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Xi Jinping quiere convertir el Ejército chino en una “gran muralla de acero”

EL PAÍS

Los actuales tiempos convulsos, de creciente tensión militar, competición tecnológica, desconfianza mutua y malentendidos al acecho entre las dos grandes potencias planetarias, parecen exigir un nuevo paradigma de seguridad y defensa por parte de Pekín. El presidente de China, Xi Jinping, ha asegurado este lunes que pretende modernizar el Ejército Popular de Liberación para convertirlo en “una gran muralla de acero” capaz de garantizar la soberanía nacional y el desarrollo del país, según ha afirmado durante el discurso de clausura de la Asamblea Popular Nacional (el legislativo chino).

En su intervención, la primera que pronuncia tras hacer historia al asegurarse la jefatura del Estado para un tercer mandato, ha reiterado la idea de que la República Popular no estará completa hasta la reunificación de Taiwán. Ha reclamado “promover el desarrollo pacífico de las relaciones entre ambos lados del Estrecho”, como es costumbre, pero ha añadido que se opondrá “radicalmente a la injerencia de fuerzas externas y a las actividades secesionistas independentistas de Taiwán”. La referencia a esta cuestión “esencial” para la República Popular ha recibido el aplauso más largo de los casi 3.000 diputados sentados en las tripas del Gran Salón del Pueblo, en la plaza de Tiananmen.

El enclave democrático de Taiwán, en estado de ebullición desde la visita el pasado verano de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense, Nancy Pelosi, es uno de los puntos de fricción donde cobran forma tangible las relaciones diplomáticas hechas jirones entre Washington y Pekín, llevadas a un nuevo límite hace apenas un mes tras el derribo por parte de Washington de un globo chino que surcaba territorio estadounidense sin permiso.

Xi también ha hecho mención a la carrera tecnológica, otro de esos asuntos críticos en la pugna global con Estados Unidos. El presidente ha asegurado que el país ha de buscar un “crecimiento de alta calidad”, apostar por el “desarrollo guiado por la innovación” y perseguir la “autosuficiencia científica y tecnológica”.

Sus palabras han rebajado el tono tras la línea afilada que había marcado la semana pasada para denunciar la creciente presión estadounidense en ámbitos que van de las sanciones comerciales al bloqueo en el sector de los microchips avanzados. El presidente Xi —poco dado a los señalamientos directos— denunció el lunes pasado la estrategia de Washington dirigida a frenar el ascenso de China. “Los países occidentales, encabezados por Estados Unidos, están implementando una contención y una supresión total de China, lo que implica desafíos sin precedentes para nuestro desarrollo”, dijo. El nuevo ministro de Exteriores, Qin Gang, añadió el martes que si Estados Unidos “no pisa el freno” hay riesgo de “conflicto”.

En su discurso del lunes, Xi ha prometido que el desarrollo y la seguridad irán de la mano en esta nueva era. “La seguridad es la base del desarrollo, y la estabilidad es la condición previa de la prosperidad”, ha dicho.

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El líder con más poder desde los tiempos de Mao Zedong ha revalidado también estos días la batuta de mando de la Comisión Militar Central, el máximo órgano castrense del país, en una sesión parlamentaria en la que se ha completado el cambio en los puestos clave del Consejo de Estado (el Ejecutivo) con el nombramiento de personas de absoluta confianza de Xi. De este modo, el presidente ha consolidado el control sobre los tres estamentos clave del país: el Partido, el Gobierno y el Ejército.

Durante algo más de una semana, esta cámara sin verdadero poder de fiscalización y controlada por el Partido Comunista, ha aprobado con mayorías más que absolutas los nuevos cargos, el presupuesto para el 2023 ―que prevé un crecimiento del gasto en Defensa del 7,2%, el mayor en cuatro años― y el informe de trabajo del Gobierno, que estima el crecimiento en el entorno del 5% para este año. El plenario también ha votado sin fisuras a favor de diversas reformas dirigidas a garantizar el control del partido sobre sectores críticos como el tecnológico, donde la fabricación nacional de semiconductores se ha convertido en una cuestión existencial, y el financiero, acosado por las dudas y la deuda del renqueante sector inmobiliario chino.

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