Viven sin electricidad: cómo enfrentan la pandemia de COVID-19 los menonitas


VILLA NUEVA, Bolivia – María Rempel y Walter Martens ya han superado los 70 años y su vida, juntos, ha sido un cúmulo de recuerdos peregrinos: desde que se conocieron en la antigua Unión Soviética hasta sus vivencias más recientes en Villa Nueva, una de las comunidades menonitas en la región boliviana de Santa Cruz, donde ahora enfrentan también la pandemia.

El bajo alemán se mezcla con algunas palabras en español cuando rememoran cómo huyeron de la represión en 1974 pasando por Kirguistán y Kazajistán hasta llegar a Alemania en 1987, antes de instalar su soñada granja de vacas lecheras en Paraguay en 2003, para luego mudarse a Bolivia por un motivo que es el eje de estas comunidades: la familia.

EL NUEVO DESAFÍO

Walter se negó a ir al ejército y le costó dos años de prisión. María estuvo presa casi año y medio por dar catequesis y ese fue, precisamente, el desencadenante de su éxodo ante la persecución de los cristianos cuando vivían en la región siberiana de Yakutia.

El destino les trajo finalmente a Bolivia hace 11 años para estar junto a una de sus nueve hijos, que además padece una discapacidad. Aquí cambiaron las vacas por una pequeña granja de gallinas ponedoras, junto a la casa que construyeron y en la que aseguran son felices pese a tener que enfrentar ahora otro reto, el virus que castiga al mundo.

Walter tiene su versión del COVID-19, pues cree que son dos virus distintos, el que se descubrió en China y otro que se desencadenó por “una explosión” en Rusia, según cuenta.

Su historia la traduce otro de sus nueve hijos, el doctor Erwin Martens, que vive día a día en una clínica de la comunidad la lucha contra el nuevo coronavirus. Con 43 años y 14 hijos, el doctor Martens explica que la enfermedad les sorprendió como al resto del mundo.

“Corona Mai” o “Madre Corona” se apareció en sueños a una aldeana y le dijo: “Adoradme”. Desde entonces, algunos decidieron rezar a esta nueva diosa del hinduismo para buscar protección frente a la enfermedad.

Al principio no sabían cómo manejarla, pero fueron aprendiendo cuando atendían enfermos en las casas o en el hospital de Pailón, el municipio donde está su comunidad. Las cuarenta camas de la clínica se quedaban cortas cuando aumentaban los contagios, algunos graves, e incluso hubo varios fallecidos.

“La falta de información, como la mayoría no tiene tele, no tiene mucho contacto con el mundo exterior, entonces es difícil de entender por qué uno tiene que usar barbijo (mascarilla)”, recuerda el doctor.

Además, insiste, “el menonita vive en familia, familias grandes, es difícil de aislar a una persona” si enferma.

Erwin sonríe al recordar que su padre superó el COVID-19 sin complicaciones, pues aunque al principio recurría a mezclas con vino, eucalipto o limón, le dio medicinas y sanó yendo a la clínica.

Los miembros de esta comunidad usaron cerveza caliente con limón, agua salada para hacer gárgaras, eucalipto tomado como si fuera té, cremas y otros remedios caseros para enfrentar la enfermedad, cuenta Erwin, hasta que se fueron extendiendo medidas de prevención como el barbijo, el lavado de manos y el uso del alcohol en gel.

MENONITAS, NO AMISH

Entre las comunidades menonitas en Bolivia hay de todo, pues algunas sí usan celular, autos y tractores agrícolas a motor, mientras otras no ven tele, dependen de sistemas como pequeños molinos de viento para generar energía, no emplean ruedas de goma y van en carros de caballos.

Aunque ambos son anabaptistas, practican el bautismo de adultos, no son amish, quienes son más estrictos sobre el rechazo a la tecnología.

Los niños pasean en bici por caminos de tierra que comunican las comunidades menonitas de este municipio, cuyo origen se remonta al siglo XVI en Europa y deben su nombre al líder reformista Menno Simons.

Canadá fue a finales del siglo XIX su principal puerta de entrada en América y hoy es el continente donde viven la mayoría de los cerca de millón y medio que se calcula por el mundo, unos 60,000 en Bolivia.

SOBREVIVIR EN EL CAMPO

Olga Dorn, de 40 años, madre de catorce hijos con edades desde los 21 años a los 2 meses, es otro testimonio de quienes nacieron en Rusia y pasaron por Alemania antes de llegar a América.

Ella está entre quienes tienen corriente eléctrica, en casa y en la panadería, un negocio que también da comidas y que empieza a las cinco de la mañana para terminar con las cenas ya de noche.

Las prósperas granjas menonitas, con cultivos como la soya y ganados como el vacuno de leche, son vistas como ejemplo de duro trabajo para hacer progresar al campo boliviano, pero no se libran de la crisis provocada por la pandemia.

El trabajo cayó durante más de cinco meses de cuarentena en Bolivia, en la que hubo momentos de serias restricciones para salir de casa y la economía se resintió, hasta el punto en su caso de tener que donar pan a comunidades donde no llegaba el dinero para poder comprarlo, recuerda Olga.

William Gisbrecht, un campesino de mediana edad, rememora los problemas para viajar a la ciudad, donde descubría cómo mucha gente usaba barbijo, mucho más que en el campo.

Qué hacer, se pregunta, “contra un virus que se está moviendo por todo el mundo”, mientras se apoya en unas grandes balas de pasto para ganado que acaba de apilar en un remolque.




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