El domingo pasado, en una entrevista en la NBC, el periodista Chuck Todd preguntó al secretario de Estado estadounidense al hilo de la crisis de Ucrania: “¿Por qué parece que Estados Unidos está más preocupado por la seguridad de Europa que Europa?”. Anthony Blinken respondió raudo y veloz que no es así, que la preocupación es grave para todos los aliados, y que, de hecho, debería inquietar al mundo entero. Sin embargo, sí parecen mucho más preocupados los estadounidenses, pese a que son los europeos los que tienen el incendio en el umbral de su puerta.
La Unión Europea y EE UU comparten el objetivo de evitar a toda costa una agresión de Rusia contra Ucrania, pero los caminos para llegar a esa meta son a veces divergentes, cuando no contradictorios. Bruselas aboga por mantener la presión sobre el presidente ruso, Vladímir Putin, pero sin romper los canales de comunicación ni transgredir ninguno de los principios fundacionales de la seguridad europea después de la guerra fría.
Washington, por su parte, combina una retórica belicista que retroalimenta la de Putin con señales de que está dispuesto a negociar con Moscú los despliegues en Europa del Este, lo que, de facto, pone en cuestión la arquitectura de seguridad europea de los últimos 30 años. EE UU no deja de enviar mensajes que cimentan la idea de una intervención rusa inminente, mientras al otro lado del Atlántico los portavoces tratan de rebajar el peligro.
La cacofonía se ha hecho evidente en las últimas 72 horas. La OTAN informó el lunes de que los países aliados habían puesto a sus tropas “en alerta” para una posible movilización, pero EE UU fue más allá: cifró en 8.500 los soldados preparados y detalló las zonas dónde las desplegaría en caso de necesidad. El Gobierno de Joe Biden avanzó el domingo que reduciría el personal de su Embajada en Kiev ante el riesgo creciente de conflicto —medida secundada por Londres— y Bruselas prefirió mantener la calma. De hecho, tiene previsto redoblar su presencia política e institucional. “Mientras continúen las negociaciones, no creo que debamos salir de Ucrania. Pero quizá el secretario Blinken tenga información que compartir con nosotros”, replicó Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea.
EE UU lleva al menos dos semanas dando detalles del paquete de sanciones con que golpearía a Moscú si interviene la antigua república soviética —”Sería un desastre para Rusia”, advirtió Biden— como forma de disuasión, pero Europa prefiere no mostrar aún esas cartas y no dice ni pío de las posibles penalizaciones.
La dependencia energética de Europa respecto a Rusia ayuda a comprender parte de esta diferencia ante el Kremlin. Prueba de que ese elemento flota en el ambiente es que EE UU ha abierto conversaciones con países grandes productores de energía sobre un posible desvío de suministros a Europa en caso de que se produzca la invasión rusa, según informaron este martes fuentes de la Administración norteamericana.
Las diferencias entre Bruselas y Washington no llegan, de momento, a poner en peligro el frente occidental, del que también forman parte el Reino Unido y Canadá, contra una posible agresión militar rusa. Pero la apreciación de los riesgos y, sobre todo, la forma de neutralizarlos, revela una brecha transatlántica que podría agrandarse si el conflicto se encona o se prolonga en una negociación sin límites claros.
La discrepancia más evidente es el pronóstico sobre una posible invasión militar de territorio ucranio. Para EE UU, esa amenaza es “inminente”, según repite Blinken. Para Borrell, esa amenaza parece mucho más lejana. “No, no creo que haya nada nuevo que indique un aumento del temor a un ataque”, dijo el lunes. Borrell tampoco dispara las alarmas por el hecho de que Putin haya desplegado tropas rusas en Bielorrusia.
