene una cualidad casi tridimensional. Antes de llegar a la moto en cuestión, su hocico ya percibía en las partículas del aire el aroma del peligroso compuesto. Casi nunca se equivoca.

Cuando Panther, de seis años, termine su jornada, se irá a casa con María, su instructora y guía. El perro es uno de los 300 que trabajan en la unidad, la más antigua de España. Canes que llegan cuando tienen alrededor del año y medio de edad y que prestan una media de ocho años de servicio. “Detectan explosivos, billetes de curso legal, drogas, humanos atrapados entre los escombros e incluso acelerantes del fuego”, describe el subinspector Agejas. Cuando se jubilan, muchos de ellos acaban junto a sus guías. Otros aguardan a que alguien les acoja para pasar un retiro feliz.

Una familia para la jubilación

En la Casa de Campo hay algarabía perruna y humana. Cuatro alegres dueños de experros policía intercambian impresiones. Se tratan con familiaridad, o al menos eso parece. Marisa, Carmen, Cristina y Mari Carmen adoptaron a Nanuk, Enko, Sona y Dayron a través de Héroes de 4 Patas, una asociación que trabaja para que estos agentes peludos vivan un merecido retiro junto a una familia que les atienda. Las cuatro usan palabras como “tranquilote”, “cariñoso” o “muy mimoso” para describir a su perros. Andan todos encantados.

Carmen Caballero, de 49 años, tuvo un perro que se perdió. Mientras buscaba otro al que adoptar dio por casualidad con Héroes de 4 Patas. “Tenían un perro muy parecido al que había perdido. Fue amor a primera vista”, relata junto al lago de la madrileña Casa de Campo. Una vez tramitada la adopción, Carmen fue a Sevilla a por Enko, un mestizo con aire de labrador que pertenecía al Ejército del Aire. Se lo dieron con dos años y medio. Literalmente, su ficha laboral rezaba: “Enko ha decidido que lo suyo no es trabajar”.

Enko estaba siendo adiestrado para la detección de explosivos. Pero no era lo suyo. A él lo que le priva es el pan. “Si huele un plato con jamón y pan, te roba el pan. Y también le gusta mucho jugar con el agua”, explica Carmen, que ya tenía tres perros. “Los principios no fueron fáciles, pero luego se adaptó fenomenal”, asegura. “En cuanto ve un tumulto se mete en medio para poner calma”.

Nanuk sigue oliendo los coches que ve por la calle. No lo hace por cuestiones territoriales: antes de ser adoptado, el perro recibía adiestramiento en el Ejército, en Cádiz. Pero le jubilaron por un problema en la córnea. No le podía dar mucho el sol. “Es un perro buenísimo, muy tranquilo. Solo quiere mimos, que juegues con él, que le toques”, dice Marisa Inarejos, de 57 años, su dueña desde hace dos.

El entrenamiento de Nanuk, que ya tiene seis años, todavía se nota. Su dueña dice que obedece enseguida y aprende muy rápido. “En cuanto se acostumbró a mi forma de enseñar todo fue muy sencillo. Te ahorras mucho tiempo en educación”, cuenta. “No rompe nada, no muerde y siempre viene detrás de mí”.

El pastor alemán Dayron tiene 11 años y la lengua fuera. Su dueña es Mari Carmen Sánchez, de 26 años, una opositora a policía que siempre quiso un perro. “Tuvimos que ir a Barcelona a por él. Trabajaba en Renfe, en seguridad privada”, detalla. El proceso fue muy rápido: “Hablé con mis padres y después contacté con la asociación. Hice un cuestionario y en tres meses Dayron estaba aquí”.

El perro tiene pinta de tranquilón. “Si ve algo que no le gusta está pendiente, marca un poco. Pero solo defiende, es muy relajado. No da guerra”, describe. Termina animando a cualquiera que esté en la tesitura de adoptar: “Es una gran labor la que hacen estos perros. Y una ayuda para los guías. La de Dayron tenía tres y no podía con más. Así tienen jubilación decente, no terminan metidos en un canil”.

Sona tiene tres años y es un plácido pastor alemán al que retiraron del Ejército porque los ruidos le daban miedo. “Es muy buena y tranquililla. Pero también juega mucho y a veces se pone nerviosa”, dice Cristina López, de 32 años, que junto a su madre se decidió a hacerse cargo de la perra. “Es un amor”, tercia su madre.

Cristina y su madre tienen otra perra pequeña. Sona tuvo algún encontronazo con ella, pero ahora reina la calma en casa. “Son como hermanas. No hay quien las separe”, afirma Cristina. Y anuncia que, en cuanto tenga un hueco, irá a por la siguiente adopción: “Este es más de mi madre. Pero en cuanto pueda, uno detrás de otro”, anuncia.


