En el desierto de Arrakis, nadie sobrevive más de unas horas. Entre el calor atroz y los enormes gusanos que se deslizan bajo las dunas, el planeta resulta a menudo una trampa mortal. Y no solo en la ficción. El cine también se ha quemado al visitar el mundo imaginado por el escritor Frank Herbert. El sueño de Alejandro Jodorowsky, en 1973, fue engullido por las arenas movedizas: quería una película de Dune con Mick Jagger, Salvador Dalí y Orson Welles, protagonizada por su propio hijo. No logró ni empezar a rodar. David Lynch, en 1984, sí completó su filme, pero le costó conflictos y críticas demoledoras. La saga de seis novelas, la más vendida de la historia de la ciencia-ficción, siempre se ha resistido a la gran pantalla. Así que Denis Villenueve se armó de paciencia, y de prudencia: tres años de trabajo para adaptar tan solo la primera parte del libro que da comienzo a la trama. Al fin, su Dune se ha proyectado, fuera de competición, en la Mostra de Venecia. No hay apenas críticas triunfales. Pero la mayoría sí reconoce que, al menos, el canadiense ha salido vivo del reto. En España se verá el 17 de septiembre.
Más información
La expectación, sin duda, era única. No había nada comparable en el certamen. Se notaba en las colas ante las salas esta mañana. En los móviles, secuestrados en una bolsita hasta el final de la proyección, no fuera a ser que algún periodista tuviera un impulso pirata. Y en los jóvenes acampados desde primera hora ante la alfombra roja del certamen. Al fin y al cabo, al leer el reparto del filme, de Timothée Chalamet a Zendaya, de Oscar Isaac a Javier Bardem, la previsión estaba clara: habría lluvia de estrellas en el Lido. Todos presentes, para defender un proyecto esperadísimo. El propio Villeneuve tuvo que entrenarse con dos filmes consecutivos de ciencia-ficción, La llegada y Blade Runner 2049, antes de sentirse listo para el mayor desafío de su carrera.
Ya desde su arranque, la película muestra una operación de limpieza. En lugar del caos visionario de Lynch, una sencilla pulcritud. Aquel laberinto de familias y personajes que desorientaba el comienzo del filme de 1984 se ha reducido aquí a los elementos clave: la Especia, que circula copiosa bajo el suelo de Arrakis, es el material más deseado del universo. Tras años de extracción y dominio del planeta por parte de la salvaje casa Harkonnen, el emperador exige un cambio al frente: traslada la prestigiosa tarea a los Atreides. Y los duques, junto con su hijo Paul, se mudan a su nuevo hogar. Guerra, intriga, fe y traición pondrán entonces a prueba el destino del joven. Y el del universo entero. “El libro es tan rico, entra tanto en detalles, que el reto era encontrar un equilibrio con la información necesaria para que el público que no conoce la historia la entendiera. Y hacerlo lo más cinematográfico posible”, afirmó el cineasta ante la prensa.
He aquí uno de los principales méritos de la película: destinado a salvar el mundo, ahora Paul Atreides puede ser también el mesías de las salas en crisis. “El largo ha sido soñado, concebido y rodado pensando en la gran pantalla. Es una experiencia física, intentamos que fuera lo más inmersiva posible. Si el público se siente seguro, lo animo a que vaya a verlo en un cine”, agregó el director. Tamaño espectáculo, desde luego, pide una sala y un sonido a la altura. Y ofrece, a cambio, un trabajo bello, una factura impecable y unos cuantos momentos épicos.
A la vez, sin embargo, Dune padece el defecto más habitual de este tipo de cine: el exceso. De ritmo, de música, de aclaraciones. En definitiva, de metraje (155 minutos). No por nada las llaman superproducciones. El cambio de estilo, además, ha sentado mal a ciertos personajes: el impensable barón Harkonnen que ideó Lynch muestra ahora una imagen más canónica. Y resume, de cierta manera, el principal problema de la película: todo correcto, sin duda, pero casi nada inolvidable. Apenas hay secuencias que queden esculpidas en la retina.
Sí se imponen, con fuerza, los grandes temas, de la novela y del filme. Aquellos que fascinaron a Villenueve cuando se enamoró del libro en su juventud: la búsqueda de identidad, la tolerancia y la acogida de culturas distintas, el abrazo corrupto entre religión y política, el aislamiento, o la defensa del medioambiente y de una economía sostenible retumban entre las dunas de Arrakis. Hace años que Javier Bardem pelea la misma batalla por salvar el planeta: “Es un problema de estilo de vida de todos. Es muy importante que un filme como este y todo su equipo hablen de esta parte de la historia”.
“Cuando Frank Herbert escribió la novela, en los sesenta, hacía un retrato del siglo XX. Pero se ha convertido cada vez más en la previsión de lo que sería el XXI. La película hablará ahora al mundo más que hace 40 años. Está en juego nuestra supervivencia”, agregó Villeneuve. Aunque el filme también lucha por su futuro. “Solo es el comienzo”, promete hacia el final el personaje de Zendaya. Pero esa continuación no depende de los poderes de Paul Atreides. El único mesías es el público.
El tabú de la madre cansada
Maggie Gyllenhaal también afronta un inicio. Y adapta otra novela. Actriz de filmes a menudo arriesgados, se ha estrenado como directora en la competición oficial de la Mostra. Para ello, lleva a la gran pantalla La hija oscura, de Elena Ferrante. La cineasta ha relatado que le chocó la visión de la maternidad que el libro encerraba: la protagonista ama a sus hijas, pero también necesita descansos de ellas. Y, a veces, no las aguanta. Humanísimo. Y, sin embargo, tabú. Eso sí, la película muestra tanto aprecio por el libro que sigue de forma lineal, y sin hallazgos significativos, su evolución. Como leer la novela, pero en el cine. Aunque, de la mano del texto escrito, el filme también se atreve a romper barreras: en algunos flashbacks de la madre, las dos niñas resultan adorables. En otros, insoportables. Sucede en cada familia, aunque nadie lo admite. Al fin, al menos, lo cuenta el cine.
Source link