Viajes de apoyo
El comisario europeo de Ampliación, Olivér Verhály, viajará miércoles y jueves a Kiev para mostrar el apoyo europeo al Gobierno de Volodimir Zelenski. También irán a Ucrania en los próximos días los ministros de Exteriores de Francia y Alemania. Una delegación de parlamentarios europeos llegará a la capital ucrania a finales de mes. Y algunos socios europeos incluso han propuesto celebrar en Kiev una reunión extraordinaria de los 27 ministros de Exteriores de la UE. Esta nutrida agenda parece destinada tanto a mostrar la solidaridad con Ucrania como a poner en duda la tesis del ataque inminente defendida por Washington.
Bruselas tampoco se muestra satisfecha con los vaivenes de Joe Biden. A finales del año pasado, el presidente de EE UU se apresuró a descartar una intervención militar para defender Ucrania. El anuncio, según fuentes comunitarias, sonó, deliberadamente o no, a un desentendimiento de Washington sobre el conflicto en Europa. Biden ha retomado después un tono mucho más beligerante, pero con tropiezos tan graves como el de haber admitido en público las diferencias en el seno de la OTAN sobre la respuesta a Moscú o la posibilidad de que Rusia proceda a una “incursión menor” en territorio ucraniano que podría resultar aceptable. Biden rectificó este desliz acto seguido y recalcó que cualquier traspaso de fronteras causará serias represalias.
“Rusia quiere una negociación bilateral con EE UU que deje aparte a los europeos”, señaló este martes el ministro francés de Asuntos Exteriores, Yves Le Drian, que consideró “inadmisible” que Putin busque arrastrar a Biden hacia “una especie de Yalta 2″, en alusión a una de las cumbres que tras la Segunda Guerra mundial fijó el reparto de influencia de las tres potencias vencedoras (EE UU, Reino Unido y la URSS) en el continente europeo. Ese marco quedó superado tras el desmoronamiento del bloque soviético. Y el orden geoestratégico europeo de la posguerra fría quedó fijado por el acta de Helsinki, la carta de París y el acuerdo de entendimiento entre la OTAN y Moscú. Bruselas considera innegociables esos tres textos.
“El concepto de ‘esferas de influencia’ no tiene espacio en el siglo XXI”, señalan las conclusiones aprobadas el lunes, de manera unánime, por los 27 ministros de Exteriores de la UE. El documento, uno de los más duros aprobados por la UE en relación Rusia, condena la incesante agresividad de Moscú contra Ucrania y reitera la amenaza de imponer unas sanciones económicas sin precedentes si el Kremlin consuma un ataque armado. EE UU, mientras, trata de recalcar que no hay división entre los aliados.
Sanciones en una mano y disposición a pactar en la otra
Entre las sanciones a Moscú que planea EE UU figura una medida inédita: la activación de una regla de productos producidos en el extranjero que restringiría el acceso de Rusia a los escasos y valioso microchips, básicos para la economía, así como un reguero de sanciones a los grandes bancos rusos. Otra medida resultaría trascendental para toda Europa: la cancelación del proyecto de gasoducto Nord Stream (NS2), un proyecto controlado por Gazprom que busca transportar gas de Rusia a Alemania directamente por el lecho del mar Báltico sin pasar por Ucrania. Biden señaló este martes que también se plantea sanciones individuales contra el líder ruso.
Para Bruselas, el empeño de Washington de airear las sanciones contrasta con la disposición a entrar con Putin en un regateo sobre la estructura de seguridad en el viejo continente. El dirigente ruso se permitió a finales de año publicar dos proyectos de tratados internacionales, con EE UU y la OTAN, respectivamente, que supondrían un cambio radical al marco europeo de los últimos 30 años.
“Solo los vencedores de una contienda se permiten poner unos textos así sobre la mesa”, apunta una alta fuente diplomática. Para Bruselas ambos textos son innegociables. Pero EE UU aceptó una primera reunión en Ginebra para estudiar los términos planteados por Moscú. Y Blinken se ha comprometido a dar una respuesta por escrito, algo que también hará la OTAN.
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