Carmen Caballero, de 49 años, tuvo un perro que se perdió. Mientras buscaba otro al que adoptar dio por casualidad con Héroes de 4 Patas. “Tenían un perro muy parecido al que había perdido. Fue amor a primera vista”, relata junto al lago de la madrileña Casa de Campo. Una vez tramitada la adopción, Carmen fue a Sevilla a por Enko, un mestizo con aire de labrador que pertenecía al Ejército del Aire. Se lo dieron con dos años y medio. Literalmente, su ficha laboral rezaba: “Enko ha decidido que lo suyo no es trabajar”.


Enko estaba siendo adiestrado para la detección de explosivos. Pero no era lo suyo. A él lo que le priva es el pan. “Si huele un plato con jamón y pan, te roba el pan. Y también le gusta mucho jugar con el agua”, explica Carmen, que ya tenía tres perros. “Los principios no fueron fáciles, pero luego se adaptó fenomenal”, asegura. “En cuanto ve un tumulto se mete en medio para poner calma”.


Nanuk sigue oliendo los coches que ve por la calle. No lo hace por cuestiones territoriales: antes de ser adoptado, el perro recibía adiestramiento en el Ejército, en Cádiz. Pero le jubilaron por un problema en la córnea. No le podía dar mucho el sol. “Es un perro buenísimo, muy tranquilo. Solo quiere mimos, que juegues con él, que le toques”, dice Marisa Inarejos, de 57 años, su dueña desde hace dos.


El entrenamiento de Nanuk, que ya tiene seis años, todavía se nota. Su dueña dice que obedece enseguida y aprende muy rápido. “En cuanto se acostumbró a mi forma de enseñar todo fue muy sencillo. Te ahorras mucho tiempo en educación”, cuenta. “No rompe nada, no muerde y siempre viene detrás de mí”.


El pastor alemán Dayron tiene 11 años y la lengua fuera. Su dueña es Mari Carmen Sánchez, de 26 años, una opositora a policía que siempre quiso un perro. “Tuvimos que ir a Barcelona a por él. Trabajaba en Renfe, en seguridad privada”, detalla. El proceso fue muy rápido: “Hablé con mis padres y después contacté con la asociación. Hice un cuestionario y en tres meses Dayron estaba aquí”.


El perro tiene pinta de tranquilón. “Si ve algo que no le gusta está pendiente, marca un poco. Pero solo defiende, es muy relajado. No da guerra”, describe. Termina animando a cualquiera que esté en la tesitura de adoptar: “Es una gran labor la que hacen estos perros. Y una ayuda para los guías. La de Dayron tenía tres y no podía con más. Así tienen jubilación decente, no terminan metidos en un canil”.


Sona tiene tres años y es un plácido pastor alemán al que retiraron del Ejército porque los ruidos le daban miedo. “Es muy buena y tranquililla. Pero también juega mucho y a veces se pone nerviosa”, dice Cristina López, de 32 años, que junto a su madre se decidió a hacerse cargo de la perra. “Es un amor”, tercia su madre.


Cristina y su madre tienen otra perra pequeña. Sona tuvo algún encontronazo con ella, pero ahora reina la calma en casa. “Son como hermanas. No hay quien las separe”, afirma Cristina. Y anuncia que, en cuanto tenga un hueco, irá a por la siguiente adopción: “Este es más de mi madre. Pero en cuanto pueda, uno detrás de otro”, anuncia.

“Nunca habíamos pensado qué ocurría con estos perros al jubilarse. Crees que se quedan con sus guías, pero no siempre es así; a veces no pueden asumir sus cuidados y los animales se quedan en la unidad hasta que mueren… o como mucho se los dan a un conocido”, explica Rosa Chamorro, presidenta de Héroes de 4 Patas y policía nacional. Chamorro fundó la asociación en 2015 junto a otros compañeros de profesión, todos amantes de los animales. Hasta hoy han tramitado unas 220 adopciones.

El proceso de adopción tiene varios pasos. Aquel que quiera adoptar tiene que contactar con la asociación. Después, tras completar un formulario, habrá de pasar una entrevista personal con los miembros. “Los guías nos hacen una ficha del perro: edad, salud, carácter…”, amplía Chamorro. “Nosotros hacemos un estudio muy exhaustivo. No damos los perros sin saber cómo son a cualquier persona. Tratamos de adecuarlos a cada familia. Cada animal es un mundo”.

