La lucha contra la violencia machista se debate con frecuencia entre el pesimismo y la esperanza y no es extraño que sea así porque su propia naturaleza hace que, cuanto más se avanza en las políticas destinadas a combatirla, más afloran las violencias ocultas. Se hace entonces evidente lo mucho que se ha avanzado, pero también lo mucho que todavía queda por hacer. Proponer un balance y tomar impulso para los nuevos retos es precisamente el propósito del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, que se celebra cada 25 de noviembre. Fue propuesto en 1981 en el primer encuentro feminista de Latinoamérica y el Caribe, y la Asamblea General de Naciones Unidas lo adoptó en 1999.
En estos 40 años, la situación de las mujeres ha dado un salto fenomenal y sus reivindicaciones se han convertido en una fuerza motriz de transformación social. Pero, precisamente porque se ha colocado en el centro de la agenda política, la lucha contra la violencia machista tiene que hacer frente también a la virulenta reacción de quienes no hace mucho se creyeron intocables.
En España, el despliegue de la ley integral contra la violencia de género, las posteriores mejoras legislativas y el pacto de Estado de 2017 han permitido desplegar, no sin dificultades, una amplia red de servicios policiales, judiciales y sociales destinados a proteger a las mujeres, lo que no ha impedido que se siga produciendo un número insoportable de feminicidios ni que aumente el número de denuncias. Desde 2003 han sido asesinadas por su pareja o expareja 1.118 mujeres, 37 de ellas en lo que llevamos de año, y 330 menores han perdido la vida desde 2013, muchos de ellos víctimas de una violencia vicaria para causar dolor a sus madres.
El deber es ahora mejorar y extender estos servicios, pero también incorporar las otras formas de violencia que sufren las mujeres por el hecho de serlo, entre ellas las relacionadas con la explotación sexual. La ampliación del registro de víctimas a otras formas de violencia fuera de la pareja, como los crímenes que costaron la vida a Diana Quer o a Laura Luelmo, permitirá visualizar y abordar mejor este tipo de agresiones.
Hay que poner otro gran foco en la educación afectivo-sexual de los jóvenes para evitar la reproducción de los patrones de brutalidad machista. Una de cada cuatro chicas de entre 16 y 17 años ha sufrido agresiones físicas o psicológicas, según la última macroencuesta de Violencia de Género e Igualdad, y el 63% de las jóvenes menores de 24 años reconocen haber sido controladas por su pareja, casi el doble que en 2015. Esos altos porcentajes son paradójicamente resultado de la eficacia de la lucha contra esa violencia porque ahora las jóvenes disponen de elementos para identificarla. Ese es el primer e imprescindible paso para poder erradicarla, pero debe ir seguido también de mecanismos de ayuda para identificar relaciones tóxicas y patrones de conducta nocivos, sin confundirlos con presuntos rasgos de carácter. La realidad sigue ahí, a pesar de las mejoras, porque el machismo sigue presente, alimentado ahora por el negacionismo que promueve la extrema derecha. Algo no funciona cuando uno de cada cinco varones de 15 a 29 años, el doble que hace cinco años, según el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, considera que la violencia machista no existe o es solo un “invento ideológico”.
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