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Winston Churchill y la Guerra Civil: una “úlcera española” que había que cauterizar



El historiador Enrique Moradiellos, el 18 de noviembre en la Real Academia de la Historia.

“Sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”. La celebérrima frase que pronunció el primer ministro británico Winston Churchill (1874-1965) en el Parlamento de su país en mayo de 1940 para arengar a sus compatriotas en la guerra contra Hitler, no era nueva en su boca. Ya la había escrito en febrero de 1939, matizada, sin el “esfuerzo”, para describir el horror de otro conflicto: la Guerra Civil española. El seguimiento y preocupación del estadista inglés por la evolución de la contienda fratricida en España han sido el eje, este domingo, del discurso de ingreso de Enrique Moradiellos en la Real Academia de la Historia. “Churchill creía que había que cauterizar lo antes posible lo que llamaba la ‘úlcera española’ porque si las potencias europeas, especialmente Francia, entraban a ayudar a la República, se provocaría otro Sarajevo, sucedería como en 1914 con la Primera Guerra Mundial”, declara por teléfono Moradiellos, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Extremadura y especialista en las relaciones hispano-británicas en el siglo XX, que ha desarrollado en obras como La perfidia de Albión. El gobierno británico y la guerra civil española (1996) o Franco frente a Churchill. España y Gran Bretaña en la Segunda Guerra Mundial (2005). También es autor de Don Juan Negrín. Una biografía (2006) y Franco. Anatomía de un dictador (2018). En 2017 fue Premio Nacional de Historia por Historia mínima de la Guerra Civil española.

Para armar su discurso, titulado Quo Vadis, [¿Adónde vas?], Hispania? Winston Churchill y la guerra civil española (1936-1939), Moradiellos (Oviedo, 60 años) ha buceado, entre otros archivos, en el privado de quien gobernó Reino Unido entre 1940 y 1945 y de 1951 a 1955, papeles custodiados en el Churchill College, en Cambridge. “Allí están las cartas en las que no se reprimía como cuando escribes como cargo público, son las que, por ejemplo, enviaba a su mujer cuando estaba de viaje”, añade. De sus decenas de misivas sobre el asunto español, junto a sus seis discursos y 10 artículos periodísticos en los tres años de contienda, Moradiellos destaca que Churchill estaba convencido de que la Guerra Civil “tenía el potencial de desestabilizar el continente”, sobre todo por ser fronteriza con Portugal, tradicional aliado de Inglaterra y a la que habría que ayudar si se veía afectada, y con Francia, que podía verse amenazada por tres frentes, Alemania, Italia y España. Por todo ello, se mostró firme partidario de la neutralidad y de la no intervención.

Así lo explicita en otra misiva privada, de finales de julio de 1936, que envió al socialista Léon Blum, primer ministro francés cuando estalla la Guerra Civil. En ella le asegura que “si envía aviones y demás” a la República, como están haciendo Alemania e Italia con Franco, en Inglaterra “se alejarían de Francia” porque supondría ponerse del lado soviético. “Churchill pensaba que si París entraba en el conflicto, esa chispa no se quedaría ahí y comenzaría una escalada peligrosísima”.

Churchill, durante una intervención en Londres.PA Images (PA Images via Getty Images)

Cuando comenzó el conflicto español, Churchill ni siquiera estaba en el Gobierno de su partido, el conservador, por discrepancias con sus correligionarios. “Era un político veterano, al que se le consideraba amortizado, un aristócrata de la era victoriana, imperialista, con una forma de hablar que chocaba, un tanto anticuada; ideológicamente era un conservador demócrata, liberal y probablemente agnóstico”, lo describe Moradiellos. “Sin embargo, es alguien influyente en su partido y en el electorado a través de sus discursos y artículos de prensa. Era un dominador de la palabra hablada y escrita y consciente de la importancia de los medios de comunicación”. Publicaba una columna quincenal en el vespertino conservador The Evening Standard, un periódico con una circulación que rondaba el millón de ejemplares diarios. En uno de sus primeros artículos, Mantenerse fuera de España, abomina de las “carnicerías de los violentos rojos” y de “las igualmente sangrientas represalias” de los generales rebeldes, aunque en septiembre del 36, en una carta a su esposa desde París, deja clara su postura: “Me alegro de que los nacionalistas españoles estén haciendo progresos. […] Mejor para la seguridad de todos si los comunistas son aplastados”.

“Churchill considera que, a menos que haya un ejército fuerte, en una democracia tan débil como la española el poder lo acabarán tomando los comunistas, como había sucedido en Rusia”, explica el historiador. Dos meses después, en el Parlamento, culpa a Rusia y “su propaganda e intrigas” del “horror español”.

La República, en manos de “feroces sectas”

Sin embargo, Moradiellos indica que su posición varía con la llegada al Gobierno del socialista Juan Negrín, en mayo de 1937. Ello, unido a la creciente amenaza alemana en Europa, le hace abogar por una mediación internacional que acabe con la matanza. En abril había publicado el artículo ¿Pueden las grandes potencias traer la paz a España? En él insiste en que el lado republicano estaba controlado por “feroces sectas de comunistas, socialistas y anarquistas”. Ello motivó que el embajador español en Londres, Pablo de Azcárate, le invitase a visitar el país para comprobar si ello era cierto, gesto que Churchill rechazó. En un discurso en la Cámara de los Comunes, en julio, sostiene: “No es verdad que hubiera en España un Gobierno parlamentario constitucional víctima de una rebelión injustificada de la extrema derecha”.

La derrota de la República parece inevitable, así que en abril de 1938, en otro artículo, aconseja a Madrid que busque “los mejores términos” para una rendición, y prevé para la posguerra “un largo periodo de dura represión y dolorosa pobreza”. En un escrito del 23 de febrero de 1939 hace un llamamiento al perdón y pide que no se prolongue más un conflicto que ha causado “sangre, sudor y lágrimas”. Además, recurre a un tópico al comparar España con “una plaza de toros que habían utilizado las ideologías fascista y comunista”.

Mejor para la seguridad de todos si los comunistas son aplastados”

Winston Churchill

La relación con el nuevo jefe del Estado español será tibia. El 20 de abril de 1940, semanas antes de ser nombrado primer ministro, Churchill advertía a Franco de que si España entraba “en el juego salvaje de una convulsión mundial, se vería privada de la recuperación que tanto necesita”. A menos que acaeciera una rápida victoria de Hitler, “España se condenaría a ser un desierto salvaje poblado por tiranos rugientes y trasnochados, en vez de disfrutar de una posición con clara ventaja”. “Churchill estaba convencido de que darle a Franco a elegir entre acceder a créditos para alimentar un país hambriento o sufrir las consecuencias de otra guerra le mantendría en su sitio”, concluye Moradiellos. Había comenzado en Europa otra era de sangre, sudor y lágrimas en la que Churchill sería uno de los artífices de la victoria aliada frente al nazismo.

Abrir la Academia al debate público

El discurso de Enrique Moradiellos como miembro de la Real Academia de la Historia fue respondido por Juan Pablo Fusi, uno de los tres historiadores, junto a Carmen Sanz Ayán y Luis Antonio Ribot, que habían presentado su candidatura. Ya miembro de una institución con tres siglos de historia —comenzó como una reunión de eruditos en Madrid, en 1735—, a Moradiellos le gustaría que su presencia en ella sirva “para reforzar su dimensión internacional y promover su apertura al debate público”. Ello incluye “estar en los medios de comunicación, aunque sea para hablar sobre cuestiones delicadas, como las fosas de la Guerra Civil, pero hay que hacerlo, eso sí, siempre dando opiniones ponderadas”.


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