Más de 200 perros han encontrado adoptantes a través de Héroes de 4 Patas

Al contrario de lo que se pueda pensar, estos agentes caninos retirados son, en general, perros dóciles y cariñosos, según la experiencia de Rosa y los adoptantes. Muchos se jubilan por pérdida de aptitudes fruto de la edad. Otros lo hacen anticipadamente por cuestiones veterinarias o miedos e inconveniencias para la tarea.

Si la historia de estos perros te ha hecho pensar y tú también quieres adoptar uno de ellos para cambiar el mundo

ACTÚA

“Aunque potencialmente están enfocados al trabajo, son perros que se acostumbran muy bien a la vida familiar. Enseguida pierden ese chip y se adaptan desde el minuto uno”, considera Chamorro. Ella misma tiene a Byron, un labrador jubilado que encajó a la perfección con su dos niños y el gato. De él dice que solo buscaba cariño y que ya no se centraba del todo en lo que tenía que hacer en el trabajo.

Años de adiestramiento y servicio

De vuelta a la Unidad Canina, el subinspector Agejas explica que no todos los perros valen para la vida policial. “Se requiere un alto instinto de caza y juego y ausencia de miedos”, describe. Los canes llevan vidas ajetreadas. A pesar de la peligrosidad de su trabajo, no suelen sufrir percances de gravedad. “Los tratamientos diarios son principalmente traumatológicos: por golpes, caídas, alguna pelea…”, explica Bárbara Sánchez, veterinaria de la unidad.

Aparte de las vistosas incautaciones y las grandes operaciones de rescate, todos los días hay algo rutinario que hacer. Misiones preventivas, vigilancia, protección… “Que los malos sepan que están ahí”, comenta sonriendo Agejas.

Efectivamente, es mediodía y los caniles están prácticamente vacíos. Uno de los perros que no está trabajando a esta hora es el pastor alemán Sam, de los pocos nacidos en estas instalaciones. “Desde que se le destetó ha venido a casa. El perro es igual de feliz viniendo aquí a trabajar”, afirma Israel Moreno, su guía e instructor. “Como me llevo a casa a Sam es un trabajo de 24 horas. Pero disfruto mucho”, sentencia.

A Moreno la maña le viene de familia. Cuenta que su padre preside un club de adiestramiento. Pero la entrada a esta unidad, una de las más queridas en el cuerpo y que ya cumple 75 años de historia, está muy demandada. “Para acceder lo primero es ser policía, claro. Después hay que pasar ciertas pruebas, un psicotécnico y hacer un curso de cuatro meses. Y a partir de ahí comienzas a adiestrar”, enumera Agejas.

Sitz, platz, gut… por la sonoridad de sus órdenes, el alemán es un idioma común en el adiestramiento de perros

El grado de adiestramiento de Panther y Sam impresiona. “En aproximadamente seis meses de entrenamiento pueden salir a sus misiones. Pero llegar a este punto cuesta. Hay mucho trabajo detrás”, explica Agejas. El subinspector es de la opinión de que el perro, por muy policía que sea, tiene que tener tiempo para ser animal. “Hay que llevarles al campo, a correr, a pasear. El perro tiene que ser perro”.

Instructores y adoptantes coinciden en la idea del subinspector Agejas. El perro tiene que ser perro. Más aún después de una vida de dedicación. Sam y Panther se irán con sus guías cuando se retiren. Otros como Enko o Dayron ya han encontrado dueño. Quedan muchos otros que merecen una jubilación digna. “Han estado toda su vida trabajando por nosotros y pensamos que es el momento de devolverles todo lo que han hecho”, termina Chamorro.

El piloto que quiere acabar con el sacrificio de perros abandonados

Vida (y jubilación) de un perro policía

Nacho Paunero es el fundador de El Refugio, una protectora que lleva más de 20 años rescatando y buscando un nuevo hogar a perros y gatos abandonados. Piloto, submarinista, aventurero y un enamorado de los animales, Paunero ha logrado que muchas de estas mascotas encuentren un  nuevo hogar junto a familias de adopción. El trabajo no termina ahí: él y su equipo han denunciado cientos de casos para combatir la impunidad de los abandonos, una práctica que, en la mayoría de las ocasiones, acaba con el sacrificio de los canes. En la actualidad, más de 120 perros de la asociación esperan a ser adoptados.

La historia de Nacho forma parte de Pienso, Luego Actúo, la plataforma de Yoigo que da voz a personas que están cambiando el mundo a mejor y que ha colaborado en la divulgación de su tarea. Desde su fundación, El Refugio cuenta con 7.000 socios y una clínica veterinaria propia.


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