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Violencia impune

Concentracion frente al Ayuntamiento de Madrid, en noviembre de 2019, contra de la violencia machista con carteles con los nombres de las mujeres asesinadas por sus parejas en Espana desde 2003.Samuel Sánchez

El 57,3% de las mujeres mayores de 16 años, es decir, casi seis de cada diez, 11,6 millones en total, ha sufrido a lo largo de su vida algún tipo de violencia machista en España. Una de cada cinco la ha sufrido en el último año. La cifra indica lo extendida que está aún la cultura que hace posible que un hombre se sienta con derecho a agredir a las mujeres y recurrir a la presión e incluso a la violencia física o psicológica para lograr sus propósitos. Los datos de la última macroencuesta sobre violencia contra las mujeres —en la que han participado más de 9.500 encuestadas— revelan lo difícil que resulta avanzar en la erradicación de esta lacra. Y también el manto de impunidad que cubre estas agresiones.

La mayor parte de las agresiones queda sin sanción porque las víctimas renuncian a presentar denuncia o pedir ayuda. Solo el 22% de las mujeres que ha sufrido violencia por parte de sus parejas lo ha denunciado. Y en el caso de las agresiones sexuales fuera de la pareja, el dato es todavía más desolador: apenas el 8% de las mujeres que las sufrió presentó denuncia. Pero lo más preocupante son las razones por las que las que padecen estas embestidas dicen haber desistido de hacerlo: por ser menor de edad (35% de los casos), por vergüenza (25,9%), por miedo a no ser creída (20,8%) y por miedo al agresor (11,8%), entre otros motivos.

Todos estos datos indican que muchas mujeres han interiorizado que no encontrarán suficiente ayuda y apoyo institucional si deciden denunciar el acoso o la violencia sexual que sufren, lo que en muchos casos puede conducir a un sentimiento de indefensión e impotencia que afecta gravemente al equilibrio emocional de la víctima. El 38% de las mujeres violadas reconoce haber tenido pensamientos suicidas.

El hecho de que un alto porcentaje de mujeres jóvenes sean también víctimas de agresiones sexuales podría llevar a la conclusión de que la violencia machista está enquistada y que las medidas emprendidas para erradicarla no son efectivas. Obviamente, sin esas medidas la situación podría ser mucho peor, pero no podemos darnos por satisfechos. Seguramente las mujeres jóvenes toleran mucho menos y denuncian más este tipo de agresiones, y eso ya es un avance. Pero para que la violencia desaparezca tienen que producirse cambios sociales y culturales profundos, entre ellos un replanteamiento general de la identidad masculina. Además de proteger a las víctimas, las políticas públicas tienen que incidir sobre los mecanismos que refuerzan la cultura machista y los roles sexistas. La violencia contra las mujeres es un fenómeno estructural que exige intervenciones mucho más tempranas y más orientadas a la prevención que a la reparación una vez que el daño ya se ha producido.


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