Ya hemos dejado atrás la carrera por desabrocharnos el cinturón comilona tras comilona, pero todavía va bien tener ideas nuevas para sorprender a las visitas o hacer llegar a los amigos. Además, ahora pasamos más tiempo en casa y el frío, al contrario de lo que ocurre con el calor, incita a enredar en la cocina y ponerlo todo patas arriba.
La receta de hoy es una de esas que se salen de los dogmas establecidos de la repostería ibérica: whoopie pies. Un híbrido entre galleta y brownie que a los niños les encanta por lo deliciosos que están y por lo mucho que se van a llenar de chocolate al prepararlos. Son muy fáciles de hacer y admiten todas las combinaciones que uno quiera. Igual que la del brownie -esa vieja historia de aquél repostero que olvidó echar levadura en su bizcocho-, la historia de este pastelito es igual de singular: fue creado por las mujeres amish Pensilvania que lo popularizaron entre todos sus comensales.
No dejaba de ser el clásico pastelito de chocolate pero que, relleno de uno de los ingredientes más utilizados en la repostería estadounidense de finales del siglo XIX y el XX; los malvaviscos -también conocidos como nubes o marshmallows-, tomaba el aspecto de una hamburguesa. ¿El nombre? Lo pusieron los propios consumidores de la época, que cada vez que veían uno en su tartera exclamaban “Whoopie!”.
Es curiosa la repercusión que tuvieron los malvaviscos en la época. En los años 30 era el dulce más consumido; tanto que en los recetarios de la época no se concibe ni un sólo postre sin ellos (por eso no me extraña nada la popularidad que alcanzaron los whoopie pies).
Son esponjosos, chocolatosos y, a la vez, cremosos. Bien escoltados por un chocolate caliente puede ser la merienda o el desayuno definitivo. En esta ocasión, aunque hemos sido fieles a la receta original de la masa, hemos cambiado el relleno de marshmallows por un frosting clásico de azúcar glas y queso crema, más cremoso y menos empalagoso.
Dificultad
Si tenéis un robot de cocina, ni pestañear.
Ingredientes
Para la masa
- 250 g de harina de trigo
- 60 g de cacao en polvo puro
- 1 cucharadita de bicarbonato
- ½ cucharadita de sal
- 200 g de azúcar
- 120 g de mantequilla
- 1 huevo
- 1 cucharadita de extracto de vainilla
- 250 ml de leche
Para el frosting
- 195 g de nata muy fría
- 150 g de queso crema
- 75 g de azúcar glas
Preparación
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Calentar el horno a 180 grados y poner papel sulfurizado en una bandeja de horno.
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Mezclar la harina, el cacao en polvo, el bicarbonato de sodio y la sal. Reservar.
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En una amasadora, batir la mantequilla y el azúcar hasta que se integre todo bien. Agregar el huevo y la vainilla. Batir hasta que quede una masa homogénea y suave. Añadir la leche poco a poco. (Se puede cortar, pero cuando se añadan los ingredientes secos, volverá a juntarse todo).
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Incorporar lentamente los ingredientes secos. Mezclar hasta que esté integrado.
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Meter la mezcla en una manga pastelera y poner porciones de masa en la bandeja con papel dejando cierta separación entre ellas. Mejor que sobre que que falte porque al hornearse van a duplicar su tamaño. Hornear a 180º durante 10-12 minutos o hasta que al insertar un palillo en el centro salga limpio.
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Para el frosting: montar la nata muy fría: se aconseja, incluso, meter la nata y el cuenco donde se vaya a montar en el congelador. Reservar. Batir y mezclar el queso crema con 75 g de azúcar glas. Integrar la nata poco a poco y con movimientos envolventes. Rellenar los pastelitos cuando ya estén fríos y servir.
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