Tras desatascar algunas instituciones bloqueadas durante años, es lógico que algunos titulares incurran, sin llegar a los clarines, en un cierto tachintachán. El voceado pacto Gobierno-PP es un pacto PSOE-PP, excitante para la melancolía del bipartidismo. El PSOE, eso sí, se ha parapetado en la marca Gobierno para no irritar a su socio —toda una paradoja, tratándose de un pacto de naturaleza parlamentaria— y la propia Ione Belarra ha corrido a reclamar la maternidad compartida antes de quedar en un offside incómodo. Más allá del márketing de la operación, este pacto es un brindis a la nostalgia de los grandes consensos de Estado pero enojoso para los actores secundarios del multipartidismo. ¡Se reparten el Estado!, clama Edmundo Bal poniendo el grito en el cielo con el argumento del intercambio de cromos. También Vox reaccionaba al acuerdo Casado-Sánchez: “Revela lo que llevamos tiempo diciendo: el PP comparte la agenda progre y está más cerca del PSOE que de sus propios votantes”. Este es, parafraseando aquella historia de la Guerra Civil, un pacto que no va a gustar a nadie… salvo a algunos millones de españoles no tanto hastiados de que no se renovaran esas instituciones como de la ausencia de consensos.
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